Jesús Quijano - Necrológica
Un buen alcalde, una buena persona
«Tomas Rodríguez Bolaños formaba parte del paisaje urbano como si fuera ya una institución en sí mismo y la espontánea reacción ciudadana desde que se conoció su fallecimiento así lo confirma
Fueron aquellas primeras elecciones municipales de 1979 las que de verdad cambiaron la piel del país, según opinión muy compartida. Con la Constitución recién aprobada, con unas elecciones generales previas que no habían clarificado mucho el panorama político, aquellas elecciones municipales permitieron la llegada a los Ayuntamientos de una generación nueva de ediles, a los que la historia concedió el privilegio de desarrollar una gestión nueva y distinta precisamente en las instituciones más cercanas y más reconocibles por los ciudadanos.
Así ocurrió en todas las capitales y localidades de España, sin excepción de color político. Y así ocurrió también en Valladolid. Quienes ya por entonces militábamos en el PSOE no teníamos una previsión fiable de cómo sería el resultado; tampoco por entonces abundaban los sondeos previos, que era una técnica poco conocida. Así que fue bastante sorprendente; contra pronóstico, en una ciudad que tal vez creíamos más conservadora de lo que realmente era, el pacto generalizado en muchos ayuntamientos entre el PSOE y el PCE sumó concejales suficientes para alcanzar la alcaldía. De manera que un trabajador de los laboratorios de Fasa-Renault , sancionado por su actividad sindical en la UGT, se convirtió en el primer alcalde democrático de la ciudad en esta etapa y tomó posesión dirigiéndose a una muchedumbre de ciudadanos expectantes, recitando unos versos de Jorge Guillén desde el balcón de la casa consistorial. Tal vez uno de los momentos más emocionantes que muchos de nosotros hemos conocido a lo largo de nuestra vida política.
Así inició su andadura Tomás Rodríguez Bolaños . Con un grupo de concejales a los que se les notaba más la buena voluntad y el deseo de mejorar la ciudad que la inexperiencia o la bisoñez. Aquella gente honrada y cabal puso en marcha una dinámica irrepetible de cambio en todos los aspectos. En todo, porque casi todo estaba por hacer. Y la ciudadanía lo reconoció, como lo prueba el hecho de que el encargo electoral duró 16 años, cuatro legislaturas, entre 1979 y 1995, con mayoría absoluta unas veces, con acuerdos de investidura otras, algo que sin duda facilitó la personalidad y el talante del alcalde.
Era sobre todo una buena persona. Cercano, abierto, tolerante, generoso. Formaba parte del paisaje urbano como si fuera ya una institución en sí mismo y la espontánea reacción ciudadana desde que se conoció su fallecimiento así lo confirma. Yo puedo añadir que, tras más de cuarenta años de vida política compartida y de amistad personal ininterrumpida, estoy en condiciones de afirmar que fue de lo mejor; tal vez lo mejor que conocí.