Morante-Aguado, y nada más

Los dos sevillanos, muy inspirados, ofrecen un recital de buen toreo en las fiestas del Milagro en Illescas

Pablo Aguado, en Illescas este sábado Romera
Juan Antonio Pérez

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«Hoy torea José Antonio y dos más», le decía un compadre a otro en una de las barras de la plaza de toros de Illescas mientras pedían su correspondiente gin-tonic. José Antonio es José Antonio Morante Camacho, natural de La Puebla del Río, cuarentón, 22 años de alternativa y una religión en sí mismo. A Morante , como a Curro, se le va a ver para hacer el paseíllo. Y con este reclamo acuden en masa un montón de fieles. La mayoría de las tardes no hay triunfo, pero ¡ay cuando lo hay!

Aguado , veinteañero de Sevilla capital, lleva muy poco tiempo de alternativa. Pero tiene pinta de que formará otro credo y los compadres acudirán a verlo y dirán: «Hoy torea Pablo y dos más».

En Illescas, los dos diestros orquestaron este sábado una sinfonía de buen toreo. Cada uno cortó dos orejas a uno de sus toros. José María Manzanares también desorejó dos apéndices a uno de sus oponentes, con lo que los tres igualaron en trofeos. Pero al alicantino, sin estar mal, no se le puede comparar con los otros dos colosos ante los toros de José Vázquez —el sexto de Daniel Ruiz—, que se prestaron al triunfo, aunque la historia se olvidará de ellos porque no fueron ejemplares de bandera.

¡Milagro, milagro!

Y salió el cuarto. Y montó un guirigay en los dos primeros tercios. Se fue de un caballo a otro, e hizo hilo en banderillas; vamos, un toro de los que a Morante le duran tres segundos. Sin embargo, en las fiestas del Milagro en Illescas se registró entonces un fenómeno casi sobrenatural. José Antonio empezó doblándose con él, flexionando una rodilla, pudiendo al animal, corrigiéndole los defectos y enseñándole a embestir.

Morante es único porque sus faenas no se parecen a las de nadie. Y en este pueblo toledano hubo derechazos, sí, y enormes naturales, también; y todo ello lo fue intercalando con molinetes, ayudados por alto y trincherazos de cartel. El público, enloquecido y a la vez sorprendido porque nadie esperaba nada del sevillano al coger la muleta.

La faena terminó como empezó, con el torero doblándose por bajo. Y, además, lo mató bien. Lo premiaron con dos orejas aunque, si le hubieran dado el rabo, el público no se habría puesto colorado.

En su primero había estado bien con el capote, a la verónica y en un quite por chicuelinas. El inicio de faena había resultado prometedor, pero la labor del diestro se fue viniendo abajo con un toro al que le faltó motor.

Morante, en pleno éxtasis Romera

Pablo Aguado tiene la virtud de que el público se quede callado cuando torea, lo cual no es fácil en estas tardes de postureo, «fachalecos» y con una buena parte del «respetable» mirando a cualquier cosa que no sea el ruedo. En su primero, Aguado no fue Aguado, o al menos el torero que conocemos. ¿Por qué? Pues porque se empeñó en una laboriosa faena con la que no tuvo ningún éxito. Prueba de ello es que escuchó un aviso.

Sin embargo, en el sexto abrió el tarro de las esencias ya con el capote al recibirlo de rodillas, señal de que no quería irse de vacío. Llevó al animal al caballo con garbosas chicuelinas al paso y un extraordinario quite de tres verónicas, rematadas de rodillas. La plaza, puesta en pie, y el señor de delante se persignó implorando: «¡Ave María purísima!». Fue algo así como cuando, en la famosa faena de Manolete a «Ratón», el intelectual Agustín de Foxá levantó las manos y exclamó mirando al cielo:«¡No nos lo merecemos!».

Luego, con la muleta, la faena fue más bien corta; como tampoco habían sido muy largas las dos con las que se consagró en Sevilla la pasada temporada. Pero es que no hace falta mucho más. Cuatro o cinco tandas de extraordinarios muletazos a cámara lenta, rematados con unos trincherazos soberbios. ¡Qué lujazo! ¡Y qué difícil emocionar después del espectáculo de Morante! Aguado mató bien y le dieron dos orejas. Y como a José Antonio, también le podrían haber dado el rabo de un toro que contó con la extraordinaria lidia del magnífico subalterno Iván García. Tampoco nadie se habría puesto colorado.

Manzanares le cortó dos orejas a su primer toro, en el que destacaron los buenos pares del banderillero Daniel Duarte. En la faena hubo dos grandes tandas con la derecha, llevando a su oponente muy largo y humillado. Luego se cambió la franela a la izquierda y la magia desapareció. Fue a menos. Mató recibiendo y clavó media en buen sitio. El toro cayó rápido y el doble premio le valió salir a hombros de la plaza junto con sus compañeros. Pero, claro, visto lo visto en conjunto, sus dos trofeos fueron excesivos.

En su segundo toro, Manzanares dio muchos pases, pero la sosería del animal impidió cualquier emoción.

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