Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
Amor al oficio
«Un torbellino que se sale del cuadro sin poner en peligro el sistema de pensiones»
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En latín, su nombre significa «altar del cielo», y evoca los sacrificios realizados a los dioses romanos. A sus 89 años, Araceli de la Fuente lleva toda una vida no detrás de un altar, sino de un mostrador de farmacia. De momento, no se le pasa por la cabeza la idea de jubilarse porque no sabe sentarse en un sofá sin hacer nada. De la añada de 1928, la misma del Che Guevara o una Gracita Morales que llevan lustros criando malvas, nació en el pueblo leonés de Luyego de Somoza, donde se dan la mano La Maragatería y La Valduerna mirando al totémico Teleno.
Tras estudiar Magisterio y Farmacia, trabajó en algunos establecimientos de Madrid. Luego pasó por San Emiliano, en Babia. En 1962 abrió como titular su primera farmacia en la localidad zamorana de Manganeses de la Polvorosa, cuando todavía había muchas calles sin pavimentar y la cabra arrojada por los quintos volaba desde el campanario de la iglesia. Allí permaneció más de tres décadas, para asentarse después en Gijón y regresar a Benavente, donde sigue al frente de su conocida botica día a día.
Deja entrever su carácter activo entre la impoluta bata blanca y esa mirada viva bajo unas gafas, con las que tan pronto lee prospectos como busca medicamentos entre las referencias. Siempre bien peinada. Porque el hábito no sólo hace al monje, sino que además refleja amor al oficio. El mismo que necesitó para pasar de las fórmulas magistrales al ordenador, de las pastillas Juanola al Prozac. Viuda, madre de seis hijos, la hacendosa Araceli suma 63 años cotizados a la Seguridad Social, medio siglo como autónoma. Ahí es nada. Acaba de recibir un premio de la Asociación de Trabajadores Autónomos por su trayectoria, la de un torbellino que se sale del cuadro sin poner en peligro el sistema de pensiones.