David Frontela - Vía Pulchritudinis

El camino y la dignidad

«No defenderé que cualquier tiempo pasado fue mejor pero sí que comer ratas o el Mochuelo encarnaban la dignidad humana y no una penuria existencial de tristeza inconsolable»

Cuando en el colegio todavía hacías lo que te mandaban teníamos que leer «El camino» de Delibes. Entonces nunca encontré el mérito a aquellas novelas porque era como escuchar a mi tía Feli y a mi tío Jesús en su casa de Valbuena. Ellos habían nacido antes que don Miguel y por eso siempre pensé que «Las ratas» era sólo el fruto indiscreto de una oreja bien pegada a sus conversaciones.

Después me di cuenta de que aquello no era sólo la transcripción magistral de una lengua sino el relato sincero y desgarrador de una forma de vida. No defenderé que cualquier tiempo pasado fue mejor pero sí que comer ratas o el Mochuelo encarnaban la dignidad humana y no una penuria existencial de tristeza inconsolable. Delibes nos enseñó sin quererlo que Feli y Jesús representaban la plenitud de aquellos hombres y mujeres que buscaban algo mejor y además lo consiguieron.

La humildad en un jarro de vino o la alabanza al cuscurro de pan era lo que se reservaban para ellos mientras tenían claro cuál era su objetivo en la vida. Cumplir con lo que tenían encomendado aunque nunca pensaran en ello; ellos simplemente sacaban una familia adelante con dignidad. Algún hijo cura, otro estudiante y el resto a la agricultura. Así, con esa sencillez ahora para muchos despreciable, consiguieron que fuéramos lo que somos. Estamos perdidos en la Aldea de MacLuhan pero con el tuétano cargado de la esencia de aquellos que, además de en nuestro ADN, se mantienen vivos en las páginas de Delibes.

No entiendo qué pasó en Castilla para que cambiaramos mirar al cielo esperando que lloviera por los VIP noche. Aquellos hombres y mujeres tan duros vencieron al hambre pero no soportaron la llegada de esa televisión que les hizo dejar de pensar en la herencia de sus hijos y sustituyeron su dignidad de pueblo por las ínfulas de un mundo urbanita mucho más «paleto» que el suyo. No soportaron el ataque al mejor castellano ni a vivir con dignidad, con un objetivo y sabiendo que lo bueno vendría de sus obras y no de lo que la dictadura hiciera por ellos. No es sentido trágico de la vida sino un canto agradecido a quienes hicieron posible que tuviéramos tierra bajo los pies y a quien lo contó con maestría.

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