David Frontela - Via Pulchritudinis
Libres y desconectados
Los niños rellenan deberes de verano como autómatas bajo la mirada de unos padres que ya no tienen niños sino embriones de premios Nobel
El verano ha llegado. La despreocupación infantil por el final del curso ha dejado paso a los libros de ‘repaso’. Los niños rellenan deberes de verano como autómatas bajo la mirada de unos padres que ya no tienen niños sino embriones de premios Nobel. Al terminar la guardería ya les imponemos becas de graduación como si hubieran terminado en Cambridge. Algunos padres hasta ponen un bote para hacerse un amigo invisible porque los críos han superado el Jardín de Infancia y después les mandan a un curso de inglés o a un campamento de Masterchef.
La adolescencia en verano tampoco mejora y en julio todo se convierte en un ir y venir a Festivales. Gente a raudales, calor, cerveza caliente y urinarios con esperas eternas ocupan el tiempo y el cerebro de los más jóvenes. Los fans que siguen a su grupo fetiche engrandecen mitos a base de entregar su tiempo libre a unos chicos con guitarras que en poco tiempo desaparecerán por la presión de Operación Triunfo. Amores de verano.
Los mayores nos creíamos a salvo pero el verano es para consolidar nuestra condición de cara a la galería. No importa la bandera que blandamos, la cuestión es tener una y enseñarla, hacer ruido, aprovechar el verano vociferando lo que soy o lo que me gustaría ser. Si eres de camiseta de rejilla no importa lo incómodo que estés, la tuya será las más transparente. No importa cómo te encuentres realmente sino que este verano todo el mundo te vea «como eres». Los ricos gastarán incluso por encima de sus posibilidades, los solidarios hasta se pelearán por ayudar a los mas pobres porque lo importante en verano es «desconectar» y ser «libres».
Con los niños estudiando a destajo, los adolescentes en una tienda de campaña en un secarral y los mayores empeñados en ser lo nos han dicho que tenemos que parecer nos hemos olvidado del verano de verdad. En verano ya no hay tiempo para conocer a esos padres que trabajan catorce horas al día ni a esos hijos que llegarán a lo más alto a base de extraescolares. Lo que más pena me da es que tampoco hay verano para esos besos de metralleta en la frente que sólo una abuela sabe dar mientras dice aquello de «ay, hijo, cuánto has crecido». No se preocupen, ya queda menos para volver al trabajo y que, por fin, todo este teatro se acabe.