Antonio Piedra - No somos nadie

Adiós y gracias

El mozalbete Sánchez, en un esperpento para payos, se atrincheró en Ferraz con el rapazuelo Tudanca y cía

ANTONIO PIEDRA

El mozalbete Sánchez, en un esperpento para payos, se atrincheró ayer en Ferraz con el rapazuelo Tudanca y cía. Mientras, en el exterior, eran jaleados por el podemita Lanceu y demás chavistas, tildando a los críticos de «hijos de puta» para arriba. Todo inútil por una razón de peso: quien con niños se acuesta «zurrao» se levanta. Ha tenido que dimitir por imberbe. Desde Castilla y León le advertimos a Sánchez de algo tumbativo y letal: que hacer de Óscar López su manual de cabecera para ganar campañas -un líder de calicata que en la Meseta las perdió todas conduciendo a la militancia con una bici sin frenos- le llevaría al fracaso. Se lo escribimos aquí varias veces, pero Sánchez, como un pecado capital más, se fumó tan pancho, por 7 veces, el «puro cambio» de López.

Desde entonces -tanto el PSOE, como los votantes socialistas y los españoles en general-, hemos sido castigados con el peor de los escarmientos que señalaba el profeta Isaías (3,1-5) contra el pueblo elegido de Sefarad o de las Españas. Bajo sus aspiraciones de cambio, no solamente hemos empezado a perder «el sostén de pan y el sostén de agua», que habíamos recuperado con tanto trabajo y privaciones para vivir con cierta holgura y dignidad, sino que las urnas ahora nos habían concedido la peor de las plagas en política que anunciaba el profeta: «Y les dará mozos por príncipes, y reinará sobre ellos el capricho, y las gentes se revolverán los unos contra la otros, cada uno contra su compañero, y el mozo se alzará contra el anciano».

Pues esto, textual y en el mismo orden, nos ha traído Pedro Sánchez en procesión laica. El mozo más castizo de los Madriles, sin ganar ni una sola campaña electoral, ya se alzó con las primarias del PSOE bajo una pretensión adolescente donde las haya: «La voy a liar» parda. Y la ha liado. Se proclamó príncipe o presidente del Gobierno que es lo mismo, aunque sólo fuera por 24 horas. No lo ha conseguido, y ya jamás lo conseguirá porque el «puro cambio» de López no es más que una falacia por fandanguillos. Si Sánchez hubiera leído al madrileño Francisco de Quevedo, que distinguía a la perfección entre jetas y caras que se miran continuamente al espejo, se habría dado cuenta a tiempo, como escribía en un romance irónico, que «Arrojar la cara importa/ que el espejo no hay por qué».

Y tras su ambición, todo se pobló de caprichos en cascada: gestoras inventadas, proposiciones de quita y pon, trivialidades y coqueterías para una función de arte y ensayo, sectaridad niquelada como el pan de cada día, liquidación al amanecer del compañero crítico, y mofa de la veteranía porque la mediocridad en alza eleva los corazones. Los españoles sin rencor le han dicho a Pedro Sánchez 7 veces en las urnas que no. Y ahora, tras su dimisión forzosa, le dicen hoy domingo con todas las ganas: adiós y gracias, galopín.

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