Alcornoques tronzados

En Matilla de los Caños del Río , localidad salmantina que es cuna de picadores y donde pastan ganaderías de bravo, pervive todavía un antiquísimo oficio de expertos podadores de encina: los cortacinos. Una cuadrilla -colectivo nunca, por Dios, que suena guay- de hombres de campo que han aprendido la profesión a base de muchas jornadas de labor por montes y dehesas, a la intemperie, llevando a la práctica el saber heredado de sus antepasados. La corta permite aligerar la copa de ejemplares centenarios entre un desmoche y otro, ejecutada como se ha hecho siempre, pero entra en conflicto con una normativa de la Junta de Castilla y León de 2014.

Según esta disposición forestal, no se autoriza la poda de ramas de más de quince centímetros de diámetro, para evitar que las heridas faciliten la entrada de enfermedades que dañen al árbol. En este punto discrepan los cortacinos. Por otro lado, argumentan que la forma de las encinas será entonces similar a la de Extremadura , con ramas largas que resultan endebles ante temporales de nieve y viento. Entre el fuerte zarandeo del aire y el propio peso se parten, porque nuestro clima no es el de la región vecina, sino bastante más riguroso.

Lo hemos podido comprobar esta semana. La nevada del pasado martes ha dejado un paisaje desolador de ramas desgarradas y árboles tumbados en diferentes puntos de Salamanca, entre ellos el impresionante alcornocal de Valdelosa, Santiz y Zamayón . Tras la nieve sobrevino una señora helada que tronzó árboles vetustos, aunque los más jóvenes han soportado el envite meteorológico por su flexibilidad. Estamos en lo de siempre: la dialéctica urbanita-rural, teórica-práctica, presidente prófugo-presidente preso en la enésima ofuscación de Soraya, autonomía-recentralización… La experiencia es la madre de la ciencia. Y, a menudo, de tanto querer regular la naturaleza desde los despachos con la excusa de protegerla, vamos en contra de ella.