La Sinfonía nº 2 «Resurrección» de Gustav Mahler por primera vez en Toledo

Exultante clausura para un Festival excelente

Interpretaron la Sinfonía número 2 en Do Menor "Resurrección", de Gustav Mahler, bajo la batuta de Lothar Koenigs (©Iko / Festival de Música El Greco en Toledo)

DIEGO DE PALAFOX

El Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real han vuelto a la Catedral de Toledo para interpretar, con ocasión de clausurar el tercer Festival de Música El Greco en Toledo, la muy espiritual de contenido y colosal en la forma  Sinfonía nº 2 en Do menor, Resurrección, de Gustav Mahler, con la soprano Sofia Fomina y la mezzosoprano Susan Graham, y la dirección de Lothar Koenigs.

Toledo pone nombre a dos mil años de cultura, es una marca de excelencia reconocida universalmente. Nada sería sin su catedral gótica, sin su mezquita del siglo X, sin sus sinagogas singulares, sin su alcázar compendio de la historia o sin la figura sideral del Greco. Toledo es una ciudad de la cultura a lo grande que convive con cientos de detalles culturales igualmente valiosos pero más pequeños. En cultura todo suma, nada es élite. Poder escuchar y ver por primera vez en Toledo algo tan grandioso, como la sinfonía Resurrección de Mahler, y hacerlo en la Catedral, es cultura que trasciende los muros de la «peñascosa pesadumbre» y hace que se hable para bien de esta ciudad en todas partes. El Festival de Música El Greco en Toledo es una clave y un argumento para demostrar que la excelencia cultural es posible, valiosa, querida por la gente y rentable para acrecentar valores materiales e inmateriales de la ciudad.

(©Iko / Festival de Música El Greco en Toledo)

En este contexto, la orquesta y coro del Teatro Real han realizado un trabajo magnífico con una partitura que explora las profundas emociones humanas ante el hecho de la trascendencia tras la muerte, las tinieblas, las dudas de la fe y su pérdida, la restauración del amor a Dios y por fin la conciencia del más allá glorioso pleno de esperanza que se encarna en el título: Resurrección . Mahler escribió de su puño y letra: «¡Moriré para vivir!», haciendo suya la experiencia de esa resurrección a través de la música. Esta es una música de emociones muy contrastantes, muy apreciables en el paso de los pasajes oscuros a otros tan luminosos en los que la «luz musical» nos ciega.

Decir Mahler es referirnos a un universo sonoro grandioso y rico en medios humanos e instrumentales; la sinfonía que hemos escuchado lo es tanto en la exuberancia orquestal como en los desmesurados desarrollos sinfónicos. Quizá los muy melómanos hayan tenido sentimientos románticos o hayan percibido las reminiscencias de la novena sinfonía de Beethoven, otros atisbarán el perfume de las colosales construcciones de Wagner y Bruckner; pero los demás nos hemos quedado con el gozo de ver y escuchar al casi centenar de cantantes del coro y otros tantos instrumentistas de la orquesta. Esto no es habitual hoy, pero no hay que renunciar a ello de vez en cuando.

Cuando el resultado general de una interpretación es exultante y grandioso, como ha sido el caso, pararse en los detalles es como saborear con deleite algún elemento algo más significativo o que nos llama la atención en un momento, así, por ejemplo, la sección de trombones, ajustadísima siempre, a veces ponía tanto ímpetu que el director tuvo que hacer algún gesto para pedirles moderación (ya sé que estas cosas son imperceptibles y que pocos ojos las captan, pero ocurren y, a veces, está bien contarlas). La elocuente sección de clarinetes lució una prestancia muy especial de la mano de un solista que lideró la sección desde el swing de unos solos, ora articulados y juguetones ora indirectos y sinuosos. La sección de contrabajos, de la que casi nunca se habla, en esta ocasión tenía el privilegio de pasar de ser el latido de la orquesta a tronar, como si quisieran soportar la sensación del miedo o la angustia. Y hay que destacar, cómo no, la sección de percusión por la variedad y la coordinación de la que han hecho gala. Lidiar con la cuerda en obras de esta envergadura es complicado, pero ahí estaba la concertino Gergana Gergova, como referencia desde los primeros violines, cuyos movimientos pareciera que fuesen los de un metrónomo humano. El coro era un verdadero órgano de voces y supuso el detonador emocional del esperado y conmovedor final. Un punto de consideración especial hay que dárselo a la mezzosoprano Susan Graham , que ha dado relevancia a una de las partes más humana del texto. El encaje de bolillos con tantos hilos ha sido perfectamente manejado por el director, Lothar Koenigs, que ha gestionado además la nunca fácil acústica de la Catedral toledana, ha establecido un discurso dramático bien estructurado y manteniendo en todo momento una línea coherente.

En suma, la sinfonía Resurrección de Gustav Mahler nos muestra un camino que va desde lo oscuro, el desesperanzado Do menor inicial, a lo luminoso que se culmina con el brillante Mi bemol mayor final. Podemos afirmar que esta es una sinfonía pensada para sobrevivir, y encontrar nuevos caminos a través de la renovación constante. Eso mismo es lo que deseamos al Festival de Música El Greco en Toledo: que sobreviva y que sea capaz de crecer sobre los extraordinarios cimientos de estas tres sólidas ediciones que han culminado con un concierto que nos habla de la vida después de la vida, la resurrección, es decir de vida eterna. ¡Que así sea!

(©Iko / Festival de Música El Greco en Toledo)
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