ARTES & LETRAS
El arte de Venancio Blanco en el paisaje de Castilla y León
La capital salmantina concentra la mayor parte de las esculturas urbanas del autor en la Comunidad con todo un museo al aire libre
«Entre mayo, junio y julio de 1959 ocurrió lo decisivo. Me interesaba estudiar las posibilidades del bronce y de otros metales en relación con lo que yo consideraba que podría ser mi camino. La beca March me permitía residir en la Academia de Bellas Artes de Roma. Asistí entonces a los talleres de Giovanni y Angeli, en el Trastevere, cuya tradición es impresionante. El hierro, el bronce, la cera... Yo buscaba y buscaba, sabiendo que no tendría mucho tiempo para mis investigaciones». Venancio Blanco (Matilla de los Caños del Río, Salamanca, 1923-Madrid, 2018) encontró en Roma la esencia de lo que sería su obra. «Sabía, claro, que el bronce no condiciona, como otras materias, sino que permite variedad de expresiones».
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En ese material y en sus particularidades estaba la clave de la que iba a ser su inconfundible escultura. «Estaba dispuesto a romper con mi estética de formas redondas y, por supuesto, figurativas. El bronce, en la fundición, se ofrece con todas sus impurezas, como manchas y rotos, en estado puro. Pensé incorporar esas peculiaridades a mi obra», le contó a Luis Jiménez Martos en la extensa conversación recogida en el libro Venancio Blanco, editado por el Ministerio de Educación y Ciencia en 1978.
En un segundo plano quedaría la madera, a la que parecía abocado por la influencia de su tío Matías, que tenía una carpintería en Robliza (Salamanca), donde Venancio Blanco viviría desde los ocho años, y por sus estudios en la Escuela Elemental de Trabajo en la capital salmantina. O el cemento, otro material en el que se curtió tras descubrir su vocación en la Escuela de Artes y Oficios de esa ciudad y completar su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. El bronce se convertiría a partir de esa experiencia italiana en su vehículo expresivo imprescindible.
El escultor salmantino, recientemente fallecido, dejó algunos de los mejores ejemplos de su hacer en obras integradas en el paisaje de distintas ciudades y pueblos de Castilla y León. Junto al monumento a Belmonte, de Sevilla, o el Quijote de Valdepeñas, forman parte del catálogo de sus piezas más conocidas y responden casi siempre a su producción más característica, alejada de la escultura maciza. «Mis rotos tratan de eliminar esa materia, esa realidad en bloque, y pretendo que, de una forma coordinada, resalten más los elementos básicos de la obra. A mi entender, el escultor debe buscar ritmo, imprimir fuerza, captar al espectador para que no se sienta ante un mero objeto, sino ante algo que late y que vive», explicaba el autor a Jiménez Martos.
Además de esos hitos urbanos, el autor está presente en sus dos pueblos con obras religiosas en madera. Matilla de los Caños del Río guarda en su iglesia parroquial una talla de Santa Águeda y otra de San Isidro, ambas de 1945 y de madera de chopo. Para el templo de Robliza de Cojos realizó otra imagen de Santa Águeda en 2007.
SALAMANCA: El museo al aire libre
El legado de Venancio Blanco remite ineludiblemente a Salamanca. En la capital charra ha establecido su sede la fundación que lleva su nombre y el jardín de la sala de Santo Domingo se ha convertido en su museo al aire libre. Ahí se encuentra su imponente «Sagrada Cena», además de otras trece creaciones del escultor: «Reposo», «Toro», dos «guerreros de Riace», «Isabel la Católica», «Mujer del espejo», «Cisne», «Torero Manolete», «Torero capote», «Sinfonía», «Caballo brioso», «Espíritu de Castilla» y el logotipo de la fundación.
Antes de mostrarse esa extensa colección permanente, las calles salmantinas ya exhibían otras piezas significativas en la trayectoria del escultor.
Con sus tres metros de altura, en 1975 firmó «San Francisco de los pájaros», instalado en el parque al que da nombre el santo. La obra se concibió, según Luis Jiménez Martos, «para erigirlo en un espacio abierto, con mucha naturaleza en torno, como estuvo el Poverello de Asís». «Es una figura que tiene alas», señalaba el escritor.
De la convivencia de lo figurativo y la abstracción en Venancio Blanco hablan otras dos obras salmantinas instaladas en los años ochenta: «Monumento al vaquero charro», en la plaza de España, y el homenaje a Gerardo Gombau, en la plaza de San Julián.
El vaquero Charro nació en otra estancia del escultor en Italia, durante su etapa al frente de la Academia Española en Roma, inspirado en la estatuaria ecuestre clásica y en el recuerdo de su niñez en la dehesa salmantina. Al hilo de esta obra, el crítico de ABC Antonio Manuel Campoy se refería a Venancio Blanco como quien posiblemente era «el último gran escultor de caballos que le queda al ‘equicida’ siglo XX».
Con el monumento a Gerardo Gombau el premio nacional de Escultura de 1959 rendía homenaje a su paisano compositor, premio nacional de Música en 1945. Titulado «Alegoría de la música», toca uno de sus temas fundamentales junto a lo religiosa y lo taurino.
Por encargo del Ayuntamiento salmantino, Venancio Blanco realizó también el medallón de los reyes Juan Carlos y Sofía de la Plaza Mayor.
ALBA DE TORMES: Santa Teresa
Al lado de la basílica de Santa Teresa de Alba de Tormes (Salamanca) se erigió en 1977 el monumento a la santa acometido años atrás por Venancio Blanco como respuesta a un encargo de la villa y sufragado mediante una cuestación popular. La imagen -con un libro entre las manos- también parece, como la de San Francisco en la capital salmantina, tener alas, en este caso «en los vuelos de su capa carmelita», señalaba Luis Jiménez Martos en su obra sobre el autor.
Cuando la pieza estaba a punto de salir de la fundición, el escultor se refería a ella en las páginas de este periódico como el resultado de una idea «de todo un pueblo puesto en pie para costear este monumento». El interés de Venancio Blanco por el personaje quedó patente en una segunda escultura realizada casi cuarenta años después para el Museo Carmelitano de Alba de Tormes, en este caso representada como andariega, y en la extensa serie de dibujos realizados los últimos años en el efímero material de servilletas de papel.
PONFERRADA: Virgen de la Encina
En 2003, en la entrada a la basílica de la Virgen de la Encina de Ponferrada, se instalaba la escultura en la que Venancio Blanco recrea la leyenda del templario que encontró la imagen en el tronco de ese árbol. El motivo parecía hecho a su medida, ya que el autor siempre reconoció haber encontrado inspiración en la naturaleza de su niñez. «La encina es para mí el árbol por excelencia. Es como el camello de la estepa. La encina es como una escultura dramática que toma el carácter del hombre que la poda. Porque la mejor lección de escultura te la da una planta o un árbol», declaraba en un reportaje para Blanco y Negro en septiembre de 1977.
La escultura despertó al principio alguna objeción por su carácter poco realista, tal como recuerda el pintor José Sánchez Carralero en el catálogo de la exposición El espíritu de Castilla y León en la obra de Venancio Blanco: «El ciudadano no estaba acostumbrado a interpretaciones más libres». Pero el desaire duraría poco. «Hoy ningún ponferradino concibe la ciudad sin esta obra», concluye el artista berciano.
EDADES DEL HOMBRE: El manzano de San Juan de la Cruz
La edición salmantina de Las Edades del Hombre contó con una pieza de Venancio Blanco creada para la exposición (1993-1994). Es «El manzano de San Juan de la Cruz», motivo de unos versos del místico («debaxo del mançano / allí conmigo fuiste desposada...») grabados en la obra. Finalmente se instaló en la sede de la fundación que organiza las muestras de arte sacro.
El Monasterio de Santa María de Valbuena, en San Bernardo (Valladolid) exhibe así de forma permanente este bronce, que ocupa el lugar central del claustro levantado entre los siglos XIII y XIV.
CORTES DE CASTILLA Y LEÓN: El espíritu de Castilla
El premio Castilla y León de las Artes 2001 recibió el encargo de las Cortes regionales de crear una obra para la sede que iban a estrenar en Valladolid tras abandonar el castillo de Fuensaldaña. De ahí surge «El espíritu de Castilla» (2007), que desde sus más de cinco metros de altura preside el vestíbulo del edificio.
Renuncia aquí Venancio Blanco al bronce para realizar en acero corten esta obra abiertamente abstracta.
La definió su hijo, Francisco Blanco Quintana, en el catálogo editado para la muestra El espíritu de Castilla y León en la obra de Venancio Blanco, celebrada en las propias Cortes en 2013. «Expresa a través de su particular lenguaje plástico la esencia de su tierra y de los castellanos. Formas amplias, generosas, como los horizontes serenos de sus campos y la nobleza de sus gentes, se disponen en una vertical que mira al cielo: es la espiga, la espadaña, la mística de sus místicos. Es el espíritu de Castilla. Y es además el Espíritu, que da origen a la idea inicial de la que surge esta pieza. Porque el artífice participa de ambos».