Artes&Letras

Amable Arias, un artista a contracorriente

La aparición de un inédito de poesía y una exposición en tres sedes recuerdan la trayectoria multidisciplinar del autor berciano, ajeno en lo personal y en lo artístico a las modas y tenencias dominantes

Exposición en el Musac dedicada a Amable Arias

C. MONJE

Pintó y escribió a contracorriente y, como en el caso de tantos otros creadores que no se plegaron a las normas ni a las tendencias dominantes, Amable Arias (Bembibre, León, 1927-San Sebastián, 1984) ha sido más reconocido tras su muerte que en vida. «Nunca pude hacer lo que los demás hacían o habían hecho. Esto y un vehemente deseo de decir se juntó a un grave orgullo que me ha producido grandes trastornos. Quería ser diferente a todos. Quería hacer lo que nadie había hecho en la historia del arte. Esto me llevó a cerrarme, a no conocer nada ni a nadie», dijo en su día el artista berciano. El párrafo, recogido en el catálogo de una de sus exposiciones, resume a grandes rasgos su trayectoria vital y artística.

Una exposición comisariada por Jesús Palmero y repartida en tres sedes : el MUSAC, el Centro Leonés de Arte (CLA) y las Casa de las Culturas de Bembibre, muestra hasta el 16 de abril todas las facetas creativas de Amable Arias, sus inquietudes y su lado más personal. A finales de 2016, la editorial Eolas lanzaba su poemario inédito Encantamiento y desencantamiento, al cuidado de la compañera del autor, Maru Rizo. Edición y exposición contribuyen a una recuperación que ya tuvo un primer capítulo cuando entre los años 2002 y 2003 la Junta de Castilla y León organizó una antológica itinerante y publicó el catálogo Amable Arias. La pasión reflexiva.

«Refractario a las etiquetas nunca se dejó atrapar por definiciones estrictas ni por teorías encorsetadas en los ‘ismos’, porque para él el arte era una aventura vital que le permitía expresarse con absoluta libertad», anota en su aportación a ese catálogo Carmen Alonso-Pimentel, quien ahondó en la obra de Amable Arias para su tesis doctoral.

Paisajista berciano

Se instaló en San Sebastián cuandoera adolescente, por lo que ha sido considerado un artista vasco. En ese entorno sí gozaría de cierto reconocimiento (formó parte del grupo Gaur, con Oteiza y Chillida). Pero las raíces dejaron una fuerte impronta en su obra. «Es muy significativo que viviendo en el País Vasco, donde hay una fuerte tradición paisajística, Amable pintara solo paisajes bercianos. Son las montañas agrestes y no el mar lo que le atrae», señala Alonso-Pimentel en La pasión reflexiva. «La arquitectura popular del Bierzo protagoniza sus primeras obras», añade.

En el Bierzo se produjo el desgraciado accidente que marcaría para siempre la vida y la obra de Amable Arias. Lo relata Maru Rizo en el prólogo a Encantamiento y desencantamiento. «A los nueve años, jugando con sus amigos, sufrió un grave percance: un vagón en vía muerta le aprisionó contra un muro. Las secuelas le supusieron reiteradas complicaciones médicas y el tener que usar toda su vida muletas. Pero no fue esta su única dificultad existencial, un padre maltratador y una pobreza que le acompañó gran parte de su vida, acabaron modelando un carácter reactivo a las penalidades y una arrebatada imaginación creadora de mundos compensatorios».

«Quería ser diferente a todos. Quería hacer lo que nadie había hecho en la historia del arte», dijo en su día

Ante las circunstancias adversas, Amable Arias encontraría refugio en la creación, a pesar de que apenas pudo recibir una educación reglada por sus problemas de salud y por la situación familiar. «El arte me sirvió para aguantar mi soledad llena de escarnios. Mi pintura surgió de una situación de exasperación interior y exterior. Recuerdo que desde pequeño sentí esa necesidad y me propuse que al menos dos cosas no me iban a quitar como las demás, y que lucharía por ellas: pintar y escribir», explicó.

Las dificultades físicas pudieron convertirle en un artista de estudio. Pero cuando empieza a pintar, mediada la década de los cincuenta, en sus estancias en Bembibre sale al monte a trabajar. Con sus muletas, ladera arriba tras aprovechar el trayecto del camión de los mineros. Desde el amanecer hasta que caía el sol. La tierra berciana y el residuo del carbón forman parte, literalmente, de su pintura, mezclados con el óleo.

Obra de Amable Arias

La evolución de la obra de Amable Arias a partir de esos paisajes, muchas veces abiertamente abstractos, tuvo su episodio más polémico en la exposición «Espacios vacíos», en las salas municipales de San Sebastián (1963). Entre las obras colgadas figuraban cinco marcos, solo los marcos. Al parecer, los organizadores vieron venir la polvareda y la muestra se abrió con dos días de retraso y gracias a la intervención a favor de Eduardo Chillida. Ni crítica ni público aceptaron el intento de «subvertir las estructuras burguesas», en lo que Carmen Alonso-Pimentel define como un «desafío a la sociedad como hombre de izquierdas».

«Se trataba de perturbar el orden establecido y de inquietar al espectador para que cuestionase el mundo respetable en el que estaba instalado», añade la historiadora del Arte. Alguien quemó uno de los cuadros y otro fue robado (aunque después se recuperó). «Ante este cúmulo de escándalos, el alcalde, D. Nicolás Lasarte, decidió prohibir en el futuro toda exposición de ruptura, coartando con esta medida la creación artística experimental».

«Pintura del átomo»

La controvertida exposición anuncia ya el rumbo de Amable Arias hacia una creación cercana al minimalismo, la etapa de la «pintura de la gota» o «del átomo», iniciada en 1966 y «basada en la reducción, en despojar la pintura de lo superfluo buscando lo esencial», en palabras de Alonso-Pimentel. Es, apunta Francisco Javier San Martín en su texto del catálogo La pasión reflexiva, un «proceso reductor en el que va descomponiendo la materia por medio de pequeños toques». Sus cuadros, con gran parte del espacio vacío, plasman ya una «abstracción llevada al extremo».

La búsqueda de una forma propia de expresión sería constante en su trayectoria, sin limitarse al campo de las artes plásticas, en las que cultivó la pintura, el dibujo o el collage. Como escritor, publicó en vida el poemario La mano muerta y desarrolló una «obra sonora», grabada y no escrita. Tras su muerte aparecieron Sobre el vaivén de las cortinas, Sherezades y una selección de sus Cuadernos experimentales del arte. En el epílogo al reciente Encantamiento y desencantamiento dice Rogelio Blanco que su producción pictórica y poética es «luminosa y delatora en tiempos tibios y lúgubres»; y su voz, «heridora y vibrante, aquietada, extraña y humilde».

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