Astorga beatifica a tres enfermeras mártires, Olga, Pilar y Octavia
La catedral de la localidad maragata (León) ha acogido este sábado la ceremonia, presidida por el cardenal Marcello Semerano

Octavia Iglesias Blanco, Olga Pérez-Monteserín Núñez y María Pilar Gullón Yturriaga son desde hoy sábado beatas de la Diócesis de Astorga . Se ha celebrado una solemne ceremonia en la catedral que ha presidido el cardenal Marcello Semerano en presencia de familiares de estas tres enfermeras voluntarias, Siervas de Dios, que fueron asesinadas en Pola de Somiedo (Asturias) por milicianas republicanas.
Pilar con 25 años, Olga con 23 y Octavia con 41 se convirtieron en mártires laicas por odio a la fe cristiana. A partir de hoy, sus imágenes pueden contemplarse en un gran lienzo en el primer templo de la Diócesis, que alberga también sus restos mortales y las reliquias que han entregado algunos de sus familiares, presentes en la ceremonia.
«Pilar, Olga y Octavia se comprometieron a curar el cuerpo de los enfermos y heridos, dedicándose a aliviar los sufrimientos y a levantar los ánimos, y esto porque el cuerpo tiene una dignidad incalculable. Para nosotros los creyentes "el cuerpo del hombre participa de la dignidad de imagen de Dios”, como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica», recuperó en su homilía el cardenal Semerano, ante un reducido número de asistentes debido a la pandemia. Sin embargo, ésta no impidió la presencia de más de 80 sacerdotes, del nuncio del papa en España, de monseñor Bernardito Azúa y del cardenal Ricardo Blázquez, tal y como cuenta Ical.
El obispo de Astorga, Jesús Fernández, intervino antes de la bendición de Semerano y se refirió a las tres beatas como «testigos del amor a Jesucristo, del perdón y del ciudado de los pobres y heridos de este mundo».
«En Pilar, Olga y Octavia, el señor nos ha enseñado un modo de vivir más que un modo de morir. En ellas aprendemos lo que es una auténtica vida de fe, en la que no puede faltar el cultivo de la vida espiritual y religiosa, la formación, la vida comunitaria, la responsabilidad y el compromiso con los pobres y los heridos de este mundo», añadió.
Para el prelado asturciense, «en un mundo anémico de amor y comunión, el testimonio de perdón y de servicio desinteresado de las mártires alimenta la reconciliación y la fraternidad. En un mundo donde la verdad es maltratada, la fe de las mártires en la verdad de Dios se convierte en astro luminoso. En un mundo donde la esperanza a duras penas se abre paso, su coraje, valentía y disposición al martirio nos abre un nuevo horizonte de eternidad».