Corpus en Toledo: crónicas de un idilio taurófilo
Ocurrieron en el año 1927 y dieron lugar a un curioso idilio que tuvo como protagonistas a un matador de toros y a las gentes taurófilas de Toledo
La historia de Joaquín Rodríguez 'Cagancho' y Toledo, en imágenes

Ya sabe a Corpus Toledo, ya huele a su aroma la ciudad. La fe y la espiritualidad festiva de la mañana dejan paso, horas más tarde, a otra fiesta que va unida a ella por tradición: el arte de lidiar toros. Y no han sido pocas las vicisitudes que a lo largo del tiempo se han sucedido en el coso toledano durante las tardes de sus Corpus. Ahora, les invito a retrotraerse a otra época para recordar alguna de aquellas tardes singulares. Tardes que, como las noches toledanas, no dejan indiferentes al paso de la historia. Ocurrieron en el año 1927 y dieron lugar a un curioso idilio que tuvo como protagonistas a un matador de toros y a las gentes taurófilas de Toledo. Culminó un jueves de Corpus, concretamente el 16 de junio, pero ese idilio había comenzado fechas atrás.
En aquella época las gentes taurófilas de Toledo (y de fuera de la ciudad que por aquellos días festivos la visitaban de buen grado) eran lógicamente heterogéneas y puede imaginárselas el lector a su conveniencia. El matador de toros no era otro que Joaquín Rodríguez 'Cagancho', un torero muy suyo y singular. Nacido en el sevillano barrio de Triana, allí puede contemplarse una placa que reza: En el seno de una familia de cantaores, vino al mundo en este extremo de Evangelista un genio del Arte de torear, Joaquín Rodríguez 'Cagancho', quien llevó a los ruedos la magia de los duendes de La Cava. Nació en 1903 y murió en México el último día del año de 1983. De madre cigarrera y padre de etnia gitana, éste último ejercía como herrero en la zona de La Cava y como cantaor entonaba, por lo visto, unos espléndidos martinetes en la fragua. 'Cagancho' era nieto y primo de grandes cantaores. Admirado por Federico García Lorca, fueron grandes amigos. Su atractivo físico no pasaba para nada inadvertido al género femenino y rodó películas con la gran Carmen Amaya. En México se convirtió en un auténtico ídolo para la afición y la República de aquel país le concedió la Medalla del Arte el 27 de diciembre de 1931. Y hasta aquí un breve semblante biográfico. Empero, vayamos a lo que nos atañe.
No puede por menos que resultar curiosa la historia del idilio surgido entre los aficionados taurinos que por aquel entonces acudían al coso toledano y el matador que ha pasado a la historia popular de la tauromaquia, precisamente, como paradigma de ser capaz de lo mejor y de lo peor a un tiempo; ya saben, aquello de quedar peor que Cagancho en Almagro. Tal vez fuera porque el gitano de ojos verdes -como decía de él otro gran torero, Jaime Ostos- era muy supersticioso y había tardes que decía que escuchaba una voz que le decía que no fuera a torear… pero desde luego eso no le pasaba con Toledo, de ninguna de las maneras. Y ello pese a que la ciudad, hasta esas fechas y durante un largo período de tiempo, había jugado muy malas cartas con el espectáculo de los toros hasta que surgió la figura de un toledano de pro, Don Domingo González 'Dominguín', al que se refiere así la prensa toledana – El Castellano- de aquellos días : «He aquí otro toledano al que Toledo no agradecerá nunca los enormes beneficios que su iniciativa, su decisión y su arrojo financiero atraen sobre la ciudad. No es un secreto. En Toledo era un problema de solución imposible dar estos espectáculos. Los que lo intentaron, se trajeron la ruina, y todos los demás empresarios no querían ni hablar de ello. Dominguín ha conseguido en calidad de cartel, elevar a Toledo sobre todas las capitales de España, incluso Madrid; ha suprimido las distancias, y en los días de gran corrida, millares de taurófilos, en trenes y automóviles, vienen a Toledo y en Toledo comen y en Toledo pasan el día, y aquí quedan, como señal de un paso, muchos miles de duros».
El inicio del idilio entre afición y torero se gestó el domingo 8 de mayo de 1927 cuando 'Cagancho toreó junto con Márquez y Marcial Lalanda seis toros de la ganadería Coquilla. Ya antes de ese domingo, la prensa local – El Castellano- recogía unas curiosas Coplas del momento (enigma nacional) nacidas de la pluma de Benigno Alonso. De satisfacción me ensancho: pronto en el taurino ruedo causarán pasmo en Toledo las faenas de Cagancho. Fuera ocioso presumir un lastimoso actuar del gran torero. Sólo está en que diga: «quiero», y en Toledo lo dirá. El arte resurgirá donde el arte se respira; y si Cagancho esto mira debe torear sin miedo, pues no perdamos de vista que quien torea es un artista y el arte se da en Toledo. Vuelta al ruedo dará el artista gitano en el coso toledano que 'crugirá' de emoción y 'arderá' de pasión grata al ver que Cagancho mata después de un gran 'faenón'; (si es que no mete la pata y todo lo desbarata con su 'gris' actuación). Cagancho es un estilista y su estilo es muy genial, lo mismo cuando se arrima que cuando en nada se estima y huye del bruto animal. Pero Márquez y Marcial partirán también el rancho con el artista Cagancho, y en competencia los tres es seguro que el gitano aquí correrá la mano ¡si es que no corre los pies! y la pluma de Ali-Muki (seudónimo del periodista taurino Don Antonio Zamora Moli) vaticinaba lo que ocurriría Como mañana salga el sol 'picando', los toros van a salir buenos, los toreros se apretarán muy fuerte los machos y en la plaza de Toledo se escribirá una de las mejores páginas de la historia contemporánea del toreo. Conste que el lleno será completo, por lo que se ve, pues de todas partes se han hecho pedidos de localidades en gran escala, hasta el punto de que los 'remolones' no van a tener otro remedio que colocarse en el tendido de los 'sastres'.
Y del inicio de aquel idilio surgido en Toledo entre afición y torero nació una crónica taurina emblemática y sentida como pocas veces ha sido escrita y publicada. La recoge el diario ABC en su edición de 10 de mayo de 1927 y está firmada por el ilustre periodista talaverano Gregorio Corrochano bajo el título El torero Cagancho es una talla del Montañés (en referencia al escultor andaluz figura de la imaginería Juan Martínez Montañés) y que, extractada, se lee: «El domingo salió de Madrid un coche; luego otro, en seguida más; el último en llegar a Toledo ocuparía un guarismo de millar. Esta gente ¿adónde va con tanta unanimidad y tanta urgencia?, se preguntaría el no iniciado en lo que es un domingo de mayo con toros y con un torero al que la multitud espera lincharle o glorificarle. Ya se sabe, no hace falta decirlo, que este torero este año es Cagancho. Y ayer toreaba Cagancho en Toledo. Cagancho es el torero de las multitudes, que no pueden permanecer en reposo en el tendido; las inquieta, las excita, las encoleriza o las hace rodar sometidas las gradas de la plaza, hasta caer a sus pies en el ruedo. El orden público se desordena un poco en presencia de este torero, porque las pasiones, ha tiempo apartadas, van a la plaza cuando torea él. Y al acabar la tarde, los custodios del orden intervienen para que no le mate la ira o no le mate la admiración, que de las dos maneras matan las muchedumbres… El torero de Cagancho es como el péndulo, va de un lado a otro sin pararse en la vertical: tic-tac, tic-tac, aplausos-pitos, exaltación-rencores. La vertical es el equilibrio del reloj, pero es también que se le ha acabado la cuerda. Ayer en Toledo. Primer toro de Cagancho. Precauciones. Muleta atravesada de pico. Facha grotesca de un hombre que no sabe torear. ¿Pero es éste? ¿Pero se ha vestido de torero alguna vez? La ira toma asiento en unas localidades no vendidas de la plaza, y empieza su función dañina de inquietar al espectador. En tanto el torero - ¿el torero? - sigue su lamentable faena. El toro, comparecido, acude distraídamente, no queriendo hacer uso de sus armas al verle descubierto y perdiendo terreno… Por sexta vez en la tarde, un hombre vestido de gris asomóse al ruedo a ver si andaba alguien por los alrededores, y, como no viera peligro, dio suelta al último toro. Casi al mismo tiempo caía de un tendido un muchacho deslumbrado por el uniforme del torero; los uniformes vistosos han hecho muchas vocaciones. Con esa terquedad de poseído de todos los espontáneos, no se le podía reducir por la fuerza. Cagancho, que, como gitano, por instinto de raza, conoce el dolor inútil de la persecución, se acercó al perseguido, montera en mano, como si le brindara el toro, y algo le dijo que aplacó al muchacho y abandonó el ruedo. Y en este toro… Todavía al recordarlo siento un poco de frío. El gitano negro va vestido de blanco. Ya en esto se ve que está influenciado por el contraste. Pausadamente, como un fantasma, se acerca al toro. Con el palillo de la muleta y la espada hace una cruz, y así se presenta a la multitud este hombre seco como un cartujo, del color de la madera que eligiera para sus tallas el Montañés. Pasa el toro sin que el leño se nueva, y hay en el tendido ruido de apoteosis. La izquierda mano, huesuda o leñosa, asoma obscura por la manga blanca salpicada de oro, y la figura adquiere majestad cuando el toro pasa tras la escarlata de la muleta… La muchedumbre, en pie, dice cosas que no se oyen, porque todas las voces se funden en un clamor. Aquella mano del Montañés… hace unas cosas de torero, de un sabor torero que empalaga… Yo no vi nunca más armonía, ni más bello conjunto, pero una belleza dolorida. ¡Qué gesto, qué colorido, qué movimiento! El brazo largo parecía desprendido del madero, en esas estampas antiguas, en que se rememora el milagro de un quite. Toreando, parece una talla del Montañés. Es un toreo que fascina. La música toca un pasodoble. Es una música demasiado alegre que no le va a este toreo. La música lo comprende y calla. Sólo el bordoneo de una guitarra podría hacer un fondo musical a este momento, y yo de buena gana soltaría mi pluma, que tampoco le va a la faena, por escuchar el comentario que Manuel Torres hiciera en un lamento (referencia al ilustre cantaor jerezano fallecido en 1933). Estas cosas gitanas se sienten, se cantan y se lloran, pero no se escriben. Yo no sé expresarlo sino diciendo que tengo todavía un poco de frío… Cuando Cagancho coronó su faena con una estocada atravesada y descabelló, la muchedumbre se echó a la arena. Le estrujaron, le quitaron las zapatillas, se le llevaban a pedazos, como un relicario. Intervinieron los guardias. Siempre los guardias, para que no le maten de rabia o para que no le deshagan de entusiasmo y se le lleven a pedacitos, como prenda de una tarde. Sino de una raza libre que ve su vida errante intervenida. ¿Adónde vais, hijos de Faraón? Parad. El mundo se ha organizado, y en todas partes encontraréis un guardián. La muchedumbre se impone, y lo alza, y lo saca, y lo lleva sobre sus cabezas, camino de la imperial puerta de Visagra, el mejor arco triunfal. Por ahí entraron elegidos paladines y, entre ellos, este torero, las medias rotas, la corbata como una divisa, la pechera desgarrada en el sitio de la lanzada, los brazos colgantes, y así va hacia Toledo la muchedumbre, con esta talla del Montañés, que parece arrancada de un madero. Regresamos de noche, por el túnel de ópalo de la carretera pulverizada. Como entre nubes, se ve la luna. ¿Viste a Cagancho, luna lunera? No le ha visto. Pobrecita luna lunera y pobrecitos todos los que no le vieron. Luna lunera, pregunta al Montañés si no es este torero su talla más armoniosa de línea y de gesto. La luna se ocultó, acaso fue a llevar noticias de lo que la dije. Yo, medio adormilado pensé: Creo que Cagancho no sabe torear (técnica); pero cuando torea…; al recordarlo me desperté escalofriado y me crucé el abrigo».
Y no solamente la crónica de Corrochano, también la prensa local – El Castellano, a través de la firma de Ali-Muki- se hizo merecido eco del inicio de aquel idilio plasmando un titular irrevocable el día 9 de mayo: «Una fecha memorable en el toreo. Cagancho corta dos orejas y un rabo, en Toledo, y es llevado en hombros hasta el Hotel» para continuar narrando «La animación de ayer en Toledo fue tan extraordinaria que parecía la misma que la que se registra anualmente el día del Corpus. La presentación de Cagancho en una plaza, hoy día la mayor novedad taurina, es motivo suficiente para poner en movimiento a millares de personas. Ayer se congregaron en Toledo más de 6.000 forasteros. Los trenes todos llegaron abarrotados, y en la capital se acercaron a un millar los autos que tuvieron entrada. La fecha del 8 de mayo será recordada con regocijo por la afición taurina, y muy especialmente por el vecindario de Toledo. Poco antes de las cinco, presentaba nuestro circo taurino la animación de los grandes acontecimientos, pues sus localidades se hallaban todas ocupadas. El público que llenaba la plaza, estaba esperanzado de que esta tarde habían de ocurrir en el ruedo cosas extraordinarias, como así pasaron… Los guardias rodean a Cagancho, pero el entusiasmo es tan grande, que centenares de espectadores se echan al ruedo apoderándose a viva fuerza del torero, al que el presidente había concedido las dos orejas y el rabo del toro, y después de pasearlo por el redondel en hombros lo llevan así hasta la fonda, dando vivas a Cagancho. La manifestación pública que llevó triunfante a Cagancho desde la plaza hasta el Hotel Castilla (actual sede de la Delegación Provincial de la Tesorería General de la Seguridad Social en Toledo en la Plaza de San Agustín) era tan compacta, que obligó a que la circulación de coches por las calles quedara interrumpida durante el tiempo que duró aquélla».
Y continuó el idilio hasta culminar convertido en una entrega total y definitiva la tarde de aquel Jueves de Corpus del 16 de junio de 1927. Así lo reflejaron para siempre las crónicas del inefable Ali-Muki en El Castellano la jornada anterior y la siguiente: Han sido desencajonados los seis magníficos toros que el marqués de Guadalest ha enviado para que luzcan sus habilidades el 'abuelo' Rafael «el Gallo», que cada día es una novedad; Manuel del Pozo (Rayito)… y el inmenso Joaquín Rodríguez (Cagancho), que con la capa y la escarlata torea como jamás se ha visto y como no será fácil pueda verse nuevamente. La afición de Toledo y Madrid recuerda 'asustada' la indescriptible faena que realizó con el último toro de Coquilla, lidiado en nuestra plaza el día 8 del pasado mes de mayo. Las taquillas no paran ni un momento de echar papel fuera, y al paso que llevan serán agotadas las localidades bastante antes de empezar la corrida…; La animación en Zocodover, horas antes de comenzar la corrida, es algo que excede a toda ponderación, pues es incontable el número de personas de a pie y en automóviles, que ordenados por la benemérita y agentes de Seguridad y urbanos, se encaminan… ¡a la plaza!... y continúa la crónica ya refiriéndose a la actuación del torero Cagancho hasta su final… Desde que apareció en el ruedo, en que fue recibido con una ovación imponente, ya estábamos seguros que iba a darnos una gran tarde de toros. Cagancho anda por la plaza de Toledo con la misma tranquilidad que si estuviera en su casa. Ha tomado cariño a esta plaza, y en su redondel ha dejado escritas sus actuaciones brillantísimas, como jamás pueda otro artista borrarlas. La labor enorme que llevó a cabo el 8 de mayo, y que parecía no podía hacerse ya más con el toro, fue superada ayer por este genio del toreo. Su actuación en el ruedo fue la del torero enterado, valiente, dominador y artista. En los seis toros trabajó sin cesar, colocándolos en suerte y auxiliando eficazmente a sus compañeros… En el toro que cerró plaza los tres espadas se «picaron» y llevaron a cabo un primer tercio que será recordado por cuantos lo presenciaron, especialmente los dos quites que instrumentó Cagancho, en los que los cuerpos del lidiador y del toro estaban metidos uno en el otro. Veroniqueó a sus dos toros con este arte y temple que él sólo sabe hacer y que tiene la facultad de volver loco de entusiasmo al público, que llega a romperse las manos por aplaudirle. Asusta ver cómo Cagancho templa, pasándose el toro por la barriga, para y domina… El público teme la tragedia, pero el artista domina y rinde a la fiera que rueda a sus pies herida por una gran estocada. Cagancho corta la primera oreja de la tarde. En el que cerró plaza el publicó pidió que banderilleara el último toro, y a pesar de no haberlo hecho nunca, coge los rehiletes, se va a los medios, alegra al toro y le cita atropelladamente, prende medio par. Se le aplaude por su buen deseo, en tanto que él, sonriente, se excusa: no lo hizo nunca… no sabe. El gitano realiza otra faena de las suyas por ayudados, naturales preciosos y valientes, y de pecho temerarios. Está siempre entre las afiladas astas del toro sin que éste se atreva a lastimar el cuerpo de este hombre artistazo. La concurrencia vocifera y aplaude frenética ante lo maravilloso que Cagancho está ejecutando en el ruedo. Un volapié hasta las cintas, atacando desde corto y por derecho dan justo remate a la segunda faenaza de la tarde. Cagancho corta las orejas y el rabo de su víctima, y los guardias tienen que defenderle del entusiasmo delirante de la multitud que quería apoderarse de él para pasearle en hombros triunfalmente. El resumen de la corrida puede hacerse en estas pocas palabras: ¡Cagancho, dueño y señor del toreo contemporáneo!.
Y así fue como aconteció la crónica de un sentido idilio entre afición y lidiador en fechas tan señaladamente espirituales como son las del Corpus Toledano. Como antaño, habrá de nuevo toros en el coso toledano por Corpus. Y, de seguro, volverán a repetirse las imágenes de algarabía, colorido, emoción y hasta de nervios por presenciar algo grande y profundo. ¡Suerte maestros! ¡Suerte afición!