Antonio Illán Illán

«Shoah» para violín solo: una suma de emociones

Yo no sé de técnica y me importa poco cuando escucho; lo que sí sé es si me llega algo o no me llega nada. Y la música que nos trasmitió Vicente Cueva en la sala de oración de la sinagoga de Samuel Leví llegó, y llegó tanto que ¡hasta las toses se aplacaron!

Vicente Cueva intrepreta con el Stradivari «Auer» de 1691 Museo Sefardí

En un marco sin parangón, la sala de oración de la sinagoga de Samuel Leví, más conocida hoy como sinagoga del Tránsito y sede del Museo Sefardí, en pleno barrio judío de Toledo, ha recibido su bautizo iniciático la cantata de Jorge Grundman , interpretada por Vicente Cueva , «Shoah para violín solo y Templo Sagrado». El estreno absoluto de la obra en semejante lugar histórico, con un público recogido que llenó la sala (¡lástima que no hubiera más sitio, pues hubo quien se quedó en la calle!), creó la sensación general de estar viviendo un hecho cultural único. Toledo, la ciudad con mayor potencial cultural de Europa, hoy sí fue la capital universal de la emoción y de la cultura compartida.

Honrar la memoria de las víctimas del holocausto judío es el objetivo primario de esta composición cargada de emociones. Pero no se queda ahí; la emoción contenida y transmitida y el poder evocador de la música transcienden la propia y trágica historia real que se cuenta y se eleva como un sentimiento universal, una superestructura, por encima de las conocidas tragedias individuales o colectivas de espacios y tiempos determinados. «Shoah» es una oración, un llanto y un canto, por encima de cualquier tipo de creencia.

Los analistas expertos en la materia hablarán de la presencia de Bach y la música barroca en la cantata de Grundman. También juzgarán aquello de que una partita es un conjunto de danzas y de que esta no es una suite de danzas. Por supuesto, recordarán las resonancias de la música judía que subyacen en la obra, y que a mí, ya que estábamos en el corazón de Sefarad, me llevaron a los bilbilicos. Y todo eso es cierto y también casa con el alma de «Shoah», pues, al fin y al cabo, la música del protestante Bach es válida, por su emoción superior, para ser interpretada en cualquier iglesia de cualquier religión o cualquier creencia. En suma, para mí como escuchante con capacidad para la emoción, «Shoah para violín solo» es una obra para refrescar la memoria sobre esos hechos de la humanidad que te avergüenzan permanentemente, es una obra para la reflexión, es una obra para la emoción y es una música para reivindicar la esperanza en un mundo mejor.

Un espectacular imagen de la actuación Museo Sefardí

Escribió Teodoro Adorno en «Teoría de la estética»: «Las obras de arte, y especialmente aquellas de suprema dignidad, aguardan su interpretación. Si en ellas no hubiera nada que interpretar, si ellas nada más estuvieran, la línea de demarcación del arte se borraría». Y aquí es donde entra a formar parte indisoluble en la capacidad para emocionar de «Shoah» el violinista Vicente Cueva. Interpretar y transmitir conforman un acto único donde emoción y arte se unen. En la actuación de Vicente Cueva existe esa transmisión emocional que da vida y alma a la música. Yo no sé de técnica y me importa poco cuando escucho; lo que sí sé es si me llega algo o no me llega nada. Y la música que nos trasmitió Vicente Cueva en la sala de oración de la sinagoga de Samuel Leví llegó y llegó tanto que, contra lo que suele ser habitual, ¡hasta las toses se aplacaron! en el cuarto movimiento.

Es seguro que la música de Grundman tiene toda ella la característica de ser muy emocional, descriptivamente emocional, y más esta cantata de la que escribo, y que esta música llega muy fácilmente al que la escucha, pero no es menos cierto que la interpretación de Vicente Cueva acentúa ese espíritu. Luego si es más virtuoso o menos, si afina, si da todas las notas con precisión milimétrica, eso no estoy en condiciones de juzgarlo; tampoco me interesa, pues para mí la música es un mensaje o una ausencia de mensaje, es comunicación con función expresiva, emotiva y referencial, no solo canal. Y Vicente Cueva enfatiza el mensaje sin regodearse en él. Me encantó. También hay que decir, para unir con el sentir «Bach» del autor, que el intérprete ha trabajado muy bien para que estos momentos bachianos sean muy perceptibles. Pero está bien, no hay engaño, pues se sabe lo que se hace y se hace lo que se quiere hacer.

Y hay que citar el instrumento del concierto, el Stradivari «Auer» de 1691, cedido para la grabación del CD de la cantata y, al menos para este concierto toledano, por el matrimonio Dubois , propietarios del grupo canadiense Canimex y del instrumento. Es una satisfacción cultural más poder escuchar en directo uno de los violines que construyera el gran Antonio Stradivarius en Cremona.

Creo con seguridad total, que «Shoah», Grundman, Cueva y el Stradivarius llegaron con su emoción al corazón de las personas que tuvieron la suerte de estar en este estreno mundial de una obra de arte, personas entre las que se encontraba, Teodoro García, concejal del ayuntamiento de Toledo, que se mostró entusiasmado con el concierto y que tuvo la deferencia de disculpar la presencia de la alcaldesa, Milagros Tolón, a la que, lo sé de buena tinta, le hubiera gustado estar en una ocasión culturalmente trascendente para una ciudad como esta.

Hay que agradecer al Museo Sefardí, siempre tan favorecedor y facilitador de la cultura, con su director Santiago Palomero al frente, que acogiese este acto que engrandece al museo, a la cultura y a la ciudad.

En suma, «Shoah para violín solo y Templo Sagrado» resultó algo admirable y que ¡ojalá! se repitiera de nuevo en un recinto, por ejemplo la catedral, y que pudieran gozar culturalmente miles de personas.

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