Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Cosas de la edad
«Cuando dicen que aquí somos gente de costumbres no hace falta darles siempre la razón. No hace falta que el gran invento de Las Edades sea año tras año la misma cosa»
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El gran invento de Castilla y León quizá sea pasar inadvertida. Que esto sea un tierra tranquila y de pocos titulares donde a la gente de fuera le cuesta recordar el nombre del presidente de la Comunidad casi tanto como le cuesta a algún paisano de aquí. Las extravagancias, ante la posibilidad de acabar como Cataluña, están sobrevaloradas. Pero los políticos en campaña quieren titulares, como si fueran yonquis, para luego no decir nada. Qué somos gente sobria y parca en palabras. Todo hay que explicarlo… En Castilla y León la mejor campaña que podían hacer, unos y otros, es explicar también qué van a hacer con Las Edades del Hombre.
Castilla y León es ese sitio donde una vez alguien tuvo una idea y años después nadie se ha atrevido a tocarla, que es algo muy español por otro lado. Mitad porque era buena y la otra mitad porque para qué pensar en las cosas que funcionan. Como si Las Edades del Hombre, que inauguró ayer la Reina Doña Letizia en esta nueva edición de Lerma, fueran a seguir viviendo, con vida propia, otros treinta y tantos años más si nadie las repiensa.
Cuando dicen que aquí somos gente de costumbres no hace falta darles siempre la razón. No hace falta que el gran invento de Las Edades sea año tras año la misma cosa. Ir dándole una vuelta a los temas antes de que los temas terminen por voltearle a uno suele ser muy conveniente.
Quizá sea cierto que a estas alturas haya que ir repensando esta exposición precisamente para no exprimir hasta la extenuación el proyecto y encontrárselo un año cualquiera muerto de inanición.
Suerte que la Historia -y Juan de Juni- pasaban por aquí. Tener costumbres le mantiene a uno vivo, pero no conviene tener entre ellas la eternidad. Sobre todo por no tomarle la postura, que es la muerte.
La idea de Don José Velicia y el maestro Jiménez Lozano vive con vida propia porque habría sido impensable en otro lugar que no fuera esta tierra. Un servicio público impagable el que impulsaron al devolverle los fulgores a muchos oros ahumados y olvidados o resucitar resucitados, valga la redundancia. El riesgo, como me dijo una vez el de Alcazarén, es «como dicen los franceses: el aburrimiento de contarlo todo».