Reivindica servicios sociales de calidad en el último periodo de su vida
María Victoria González, enferma terminal, necesita atención las 24 horas: «Hace falta más sensibilidad»
Ser luchadora y dar a conocer situaciones injustas e inexplicables cuando eres una enferma terminal, no es nada fácil. Hay que sacar mucha fuerza de un cuerpo frágil y agotado para reivindicar, en el último periodo de vida, servicios sociales de calidad.
Es lo que hace María Víctoria González Carrasco, de 54 años, que recibe cuidados paliativos en el Hospital ‘Nuestra Señora del Prado ’ de Talavera de la Reina . Esta paciente, muy consciente de su estado y lejos de negar la realidad o enfadarse con el mundo por las consecuencias de su enfermedad, tiene una necesidad muy grande de dar a conocer su situación, que es la de muchos otros enfermos que se encuentran sin recursos y necesitan a alguien las 24 horas del día para realizar acciones tan normales para otros como acostarse, prepararse comida o asearse.
Hace seis años a María Victoria le diagnosticaron un cáncer colorrectal. Tras una colostomía (cirugía en la que el el tránsito intestinal es derivado hacia el exterior), quimioterapia y radioterapia, la enfermedad se complicó con una fístula y la picadura del mosquito que le transmitió la leishmaniasis. Desde entonces recibe tratamiento en el hospital cada 15 días.
Además fue fumadora y tiene una EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) bastante grave y necesita oxígeno en casa.
María Victoria se quedó viuda muy joven y con un hijo. Vive con él y una mascota, y hasta hace poco con su hermano, que le ha dado «ocho años de su vida» con atenciones constantes. Pero ahora pide ayuda y necesita más apoyo en casa para cuando salga del hospital . «Me hicieron una valoración de minusvalía en Madrid y tengo el 78% y un grado de dependencia 3, me falla un pulmón, y ahora me dicen que tengo que estar en casa para que vengan a revalorarme», comenta indignada. Y es que al trasladarse a Castilla-La Mancha debe iniciarse de nuevo el proceso, y además los recursos en esta comunidad autónóma son menores.
Ella necesita a una persona 24 horas, su hijo trabaja y no sabe cómo sobrevivirá cuando salga del hospital. Para los médicos de paliativos y psicólogas de la Asociación Kseman solo tiene palabras de agradecimiento y admiración. «Son un equipo de referencia, chapó», dice.
También solicita la creación de espacios en el hospital para que los enfermos terminales puedan salir «al aire libre y que nos dé el sol, un lugar donde puedan traerme a mi perro, con 10 minutos bastaría, un espacio atendido por voluntarios y gente que empatice con nosotros», añade sobre este servicio que complementaría a la sanidad pública.
María Victoria tiene una realidad que vive mucha gente, desafortunadamente. Hay enfermos terminales de su edad que conviven con padres de casi 90 años que no pueden ayudarles, o enfermos viviendo en bloques de pisos sin ascensor con el consiguiente problema a la hora de salir o de volver del hospital.
Con mucha entereza, María Victoria puede aceptar que su vida termine, pero sabe que sus dificultades serán mayores cuando vuelva a casa. Asegura que los servicios sociales dejan mucho que desear pues los necesita y no puede, de momento, acceder a ellos. «Hace falta más sensibilidad», confiesa.
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