ERASMUS

30 años de saber compartido

Más de 84.000 universitarios han participado en este programa, recalando en las universidades de la Comunidad o estudiando en países europeos

Estudiantes de la Comunidad informandose del programa F. HERAS

CRISTINA ROSADO

Impulsar la integración europea a través de la educación, así como la movilidad de los universitarios y crear ciudadanos europeos. En definitiva, generar y estrechar lazos entre los países con el conocimiento como base fue la idea que estuvo en la génesis del programa Erasmus hace 30 años. Desde 1987, las becas del «European Community Action Scheme for the Mobility of University Students» han hecho posible que más de 84.000 alumnos hayan participado de esta experiencia en las universidades públicas de Castilla y León, bien partiendo de ellas para estudiar en otros países, bien siendo alumnos de alguno de esos países que eligieron una de las universidades de la Comunidad para cursar parte de un año académico.

Con el paso del tiempo, no sólo el nombre ha evolucionado, sino que, además, a la tradicional movilidad de estudiantes entre países se ha unido la de investigadores, el personal de administración de los centros y se ha dado el salto a que las prácticas de los estudiantes puedan también realizarse en otros puntos de Europa. Y es que el Erasmus «es una de las mejores cosas que le ha pasado a la universidad», explica la directora general de la Junta de Castilla y León dedicada a este área docente, Pilar Garcés. No sólo en el ámbito de la investigación científica, también por «el mundo que se les abre a los estudiantes», y en su plano personal. «Son más independientes, más seguros, y esas son competencias que comienzan a valorar mucho en las empresas», subraya. Además, considera, «son auténticos embajadores de la marca España». La economía de la Comunidad también se ha visto beneficiada por la llegada de estudiantes extranjeros en los últimos años, sobre todo, en lo relacionado con la hostelería y gastronomía. Por todo ello, el balance de estas tres décadas ha sido «muy positivo en general» y ha ayudado a «enriquecer» el concepto de Europa y al intercambio cultural.

Aunque Valladolid y Salamanca siempre han estado a la cabeza tanto en el envío como en la recepción de estudiantes, Burgos y León también han ido ganando «marca y prestigio» gracias al programa, al que las universidades privadas también han ido subiéndose con el paso de los años. «Las universidades de Castilla y León sí están en el mapa para los estudiantes extranjeros», explica. En 2017, el Gobierno regional decidió recuperar las ayudas que hasta 2011 había aportado a estos estudiantes -se presupuestaron 700.000 euros-. Se trata de un «apoyo complementario» a las becas que entrega el Ministerio. La intención es que en 2018 se destine un millón de euros a este apartado y que se mantenga así en los cursos sucesivos, informa M. Antolín.

«Hoy una universidad no se entiende si no es en este contexto de intercambio», dice el vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Salamanca, Efrem Yildiz. Profesor de estudios Hebreos y Arameos en esta Universidad y excoordinador institucional de los programas Sócrates y Erasmus en la Facultad de Filología de 2004 a 2011, conoce bien las ventajas de que los alumnos salgan de su país para formarse en otro. Para él, «este programa tiene la importancia de haber unido 27 países sin derramamiento de sangre», de suponer «un enriquecimiento mutuo» porque «es una de las mejores vías para entender Europa y su contexto, una forma de hacer Europa».

Insiste en que si la Universidad «tuviera medios económicos suficientes para enviar a todos sus alumnos a otro país mediante este programa, lo completaría, de modo que fuera un experiencia obligada para que pudieran ver más aspectos de los que pueden ver estando los cuatro o cinco años en la propia casa», y avanza que la USAL realizará un estudio económico de los costes de disfrutar de una beca en los diferentes países europeos en aras de poder adaptar las ayudas que aporta para completar la beca al nivel de vida de las distintas ciudades europeas.

Según Yildiz, la USAL es la universidad que más alumnos extranjeros recibe en la Comunidad debido «a la oferta amplia de estudios con que cuenta y a su importancia como una de las cuatro universidades más antiguas de Europa: 978 este curso 2017-2018. Pero también envía estudiantes fuera, 514 este curso. Y no olvida «los matrimonios surgidos de la convivencia entre Erasmus y alumnos del país al que llegan, y también recuerda que el apoyo que la USAL ha dispensado a esta iniciativa desde el inicio sigue también la impronta que dejaron aquellos sabios salmantinos que ya en el siglo XVI «tuvieron la idea de llevar el saber a ese mundo desconocido» que era Iberoamérica. Manifiesta que «los resultados llegan un poco lentos, pero a la larga resulta un beneficio de un valor incalculable» invertir «en nuestros alumnos», que serán los que internacionalicen las universidades.

Obligatorio, «como la Mili»

Mar Fernández, directora del Área de Relaciones Internacionales de la Universidad de Valladolid ya comentaba en 2012 para ABC que esta experiencia «debería ser obligatoria como la Mili para todos los alumnos». Hoy, preguntada por si sigue pensando igual, afirma rotunda que «sí». Empezó a trabajar en este área en 1987, cuando nacía el Erasmus, «y hemos vivido de todo y sobrevivido a muchas situaciones difíciles, sobre todo creadas por los diferentes ministros de Educación», debido a que la cuantía de la beca que recibe un alumno sufre cambios año a año. Aún así, destaca que «Erasmus es ya una parte de la sociedad y no puede desaparecer. Si fuera así, las universidades seguiríamos movilizando a nuestros chicos con nuestros fondos porque se ha creado una cultura Erasmus y se ha visto que es evidente la necesidad de estos programas para que tengan una formación más completa, y más en este país, que es una fábrica de parados». Estima que «permite mejorar la empleabilidad del alumno», sin olvidar los beneficios económicos que deja la presencia de estos estudiantes en las ciudades que los reciben.

Estas becas suponen para los alumnos participantes «un oportunidad que hay que aprovechar» para conocer nuevas formas de aprendizaje, otras metodologías. Es lo que refiere una de esas alumnas, Sonia Blanco Fuente. Está a punto de acabar Arquitectura en la UVA y ya estuvo como Erasmus en Hungría hace dos años y quiso repetir la experiencia, pero esta vez en la modalidad de prácticas en empresas, una opción «que les cuesta más elegir a los alumnos», según Fernández. Blanco acaba de regresar en enero de unas prácticas en un estudio de arquitectura de Viena (Austria). Allí viajó en septiembre de 2017 y afirma que ha sido un viaje «muy enriquecedor» porque «noto que he ganado confianza personal y profesional, que es lo que te da la experiencia en el extranjero, que también te abre a otras culturas y a experiencias nuevas», junto a perfeccionar idiomas. Considera que la cuantía de la beca «es un poco justa» porque el alumno tiene que poner recursos propios para vivir en ciudades con nivel de vida alto -ella recibía 400 euros al tratarse de Austria-, pero piensa que es un dinero muy bien empleado porque supondrá «algo positivo» a la hora de encontrar empleo.

También Anabel Tovar es una entusiasta de este programa. De hecho, cursó en Brest (Francia) 9 meses de una doble titulación relacionada con Comercio, el Grado que ella estudió en la Universidad de Valladolid. «Aprendes a vivir solo, a sacarte las castañas del fuego», y respecto a la fiesta, «hay de todo, gente que no estudia y gente que se lo toma en serio, incluso madres de 50 años que ahora son Erasmus».

«Se trata de encontrar un equilibrio entre libros y diversión», dice Pietro Paciosi, que estudia en la UVA procedente de la Universidad de Perugia (Italia). Para él, lo mejor es el contacto con otras personas y «que nos permite construir puentes, sobre todo en este particular momento de crisis que se intenta erigir muros».

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