ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

La película de María Luisa Mora

La poeta afirma que el cine es un espejo de nosotros mismos, ya que en él está la magia de la vida «con su raro vaivén de fantasía/y realidad»

La poeta toledana María Luisa Mora logra el premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad

SANTIAGO SASTRE

La obra poética de María Luisa Mora se ha visto incrementada con un nuevo poemario que acaba de aparecer y lleva como título 'Después de la película', con el que ha conseguido el premio de poesía «Cáceres Patrimonio de la Humanidad» en su convocatoria de 2022.

Lo primero que llama la atención es la edición, pues el libro aparece lujosamente editado, con pastas duras y una sobrecubierta de color naranja. En la solapa ya se apunta una idea fundamental de este nuevo trabajo: el cine es la metáfora de la vida. El cine nos permite ver la vida como algo que podemos contemplar desde fuera, como si fuéramos espectadores, y también desde dentro, asumiendo nuestro papel en la película, pues cada uno debe vivir su propia vida, no puede ser sustituido por otra persona. Mora afirma que el cine es un espejo de nosotros mismos, ya que en él está la magia de la vida «con su raro vaivén de fantasía/y realidad».

El libro, que refleja un dominio magnífico de la métrica (con un ritmo muy trabajado, sobre todo a través del manejo de versos heptasílabos y endecasílabos), se compone de un poema introductorio y dos partes. En el poema introductorio María Luisa Mora reconoce que «no ha vivido una vida de película/pero sí como viven/los pájaros del campo/que sin descanso buscan su alimento». Y apunta: «He estado mucho tiempo intranquila/por el qué dirán, adónde iré, cuál es la causa/de toda mi tristeza./También en ocasiones me ha mordido/ese rabioso lobo de la muerte». Ese lobo es una alusión directa al trágico episodio del fallecimiento de su hija, al que se alude varias veces en el libro.

Este poema introductorio, que me recuerda al poema «Autobiografía» que antecede el poemario «La casa encendida» de Luis Rosales, es como una declaración de intenciones, pues en él se mencionan algunos temas que caracterizan la poesía moraniana: la presencia inevitable de la tristeza, la negatividad de la maledicencia, el golpe del dolor, la obligación de sobrevivir y la incertidumbre a la hora de resignarse ante los designios del destino.

En la primera parte del libro, titulada «Antes de la película», aborda temas como la pérdida de la inocencia («el muro que cegaba mis ojos inocentes/ha caído al suelo»); la necesidad de luchar ante las circunstancias adversas o negativas, que a veces exigen una dosis de heroísmo; la posibilidad de que en la vida nos toque ocupar el papel de los vencidos o los vencedores; la presencia de la tristeza (la necesidad de llorar ante la llegada del dolor y la tristeza, como apunta en esta conseguida hipérbole: «Deseo llorar igual que un océano/que ocupa un mundo entero»); la cobardía por aceptar la lógica de un amor que no llena el corazón (el tema del desamor o un amor que no cumple las expectativas está muy presente en la poesía de Mora); situaciones que provocan miedo (como cuando equivocan «el diagnóstico del tumor de tu hija», que «te atropelle un coche que conduce/un suicida drogado hasta las cejas», «que un desconocido te viole/y te lance a un pozo abandonado», que te espíen «la cuenta/donde guardas el vídeo en el que hiciste/el amor con tu amante,/y que te esto te induzca al suicidio»). También aborda la crueldad con la que a veces se manipula el amor para convertirlo en trueque o exigencia; la alegría forzada que se necesita para interpretar una comedia («tiene también sus cosas complicadas/esto de ser feliz en primer plano/porque puede escapársenos la lágrima»); su visión negativa del cine porno («Si no incluye el amor, no me interesa mucho,/ni tampoco me excita en demasía/si no va acompañado de un abrazo cariñoso») y la necesidad de que las actrices tengan un cuerpo de bandera («tengo que adelgazar o me despiden»), como una exigencia brutal que parece dominar el mundo de hoy, que da tanto valor a la apariencia o el físico.

La segunda parte del poemario lleva el título del poemario: «Después de la película». Aquí se agrupan reflexiones que cabe hacer en ese «después», una vez que la película se ha terminado, y sobre el concepto mismo del cine. Se abordan temas como el acoso; el papel de las víctimas (sentirse víctima); la pérdida de la belleza con el transcurso del tiempo (por ejemplo con esta maravillosa personificación que podría escribir un Gerardo Diego: «llega el otoño húmedo,/y nuestra piel encuentra su cabaña/entre las hojas secas/de un parque que ha cerrado el vigilante»); el amor no correspondido («He vivido mi vida creyendo, a pie juntillas,/que tú formabas parte de la mía;/pero tú la has vivido a tu manera/como cantaba Frank Sinatra». Este poema, en mi opinión, es uno de los mejores del libro); la necesidad de vivir pese a todos los contratiempos como si hubiéramos firmado un contrato que nos vincula hasta el final («A veces la vida se nos hace tan difícil/que, si no decidimos despedirnos,/es por no defraudar a quien nos quiere») y el papel inútil de la venganza («de qué sirve vengarse/si al final el tiempo/pone todo en su sitio»). Los poemas reflejan esa tensión que existe entre el guion prefijado de la película, a modo de un destino inexorable que se impone a los actores, y lo que queremos que suceda, como ocurre en nuestra vida, sobre todo cuando deseamos ejercer la autonomía y estar al volante de nuestra vida.

El cine nos ofrece la posibilidad de mezclar extrañamente lo bueno con lo malo, como ocurre cuando un actor puede hacer muy bien su papel de malvado. Otras veces la vida de película se derrumba ante la cruda realidad: «Al final, el príncipe de cuento,/la sustituyó por una actriz más joven/que había intervenido en el rodaje». Por eso el cine invita a mezclar la realidad con la ficción, pues no se sabe bien cuando soñamos que vivimos una película o cuándo estamos ante la realidad, como le sucedía al bueno de Segismundo en La vida es sueño. Lo afirma en el poema «Decepciones»: «no sabemos muy bien/si somos quienes somos:/seres de carne y hueso,/o figuras que habitan/dentro de las pantallas de los cines». Y es inevitable pensar que sería preferible la ficción, pues la realidad decepciona siempre, pues es imperfecta y complicada. Pero es cierto que aunque sea decepcionante, todos preferimos vivir en la realidad antes que en una mentira o una realidad sucedánea o de cartón piedra, como le sucede al protagonista de El show de Truman. El hombre pide a gritos la verdad porque, como afirmaba Ortega, es verdávoro, se alimenta de la verdad.

Una de las principales virtudes del libro es que cuenta con una trabajada unidad temática. Pero lo importante es que los poemas emocionan, abordan temas que nos afectan a todos y que tienen que ver con el gran cine de la vida: con el de la autora y el de los lectores, que se ven reflejados en los versos, elevándose así de lo particular o lo personal a lo general. El cine se convierte en una metáfora de la existencia, en la que aparecen actores principales y secundarios, productores, escenas violentas, premios, efectos especiales, iluminadores, guionistas, directores (Dios figuraría como «ese gran director del Universo»), etc. Diría que lo novedoso de este poemario es que los poemas presentan un tono más narrativo, incluso se usan expresiones del lenguaje coloquial y, además, se emplean diálogos. Por decirlo de otra manera: los poemas a veces tienen un carácter discursivo porque se cuentan cosas.

En definitiva, se trata de un poemario excelente, que logra llegar o conmover al lector. El libro nos ayuda a pensar que somos guionistas de la película de nuestra vida cuando nos sentimos dueños de nuestra vida, cuando la diseñamos según nuestros criterios, pero también somos actores cuando vemos que no podemos dominarla del todo ya que estamos sujetos a un montón de circunstancias azarosas (como la enfermedad, el desamor, el desánimo o la imagen que los demás se forjan de nosotros) que no podemos dominar. No podemos meter la vida en un parque para controlarla a nuestro capricho, como refleja la célebre Jurassic Park. Al final del todo, lo relevante es dejar alguna huella en la vida, por pequeña que sea, y vivir sabiendo que no hay tiempo que perder, pues se conoce de antemano el final de la película: todos, por decirlo de forma manriqueña, desembocaremos en el mar de la muerte.

He disfrutado mucho de esta película tan emocionante, realista y auténtica que ha proyectado María Luisa Mora en su último libro. No es poesía, sino alta poesía. Nada más y nada menos.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación