Salud & Sociedad

Asistente personal: el futuro del área social

El tercer sector demanda «mayores apoyos económicos» que permitan a los solicitantes no tener que sufragarlo

Mónica Marcos y Celia Mínguez, educadora y trabajadora social, trabajan como asistente personal F. HERAS

DIANA G. ARRANZ

A pesar de ser una figura definida por la propia Ley de la Dependencia, lo cierto es que este tipo de profesional que ya está prestando asistencia es una figura pendiente de definir en su totalidad, y además desde el propio sector se demanda la necesidad de «contar con mayores apoyos económicos que permitan a los solicitantes no tener que sufragarlo de su bolsillo».

Así lo reclama Mercedes López, gerente de la Asociación Salud Mental Valladolid, El Puente . Esta entidad donde prestan atención al colectivo de la discapacidad por problemas de salud mental, cuenta con varias profesionales que llevan más de un año trabajando como asistentes personales. Se trata de Mónica Marcos y Celia Mínguez, quienes como educadora social y trabajadora social respectivamente, vienen acompañando en su día a día a varias personas con patologías mentales.

Por norma general, su desarrollo profesional se desempeña una vez por semana, «pero es algo que se va adaptando según las necesidades que vamos apreciando en el solicitante de este tipo de servicio», asegura Mónica.

En su caso lleva desde el mes de marzo asistiendo a una mujer con depresión crónica, «que le impide salir de su domicilio y, por lo tanto, desarrollar funciones habituales del día a día», explica.

Cuestiones tan básicas como ir a comprar alimento , «pero absolutamente necesario para su salud», son algunas de las tareas de Mónica resuelve para esta persona. Pero detrás de ello se esconde otro tipo de trabajo «el psicosocial», desarrollado también gracias a la experiencia y la formación de estas jóvenes, «así como el respaldo que supone tener detrás de tí a todo el equipo de profesionales de una entidad como El Puente», añade Celia Mínguez, quien actualmente afronta la asistencia personal con tres personas diferentes.

Y es que la prestación de este servicio en un colectivo como el de la salud mental tiene sus particularidades. «Consideramos muy necesario que sean profesionales que ya hayan trabajado o hecho formación en prácticas con estas personas», aconseja Mercedes. Una afirmación a la que se suman ambas profesionales, «ya que te da las tablas necesarias para enfrentarte a situaciones concretas que de otra forma, posiblemente, te sorprenderían mucho y te harían desviarte del problema principal», añade Mónica.

La patología mental lleva aparejado para la figura del asistente personal la resolución de acciones relacionadas con la posible incapacidad para resolver actividades cotidianas relacionadas con la discapacidad, «pero también existe un nivel de intervención psicosocial enfocada a la recuperación de la persona, y a potenciar sus capacidades y su autonomía en la mayor medida de lo posible».

No obstante, hasta el momento los casos a los que asistente desde la Asociación Salud Mental Valladolid se centran en personas con trastornos mentales crónicos, «donde los avances son muy pequeños en un plazo muy amplio de tiempo, pero siempre lo consideramos éxitos y casos en los que seguir trabajando», asegura la joven Celia, quien comenzó sus prácticas universitarias en la entidad y donde se ha iniciado como trabajadora social en el servicio de asistencia personal.

Lo importante es que en muchos casos este profesional, en el área de la salud mental, se convierte en el único vínculo del usuario con la sociedad , «por lo que desde esta entidad somos conscientes que es un tipo de servicio asistencial que por sus propias características representan el futuro hacia el que dirigir nuestro objetivo», afirma Mercedes, una experimentada trabajadora social quien, a veces, «me toca hacer de ‘poli mala’ con los usuarios de la asistencia personal, porque la confianza que se genera entre usuario y profesional hace que éstos no siempre les hagan caso», comenta de forma divertida.

Y es que precisamente la continuidad en el tiempo y el grado de individualidad que se presta a las necesidades concretas y específicas del demandante, «hace que personas con un determinada cronicidad empiecen a afrontar una posible recuperación de las habilidades más básicas, y el mantenimiento de su residencia en domicilios propios evitando en algunas ocasiones posibles ingresos hospitalarios».

La confianza, clave

«La confianza que se adquiere es uno de los puntos fuertes que también marca diferencias con otro tipo de servicios como, por ejemplo, el apoyo en domicilio», explica Celia, ya que se generan situaciones como «tener que acompañarlos en sus rutinas de aseo personal para asegurarse de que lo cumplen, y eso debe estar precedido de una gran profesionalidad, y de confianza por parte del usuario hacia nosotros».

En definitiva, casi como un «familiar» salvando las distancias, pero, en muchos casos, aquella única persona con la estos usuarios mantienen un contacto habitual y más estrecho.

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