David Frontela - Vía Pulchritudinis
La belleza de la verdad
La vida nos ha llevado a colocar una escarapela más, un logotipo diferente que se suma a los que ya teníamos para diferenciarnos o, en el peor de los casos, para estar a la moda
Un año más los cofrades abarrotan las calles cargando los pasos sobre sus hombros. Hosteleros y comerciantes preparan sus mejores galas para recibir al forastero. Todos nos enfundamos nuestros trajes de domingo para aparecer ante el mundo como aquello con lo que soñamos; modernos, conservadores, alternativos. Todos tenemos una imagen pública a la que abandonar nuestros principios, un soporte, un cartel con el que cubrir nuestras necesidades de reconocimiento.
La vida nos ha llevado a colocar una escarapela más, un logotipo diferente que se suma a los que ya teníamos para diferenciarnos o, en el peor de los casos, para estar a la moda. No eres igual de sostenible si no compras ropa de segunda mano y tampoco eres igual de solidario si no tienes un pin que lo demuestre, tampoco eres empático si no dices «hola guapo» aunque tu interlocutor sea Quasimodo en un día de resaca.
El viernes pasé la tarde con una monja de noventa años, la Madre Irene. Sé que la visita la hizo ilusión pero no exageró con abrazos ni besos. Sé que sintió tristeza al recordar a los que ya no están pero tampoco lloró. Sé que sintió dolor porque las cicatrices asomaban indiscretas bajo su toca pero tampoco se quejó.
El hábito que vestía estuvo de moda cuando lo adoptaron como enseña de su orden pero hoy, pasados los siglos, sus colores sólo son señera de lo permanente. Igual que ella, sus ropas son bellas porque encierran la verdad. Sus palabras, sus gestos se hacen hermosos porque hablan de la muerte con la naturalidad de quien vive sin atender a modas y convencionalismos. Su belleza se hace patente no porque sea mejor que la de otros sino porque destila verdad. La madre Irene es un gran alambique que después de cien años ha destilado lo que nos ofrece la vida. La oferta incomparable de un licor suave o fuerte por su graduación pero nunca por la botella en la que lo encierran.
Es lunes; comienza la Semana Santa, en Ucrania continúa la guerra, en el mundo hay modernos, conservadores, rojos y fachas. Cada mañana, antes de salir de casa, elegiremos el bolso o la bufanda que nos definirá ante todo ello y seremos felices porque nos sentiremos únicos o, al menos, miembros de nuestra tribu. Después, hablas un rato con la madre Irene y te das cuenta de la belleza que encierra la verdad, esa verdad que no lleva diademas.