«Yo compraba los alimentos con un fin altruista y luego los repartía»
El tendero detenido en Nombela niega que tuviera 800 kilos de género caducados: «Eran muy poquitos y no estaban a la venta»
J. J. P., el tendero de Nombela detenido por vender género del Fondo de Alimentos de la Unión Europea y alimentos caducados, afirma que su negocio de ultramarinos está cerrado desde que el Ayuntamiento lo clausuró el 2 de febrero «por malos olores», «aunque el juez no ve necesario haber cerrado la tienda».
« Yo estoy jubilado, quería liquidar esto (el negocio) porque había mucha mercancía metida y la crisis nos ha jodido », se lamenta antes de explicarse sobre el hallazgo de la Guardia Civil y la Junta de Comunidades en su viejo establecimiento de Nombela (920 habitantes), donde dice que se vendía desde sujetadores hasta pienso para gatos.
Según el tendero, de 75 años, la decisión municipal estuvo propiciada por la operación «Manjar» de la Guardia Civil, que había intervenido, cinco días antes, 350 kilos de alimentos pertenecientes al Fondo de Alimentos de la Unión Europea. En la última fase de la operación, hace unas tres semanas según J. J. P., la Guardia Civil descubrió también en el mismo local 800 kilos de alimentos caducados que estaban puestos a la venta, algunos de ellos en estado de putrefacción. Por todo ello, a J. J. P. se le acusa de los delitos de estafa y contra la salud pública.
Desde los 14 años
Sobre la venta de 350 alimentos del Fondo de Alimentos de la UE, el tendero se defiende: « Yo pagaba un dinero por esa comida a unos gitanos que me suplicaban que se la comprara y por eso me quedé con ella ; por tanto, lo hacía con un fin altruista y luego esos alimentos los repartía entre mis hermanas, entre otras personas necesitadas y, lo que estaba caducado, era para los animales. Esos alimentos no estaban en la sala de ventas, sino en cajas en el portal para consumo propio». «Los gitanos me vendían la comida que les daban en el banco de alimentos y yo les pagaba un dinero, ¡no me la iban a dejar gratis!», insiste el comerciante, quien asegura que llegó a reprochar a la Guardia Civil que no vigilase más la mala práctica de esas personas.
Afirma que llevaba poco tiempo con esos actos altruistas en su local, de 120 metros cuadrados y abierto desde hace más de 60 años. «Mi padre me puso la tienda cuando tenía 14 años. Nunca he faltado, solo tres o cuatro días por mi boda», recuerda el tendero, quien afirma que pidió a la Guardia Civil que no se llevara esos 350 kilos de comida y que se los entregaran al párroco, «o a quien le hiciera falta».
Sobre los 800 kilos de género caducado puesto a la venta, el dueño de la tienda de ultramarinos relata que «había cosas caducadas que yo ya había retirado antes de que llegara la Guardia Civil. Lo que estaba caducado, que era muy poquito, no estaba a la venta». Reconoce, sin embargo, que vendió «alguno» al público aunque «sabía que no se podía hacer eso».
Entre esos 800 kilos de alimentos decomisados, el tendero se queja de que se llevaron incluso sal, arroz, judías, aceite y hasta pienso para los gatos. « Decían que habían estado en contacto con productos químicos. ¡Qué va! Lo que pasa es que han ido con mala baba a raíz de alguna denuncia que no sabemos de quién es », espeta el tendero, que ya ha declarado ante un juez en los juzgados de Torrijos con la asistencia de un abogado de oficio.
Cuenta también que pidió al alcalde, Carlos Gutiérrez Prieto, que le ayudara a buscar a alguna persona interesada en alquilar el local «quitarme este enredo». Y asegura que reprochó al regidor municipal que no protegiera la tienda. ¿Protegerla de qué? «Pues de la Guardia Civil y de los veterinarios para evitar todo este potaje», aludiendo a la operación «Manjar».
Entretanto, el tendero está pendiente de que alguien se interese por su negocio: «Estoy esperando que venga algún moro para que se lleve estas cosas» (sic).
Al final de la conversación, pregunta: «¿Sabes quién querrá libros? Tendré unos 6.000 libros para vender y ya se habrán llevado otros 6.000. Tengo diccionarios, enciclopedias, hasta la Enciclopedia Británica sin desembalar, y tengo libros en piel de clásicos españoles. A ver qué pasa y, si no, todo esto habrá que quemarlo», propone el comerciante, que reside en una vivienda encima de la tienda. «Ayer (por el jueves) vinieron señoras llorando para preguntarme qué me había pasado. El caso es que me han jodido», concluye.
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