Cascón de la Nava: la memoria de 13 pueblos bajo el agua
Este pueblo palentino se construyó a raíz de la llegada de personas de una decena de municipios que quedaron sumergidos en pantanos
![José Luis, Carmina, Pilar, Justina , Faustina, María del Carmen, Flores y Marcelino llegaron a Cascón después de que sus pueblos desapareciesen](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2020/02/10/cascon1-U301101579224SZH--1248x698@abc.jpg)
Han pasado casi setenta años, pero en la memoria permanece intacto y grabado a fuego el día que Justina tuvo que abandonar su casa antes de que el agua lo anegara todo. «Salimos de allí el 14 de junio de 1952», recuerda con espectacular lucidez a sus casi 90 años. Y es que es imposible olvidar cómo tuvo que dejar atrás Santa María de Poyos, en Guadalajara, para empezar de cero en otro lugar después de que la construcción del embalse de Buendía y Entrepeñas devorase todo su pueblo y se tragase también lo que había sido hasta ese momento su vida. Su entonces impredecible destino le llevó junto a su marido y sus dos hijos a lo que entonces era tan sólo un trozo de tierra que había sido el resultado de desecar la Laguna de la Nava en Palencia y que se terminaría convirtiendo, gracias a la llegada de otras personas afectadas por las construcciones de obras hidráulicas, en Cascón de la Nava, un pueblo denominado entonces «de colonización» -como otros veintitrés en Castilla y León- que se fue erigiendo poco a poco con «pedacitos» de unos trece más.
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Huyendo del agua, los que ahora son sus vecinos fueron llegando a un lugar en el que, paradójicamente, el líquido elemento había sido desalojado y donde no había prácticamente nada con lo que poder comenzar de nuevo. El principio fue «muy duro», rememoran Pilar y Florentino Sáez, dos hermanos que, con 13 y 14 años y procedentes también de Santa María de Poyos , se instalaron en el terreno que poco a poco fueron asimilando como su hogar. Junto a ellos, sus padres y otros tres hermanos, la familia de Justina y otras diez más ocuparon unos barracones en los que inicialmente se instalaron a las personas que iban llegando.
La asociación juvenil se llama «los colonos», como homenaje a los fundadores de Cascón
«Íbamos con las botas puestas todo el día, cuando había algún enfermo había que trasladarlo entre varios porque el coche del médico no podía entrar en un terreno embarrado», explican cuando los recuerdos inevitablemente vuelven a la superficie.
Los «lotes»
Todos los que, como Pilar, Flores -como conoce ya todo el mundo a Florentino en Cascón- y Justina, tuvieron que abandonar sus casas antes de que se las tragase un pantano, recibían una indemnización, «una miseria» y en ocasiones «tarde», debían escoger un destino entre los que se ofrecían para acoger a nuevos moradores. En su caso, su primera parada fue San Bernardo, en Valladolid, pero las condiciones no eran las mejores. En su trayecto, su siguiente destino -y el definitivo- fue Cascón de la Nava. Lo que allí les proporcionaban era lo que se conocía como «lote» formado por la vivienda, dos parcelas con un total de 12 hectáreas -más tarde pasarían a 18- y algo de ganado para poder subsistir. Pero «no era gratis», sino un préstamo que tendrían que ir devolviendo a plazos. «Tuvimos que pagar hasta los árboles de las parcelas», asegura Pilar.
Quedaron atrás los barracones y más tarde sus inquilinos fueron trasladados a las viviendas construidas ya en la zona que se había diseñado como pueblo, que en los momentos iniciales era prácticamente un solar que no animaba demasiado al optimismo a los que fueron llegando más tarde para dar vida a lo que hoy es Cascón.
El pueblo comenzó a levantarse en los años 60, con la llegada de los primeros habitantes
Desde Utrero (León), en 1967 desembarcó allí Marcelino González junto a su mujer y uno de sus hijos -el más pequeño ya nació en tierras palentinas-, después de que el pantano de El Porma invadiera su casa. «El niño vino llorando todo el camino» en un viaje que tuvieron que hacer en camión para poder llevar consigo las cuatro vacas de las que disponía para ganarse la vida. «Después tuvimos que comprar de todo, compré más vacas y un tractor y, poco a poco, fuimos saliendo adelante porque aquí sí nos pusieron facilidades», relata.
Alfalfa y remolacha
La mayoría apostaron por la agricultura y, a base de ensayo-error, fueron detectando qué cultivos se adaptaban al terreno. La alfalfa y la remolacha resultó ser lo que mejor se «agarraba» y ése fue al final su medio más común de vida. Así lo fue para José Manuel Bermúdez y María del Carmen Vaquero, que con 19 y 16 años llegaron, también en 1967, desde Argusino, el pueblo que fue anegado por el embalse de La Almendra en Zamora . Su salida fue traumática, «vino la Guardia Civil a echarnos, pero estamos hablando de hace más de 50 años...». Partieron de su casa cada uno por su lado junto a sus familias con destino Cascón de la Nava sin saber que, con el tiempo, acabarían casándose en la iglesia palentina que ellos mismos vieron construir.
Los primeros días no fueron fáciles. «Esto parecía un desierto», explica María del Carmen, e, incluso, tenían que enfrentarse a las recelosas miradas de los pueblos de alrededor: «Todo esto era suyo, éramos como unos intrusos», asegura José Manuel.
![Los vecinos conservan imágenes de sus lugares de origen y de cómo poco a poco ayudaron a la construcción de su nuevo hogar](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2020/02/10/cascon2-kwOI--510x349@abc.jpg)
Así que no quedo otra que «unirse», recomponer poco a poco su ánimo e ir haciéndose fuertes en lo que era su nueva casa. «Todos partíamos de cero, en las mismas condiciones y nadie era de aquí», recuerda Faustina Presa. Ella es de Pedrosa del Rey (León) , uno de los nueve pueblos que desaparecieron bajo los 650 hectómetros cúbicos de agua del pantano de Riaño, y llegó a Cascón con sus cinco hijos pequeños cuando el «pueblo ya estaba hecho». Aún así, la adaptación no fue sencilla. Ni para su familia -sus hijos le repetían que les «llevase a su casa de verdad»- ni para las vacas que trasladaron. En León, el ganado pastaba en libertad y en la zona a la que se trasladaron estaba estabulado. «No tardaron en morirse los animales que trajimos», recuerda.
Difícil fue el cambio de paisaje también para Carmina Allende, de Burón, otra de las localidades afectadas por la construcción del embalse de Riaño. «Esto estaba vacío, miraba a lo lejos y no había montañas, ni río, nada» y describe así el lugar al que llegó con sus tres hijos, uno de ellos de un mes porque quería que sus niños «naciesen en León». «Eso sí, llegué aquí y tuve otros tres para compensar», ríe una leonesa que se siente mucho de su tierra pese a la distancia.
![Las primeras doce familias que llegaron al lugar fueron alojadas en barracones en unas condiciones muy duras, ya que Cascón estaba aún sin construir](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2020/02/10/cascon3-kwOI--510x349@abc.jpg)
El resto ya se considera de Cascón, tienen allí sus hijos, su casa y una vida con la que están muy satisfechos. «No olvidamos lo que dejamos allí» -algunos hasta sus seres queridos enterrados en los cementerios sumergidos-, pero, después de muchos años, el lugar al que llegaron huyendo del agua es su casa. Ellos ayudaron a construir su plaza, instalaron la luz en las viviendas de los recién llegados, dieron lustre a sus calles, hicieron de la zona un lugar más amable y ya acapararon páginas de periódico en las dos visitas que el Rey emérito Don Juan Carlos les hizo cuando el pueblo fue inaugurado. «Le pedimos que nos pusiera el teléfono y al poco tiempo lo teníamos instalado», rememoran.
Ellos también fueron los que aportaron el futuro y las nuevas generaciones que hoy mantienen en pie la localidad siendo muy conscientes de donde vienen. Además, lo llevan con mucho orgullo. Si la palabra «colonos», en la época de la construcción de los pantanos, se utilizaba de forma despectiva, en Cascón, ése es el nombre de su avenida principal y de su asociación juvenil como homenaje a los que, poco a poco fueron construyendo el pueblo, explica su actual alcaldesa, Carolina Valbuena, que, como muchos jóvenes de la localidad, desciende de Zamora y León, de dos de los pueblos que quedaron sumergidos en el agua.