Antonio Piedra - No somos nadie
El beso
«Una sesión apoteósica plagada de frivolidad, de impostura y malos actores»
Manolo Escobar, con su canción «El beso» , ha sido el vencedor en la investidura de Pedro Sánchez. Rufián -el divo de Esquerra que tiene apellido de solfa y pandereta-, hubiera dado el golpe de haber enchufado el transistor al micro del Congreso con esta popular canción, y no con su pesadez de charnego desertor. Una sesión apoteósica plagada de frivolidad , de impostura, de malos actores, y lo más grave de todo: de stripers de segunda que enseñaban poco y flojo. En suma, una reunión de jamelgos , cuyo deterioro físico y mental exhibía sus artimañas eróticas como si fuera una tarta con legionela.
Nos han tomado el pelo por orden de comparecencia. A Sánchez, el cornudo de la investidura, se le veía lastrado por el beso a tornillo entre Iglesias y Domènech . Lógico. Fue duro para el socialista comprobar, delante de su mujer -una chica sencilla del pueblo leonés de Valderas-, que «la española cuando besa/ es que besa de verdad/ y a ninguna le interesa/ besar con frivolidad». Sánchez sólo pensaba en la próxima Ejecutiva Federal para decidir el tipo de beso por el que optarían los varones del partido. Susana Díaz, que es tradicional en esto, lo tiene claro: «Donde puso su trono el amor/ sólo en ella el beso encierra/ armonía, sentido y valor». Vamos, que la andaluza no está por el beso con alitosis estresante.
El beso de Rivera con Sánchez fue lo que se llama en la canción de Manolo Escobar un beso de amor como Dios manda. Uno tan especial, intenso y lindo que «lo lleva la hembra muy dentro del alma./ Le puede dar usted un beso en la mano/ o puede darle un beso de hermano/ así le besara cuanto quiera,/ pero un beso de amor/ no se le da a cualquiera». El beso de Rivera al PSOE ha sido total y público. No hay parte del cuerpo -física, mental, metafísica, sexual, o política- que no haya recorrido con deleite la geografía del catalán. Defendió su amor en el Congreso con tal tesón, que ya Rivera -el chico del nenuco en pelotas- se ha convertido en el apéndice en B de Sánchez pero, ay, con polvoreo de aguarrás. Milagros del amor.
¿Y el beso de Iglesias ? Una auténtica orgía que también glosaba Manolo Escobar para apaños menores. El beso de Pablo -es verdad- no llega a la pureza del chocolate valor y espeso de Rivera, pero tiene ese giro canallesco que encanta y que ya puso de moda Stalin cada vez que convocaba un Comité Central del Partido Comunista. Se ponía en la entrada y repartía besos profundos y sonoros a determinados kamaradas. Éstos, automáticamente, se despedían de la familia, claro. El beso de Iglesias, como en la canción, tiene su tiro infalible: «Es más noble, yo le aseguro,/ ha de causar la mayor emoción./ Ese beso sin ser puro/ que va envuelto en una ilusión». Así que Rajoy , el único que no repartió besos de investidura, sino hostias consagradas, se ha descojonado con tanto besucón.