Artes&Letras / Hijos del Olvido

Clara del Rey Calvo: heroína de mayo

Recientes investigaciones reivindican como verdadera protagonista del 2 de mayo a esta vallisoletana mencionada por Galdós en los ‘Episodios nacionales’

NIETO

Francisco Javier Suárez de Vega

Al contemplar las impactantes imágenes llegadas de Ucrania, son multitud los paralelismos, las historias comunes casi idénticas, ‘mutatis mutandis’, que traen a la memoria los sucesos del 2 de mayo de 1808 y el posterior levantamiento de los españoles. No sospechaban entonces nuestros antepasados que aquel cúmulo de heroísmos individuales y colectivos, ante el todopoderoso ejército francés, sería el principio del fin del Gran Corso.

En ambos casos hallamos gentes sencillas que, de la noche a la mañana, se vieron con un arma en la mano, decididas a luchar y morir. Y también mujeres valientes. En nuestra Guerra de Independencia fueron muchas las que protagonizaron episodios memorables. Cada una a su manera, sin importarles los riesgos. Algunas lo pagarían muy caro, como la joven Lorenza Iglesias que, según la tradición, durante el asedio francés a Ciudad Rodrigo disparó un cañón desde la Casa de los Chaves y, acabada la munición, bajó a la calle y comenzó a apuñalar a todos los soldados que encontró a su paso hasta caer abatida de un balazo.

Otras utilizaron armas diferentes, pero no menos efectivas. Como la venerable abadesa de Santa Clara de Tordesillas que, en su celebre encuentro con Napoleón en la Navidad de 1808, lo cautivó y logró que indultase a tres condenados a muerte. O las conocidas como La Nicolasa y La Rosita, en Valladolid. Amantes de los generales Dufresse y Kellermann, su discreta labor de espionaje resultó crucial para que las partidas guerrilleras sembrasen el terror entre unos desquiciados franceses. Una actividad no exenta de riesgos, pues La Rosita fue descubierta y encarcelada en el otoño de 1811, como relata en su fascinante diario el entonces procurador de la Chancillería Francisco Gallardo.

La mítica jornada del 2 de mayo, grabada a sangre y fuego en el imaginario colectivo de los españoles , también presenció el valor de las mujeres. Sesenta, de toda condición y edad, desde ancianas a niñas, fallecieron aquel día. Como la segoviana Catalina Pajares, de 16 años, muerta por los disparos recibidos al asomarse al balcón de su casa. O la sexagenaria Lucinda Escudero, de Cantalapiedra, fallecida en el hospital de la Pasión. Y, entre ellas, algunas se convirtieron en legendarias como Manuela Malasaña, hija del panadero francés Jean Malesange, cuyo apellido españolizó. Otras, en cambio, como Clara del Rey, quedaron sumidas en un injusto anonimato durante largo tiempo.

Sin embargo, recientes investigaciones históricas han cambiado el panorama. Parece que Malasaña no murió en combate, como se creía, sino que fue ejecutada por una patrulla francesa al encontrarle unas tijeras en su poder. Por el contrario, emerge con fuerza la figura de Clara del Rey.

Manuel Castellano o el afamado Sorolla inmortalizaron en sus pinturas la numantina resistencia que, encabezada por Daoiz y Velarde, tuvo lugar en el Cuartel de Monteleón. En ellas, a los pies de los héroes, yace el cadáver de una mujer que, para historiadores como Juan Carlos Montón, es sin duda Clara del Rey, a la que se reivindica como la verdadera protagonista del 2 de mayo. Pérez de Guzmán, en su catálogo biográfico sobre los caídos en esta aciaga jornada, la califica como «una de las más ilustres heroínas del Parque de Artillería», que «desde el primer momento del tumulto exhortó á su marido, Manuel González Blanco, y á sus tres hijos, Juan, Ceferino y Estanislao, el mayor de diez y nueve y el menor de quince años, á tomar parte en la jornada patria, ayudando á los heroicos artilleros españoles». Ni un momento se apartó del lado de los cañones, donde, acalorando con sus gritos el valor de sus hijos, «recibió la muerte, herida en la frente por el casco de una bala de cañón». Se cree que uno de ellos y su esposo también cayeron con ella.

Pérez de Guzmán la califica en su catálogo biográfico de los caídos en la aciaga jornada como «una de las más ilustres heroínas del Parque de Artillería»

Más descarnado, Galdós afirma en sus ‘Episodios nacionales’ que «cayó tan violentamente herida por un casco de metralla, que de su despedazada cabeza saltaron salpicándonos repugnantes pedazos». Arturo Pérez-Reverte, en ‘Un día de cólera’, le dedica asimismo unas palabras: «Cae poco después, junto al cañón que atiende con su marido y sus hijos, la vecina del barrio Clara del Rey, alcanzada por un cascote de metralla que le destroza la frente».

Muy poco es lo que se conoce acerca de su vida. Nacida en Villalón de Campos, se mudaría a Madrid, a comienzos de siglo, en busca de un futuro mejor. La acompañaron sus hijos y su esposo Manuel, que tuvo una sastrería en la calle Toledo. Vivían en la calle de San José a las Maravillas, actual Barrio de Malasaña.

Esta Agustina de Aragón castellana ha sido objeto de un creciente reconocimiento en la capital de España: una calle en el barrio de Prosperidad, un instituto, diversas placas conmemorativas... Sin embargo, en la región que la vio nacer, tan cicatera con sus hijos más insignes, apenas nada recuerda a la que fue calificada como la más abnegadamente sublime de las heroínas del Parque de Artillería.

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