Educación

Comunidades de aprendizaje: puertas al éxito

La participación de las familias y el entorno en la enseñanza son algunas de las claves de este modelo educativo

Colegio Apostol Santiago de Burgos R. ORDÓÑEZ

Cristina Rosado

La hija de Milagros García González, la presidenta del AMPA del CEIP Las Rozas de Guardo (Palencia), está a punto de dejar este colegio y comenzar la ESO en un instituto. Cuando su madre le habla de ello su respuesta es «no quiero hablar del tema». Es su manera de expresar que le costará «romper el lazo» con su colegio. Su madre lo atribuye al aprendizaje que ha adquirido y al clima de enseñanza que ha vivido en él, uno de los centros educativos de Castilla y León que es una «comunidad de aprendizaje», el modelo educativo que da prioridad, entre otras señas de identidad, a la participación de las familias y el entorno en la enseñanza.

Inspirado por el catedrático de Sociología José Ramón Flecha García y su Centro de Investigación en Teorías y Prácticas Superadoras de Desigualdades (CREA) , este modelo fue puesto en marcha en el colegio de Guardo en el curso 2015-2016. Milagros García considera que «ha sido una manera de participar más activamente en la educación y muy inspirador porque también aprendes mucho, ya que la vida es un continuo aprendizaje». Ella solo tiene palabras de elogio para este método porque «conoces mejor a los profesores», porque «no tiene nada que ver con la enseñanza convencional del cállate y escucha» y, también, porque es «más activo».

Una de las impulsoras del mismo en Guardo fue la maestra Ana María Díez Sancho, que hoy da clase en un colegio vallisoletano al que se trasladó «por circunstancias familiares», aunque la de Guardo sea «la experiencia profesional más bonita que he vivido en mi vida», sobre todo la inicial, la de la fase «de sueño» -según la terminología que emplean en este modelo, el periodo en el que docentes y familias «sueñan» cómo quieren que sea su colegio y cómo abordarlo-. Para ella, este modelo que basa la actividad del centro y la enseñanza en un diálogo constante entre docentes, padres y escolares e implica a asociaciones de barrio, a ONG, ayuntamientos y otras organizaciones públicas y privadas, «intenta mejorar la calidad de la enseñanza, pero también trasciende y trata de mejorar el entorno», además de incidir directamente en la convivencia en el colegio y en las relaciones con los padres: «En ocasiones, los problemas que se generan en el centro salen fuera y este modelo puede mejorar el ambiente del aprendizaje», añade Ana María Díez. Para ella, también es relevante «dedicar tiempo a cuidar lo emocional, la autoestima del niño», en lo que también ponen el foco estas comunidades, «porque si tú confías en un niño, va a llegar más lejos; es la profecía autocumplida».

«Cuando los padres entran en el centro, el clima de enseñanza mejora»

Más cercanía

Como ella, Olga Arias Fraile, la directora de «Las Rozas», ahonda en que este modelo de enseñanza «no implica que deje de haber conflictos, pero el ambiente es más relajado y las familias que, de otro modo, no se atreven a levantar la mano y opinar, en este modelo se implican y ven una relación de mayor cercanía con el colegio». La relación de maestros y padres es mejor «cuando te conocen desde dentro», dice, y que «es un acicate cultural para todo el entorno del centro», que aprovecha todos los recursos sociales que le da el barrio y el municipio donde está localizado. Aunque es un modelo que puede ayudar a reducir el fracaso escolar y tiene como principio contribuir a mejorar la inclusión educativa, Olga Arias sostiene que «es un error» relacionarlo solo con los entornos socioeconómicos más deprimidos ya que «se puede implantar en cualquier tipo de población y centro educativo». Y es que la realidad de los distintos centros castellano y leoneses que han adoptado esta forma de trabajo es variada.

Así, otro colegio que funciona como una comunidad de aprendizaje es el Apóstol San Pablo del barrio burgalés de Gamonal , centro concertado perteneciente al Arzobispado de Burgos y que fue pionero en la Comunidad en implantar el modelo en el año 2005. Era un centro pequeño que a partir de 2003 recibió mucha población inmigrante y esto fue lo que los llevó primero a iniciar un proyecto que diera respuesta a la creciente interculturalidad que vivían y que posteriormente desembocó en la comunidad de aprendizaje. «Queríamos abrir el cole al barrio», explica su directora, Rosa Requejo, junto al ánimo de que sus niños mejoraran académicamente.

Las comunidades surgen también como respuesta a la falta de confianza de muchos alumnos y familias que hacen que el abandono escolar temprano también se produzca. Por eso, una de las ideas en que se basa el modelo es en que el rendimiento académico insatisfactorio responde más a las bajas expectativas y prejuicios que a la capacidad real de aprendizaje del alumnado. Requejo indica, en este sentido, que «todo niño tiene éxito, aunque no sea en todas las materias; lo importante es que cada uno aprenda todo lo que pueda y que desarrolle todas sus posibilidades». Reconoce que un punto fuerte de su método son los grupos interactivos, en los que los padres y otros adultos del barrio participan dentro del aula para ayudar y dinamizar la enseñanza. «El enriquecimiento es increíble, no sabes lo que aprenden unos de otros, porque no dejamos de ser una gran familia», comenta.

Proyecto en el CEIP de Guardo, en la Montaña Palentina

El fuerte lazo que une a estos centros educativos con su entorno también se muestra en dos colegios segovianos: el CEIP Martín Chico del barrio de San Lorenzo, en la capital segoviana, y el CEIP La Pradera de la localidad de Valsaín. El primero de ellos -en un barrio que funciona, por su idiosincrasia y estructura urbanística, prácticamente como un pueblo dentro de la ciudad- inició su transformación en el curso 2013/2014 a raíz de la diversidad social y cultural que llegaba a las aulas y para «poder trabajar la inclusión», señala su directora, María José Gómez. Desde el consenso absoluto de padres y familias, como destaca, fueron pasando por las distintas fases del proyecto y crearon sus grupos interactivos, las comisiones mixtas de padres y profesores, junto a entidades del barrio y hasta la Universidad de Valladolid y medios de comunicación segovianos. Hoy, «la participación es bárbara», señala Gómez de forma rotunda, y las distintas evaluaciones anuales han ido demostrando que no existen problemas graves de convivencia. «Hay una mejora sustancial porque se trabaja por competencias y los niños tiene que aprender también a resolver asuntos juntos, a expresar su opinión, a tener una actitud crítica; desde pequeños trabajan esto y cuando llegan a 6º están acostumbrados a dialogar».

Ella también opina que estas comunidades «se adaptan a las circunstancias de cada colegio» y que «no son las ideas de un loco, sino que la comunidad científica lleva años probando que cuando una medida funciona es una medida de éxito, y estas lo son». Y no solo para los niños, también para el crecimiento personal en la familia, porque, como relata Gómez, «cada uno de los miembros se empodera», y en actividades como las tertulias literarias, en las que los padres comparten impresiones sobre lecturas comunes, «hemos alfabetizado a gente que no leía», y ha crecido su interés por la lectura.

Atraer población

A unos kilómetros de Segovia, el CEIP La Pradera de Valsaín estuvo a punto de cerrarse por la falta de escolares. A hora tienen 88 niños que cursan Infantil y Primaria. Su directora, Azucena Jiménez Yuste , comenta que «no queríamos que se cerrase y ya trabajábamos como una comunidad de aprendizaje». Por ello, dieron el paso para su constitución oficial como tal en el curso 2013/2014 y han pasado de esa amenaza de cierre a atraer niños de distintas zonas de la provincia e, incluso, a familias de la Comunidad de Madrid que diariamente se desplazan a este colegio desde sus domicilios para llevar a clase a sus hijos. Es otra forma de atraer habitantes a un medio rural como el de la Comunidad, en el que crece la despoblación.«Hemos pasado de que la gente del pueblo casi no lo conociera a que vengan familias a residir al pueblo por el colegio», afirma Jiménez, que destaca la relación «tan directa» que tienen con ellas, el buen clima de convivencia que se vive y los resultados escolares de los niños: «Respetar la diversidad de cada familia y cada niño, su ritmo de aprendizaje» ayuda «y acaban saliendo las habilidades blandas -soft skills, en inglés-». Es «saber ceder, el trabajo en equipo, el pensamiento crítico y todo eso se trabaja mucho y son herramientas fundamentales para el futuro de los niños», asevera. También hay un elemento que está incidiendo negativamente en su día a día: la pandemia. Sus puertas se han cerrado por seguridad frente al Covid-19 y algunas actividades, como los grupos interactivos o las tertulias y la biblioteca abierta al barrio, han debido suspenderse. Confían en que ese «muro» vuelva a abrirse.

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