Fernando Conde - AL PAIRO
¡Basta ya!
Y el hastío, el hartazgo, el cansancio por la tabarra son tales que un servidor daría su voto sin dudarlo al primer partido que prometiera que en España se va a regular un mecanismo de segunda vuelta en las elecciones
No sé a usted, pero a un servidor lo de tener a los nacionalistas vascos y catalanes hasta en la sopa va camino de provocarle una úlcera cívica. Se puede entender que hace cuarenta años, cuando España necesitaba lograr un consenso que permitiera dejar atrás una dictadura casi eterna (esa misma dictadura que la izquierda se empeña en desenterrar un día sí y otro también, convencida de que contra Franco siguen viviendo mejor –mucho mejor, se podría decir–), se puede entender, decía, que se articulara aquel café para todos de Clavero Arévalo como fórmula para congraciarse. Pero lo que no es de recibo es que aquel café sea hoy un café sólo y cortito para casi toda España, especialmente la España vacía, y fuera entonces y siga siendo ahora un café largo, americano e inagotable para las dos comunidades más mimadas del panorama autonómico español. Y el hastío, el hartazgo, el cansancio por la tabarra son tales que un servidor daría su voto sin dudarlo al primer partido que prometiera (para cumplirlo) que en España se va a regular un mecanismo de segunda vuelta en las elecciones. Un mecanismo que permita, como en Francia, gobernar al partido más votado, simplemente así, sin tener que hacerlo bajo el chantaje constante del nacionalismo rancio y ensimismado.
No se entiende (aunque quizá ahora, con la irrupción de nuevos actores políticos, a lo mejor están empezando a entenderlo) que los dos grandes partidos tradicionales no hayan hecho nada en este sentido durante cuatro décadas. Da la impresión de que PP –antes AP– y PSOE hubieran padecido todo este tiempo una suerte de síndrome de Estocolmo con los nacionalismos hispánicos. Un encantamiento idiota y adolescente que, en buena medida, nos han llevado al callejón sin salida de esta España hoy más que nunca invertebrada. Que somos una democracia muy en agraz lo demuestran aún demasiadas cosas, pero sobre todo una: el haber permitido que la Cámara Baja y, por tanto, el precipitado electoral de la voluntad de un pueblo se haya convertido en una asimétrica cámara de representación y representatividad territorial; dejando de este modo vacía de contenido y reducida a mero cementerio de elefantes, por ocupación de espacio natural y propio, a la Cámara Alta.
Sin duda ganaría muchos votos el partido que decidiera poner fin a la endomingada y supremacista presencia de los partidos nacionalistas en la sede de nuestro poder legislativo y en las decisiones del ejecutivo. Los ciudadanos de la España vacía, pero también los de la España resignada (Castilla y León lo es por idiosincrasia histórica a partes iguales), estamos cada día más hartos de aguantar tanta insolencia, tanta chulería y tanto desprecio de esas regiones vedettes. Quizá esté cercano el momento en el que votemos, a coro, un ¡basta ya!