Artes&Letras /Historia

De Béjar a Tawi-Tawi

El capitán de navío y coronel de infantería bejarano se convirtió en el último conquistador, al tomar el archipiélago cercano a la isla de Borneo cuando en el Imperio español no se ponía el sol

NIETO

F. JAVIER SUÁREZ DE VEGA

Por sorprendente que parezca, lo cierto es que la Armada española ha tenido en esta tierra uno de sus viveros más feraces. Hoy vamos al rescate de un marino y militar bejarano. Su rastro habría desaparecido para siempre entre las brumas de la Historia, de no ser por la sentida biografía escrita por un descendiente, el abogado Manuel Olleros. La casualidad quiso que uno de los escasos ejemplares de este raro tesoro cayese en mis manos.

Solo tenía 10 años, cuando su padre le exponía a Isabel II la «particular afición» de su vástago por la Armada y solicitaba su admisión, «para cuando cumpla la edad», en el Colegio Naval de San Carlos. Cumplidos los 14, al llegar a Cádiz y ver el mar por primera vez, sus azules quimeras empezaban a hacerse realidad. Era el comienzo de una aventura, la de su vida, que superaría con creces a sus infantiles fantasías.

Si la personalidad de Olleros impactaba, también lo hizo su mascota, recuerdo de Filipinas, una mona a la que paseaba por las calles de Madrid

Según sus coetáneos, su fisonomía seria contrastaba con sus penetrantes y soñadores ojos castaños. Entrañable y humano en sus relaciones personales, se mostraba enérgico e inflexible en cuestiones del servicio, sin tolerar la más mínima indisciplina.

De carácter audaz, siempre afrontó los peligros a los que se expuso como algo inevitable y cotidiano. Y fueron muchos. En Filipinas se enfrentó a los piratas que surcaban los mismos mares que Sandokan, el inmortal personaje de Salgari, a los belicosos «moros» de aquellas latitudes, y muchos cautivos agradecieron sus operaciones de rescate.

En Cuba combatió en la Guerra Grande, llevando en su navío al mismísimo General Martínez Campos, y hubo de vérselas contra los filibusteros del Caribe. Pero sería en la Península donde recibió, por su heroísmo, la máxima condecoración: la Cruz Laureada de San Fernando. Durante el Sitio de Bilbao, en la última guerra carlista, su goleta, la Buenaventura, resistió dos semanas el incesante fuego enemigo.

De nuevo destinado a los lejanos mares de Oriente, se le encargó una delicada misión en China, Corea y Japón, al mando de la corbeta María de Molina. Se convertía así en uno de los pocos europeos de su tiempo en visitar ciudades como Pekín, Shanghái, Nagasaki o Yokohama.

Prototipo de marino ilustrado, conocedor de lenguas y culturas exóticas -publicó en Manila una gramática bisaya-cebuana y escribió sobre temas geopolíticos o navales-, retornó a Madrid en 1886 para servir bajo las órdenes directas del ministro de Marina. Fue asistente durante sus visitas a España de mandatarios extranjeros como el príncipe Arisugawa Takehito; en agradecimiento a sus servicios, el emperador del Japón le envió dos magníficos bronces.

Si la personalidad de Olleros impactaba, también lo hizo su mascota, recuerdo de Filipinas, una mona tan intrépida como su amo a la que paseaba, atada de un collar, por las calles de Madrid. En una ocasión escapó y, al poco, la encontraron sitiada en una frutería «comiendo plátanos y apedreando con huevos y frutas a todos los clientes que no habían huido despavoridos».

Figuras como la del capitán de navío y coronel de infantería Tomás Olleros ayudan a comprender cómo España pudo forjar -y mantener durante siglos- uno de los mayores imperios del mundo. Y protagonizó un hecho que, por sí solo, debería asegurarle un lugar en la Historia. Podría decirse que fue el último conquistador.

Eran los tiempos de la expansión colonialista y, aunque España tenía los derechos sobre Filipinas desde el siglo XVI, aún existía algún remoto lugar del que no había tomado posesión formalmente, por lo que otras naciones podían adelantarse y reclamarlo. Ese fue el caso de Tawi-Tawi, archipiélago cercano a la isla de Borneo.

Al marino bejarano le corresponde el honor de haber conquistado las que fueron, literalmente, las últimas tierras del imperio en el que no se ponía el sol. Con una corbeta, un cañonero y tropas de infantería de marina, desembarcó, construyó fortificaciones y, tras semanas de operaciones, el 9 de marzo de 1882 todas las islas se hallaban bajo pabellón español.

Y, aunque ya nadie lo recuerde, nuestro imperio en el Pacífico no se liquidó en Baler, con sus Últimos de Filipinas. En 1901, ¡Tawi-Tawi seguía siendo español! Una omisión en el tratado de paz con los EE. UU. tuvo la culpa. España no estaba para guerras y las islas ganadas por el salmantino se cedieron por 100.000 dólares. Aún hoy, sus habitantes hablan el chabacano, criollo español.

Olleros se libró de presenciar los tristes sucesos del 98. Con solo 52 años y una prometedora carrera por delante, fallecía en 1890 de una pulmonía. Nunca más surcaría los soñados mares de su niñez.

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