Otra espectacular batalla de órganos en la catedral
Estar en Toledo y escuchar estas batallas es un verdadero privilegio
La música tiene una dimensión cultural sin fronteras y no hay por qué andar planteándose fronteras entre música clásica, tradicional o popular. Por tercer año consecutivo, se han celebrado las Batallas de Órganos en la Catedral de Toledo dentro de las actividades musicales programadas por el Festival de Música El Greco en Toledo . ¿Clásica, tradicional, popular, con partitura, improvisada? ¡Qué más da! ¡Música y emoción! Es lo que importa.
En 2014, con motivo del IV Centenario del Greco, se recuperó esta tradición, muy extendida en los siglos XVII y XVIII, que consiste en enfrentar a varios organistas en un concierto para que exhiban sus dotes de improvisación y capacidad técnica, así como su talento y sensibilidad artística.
La catedral de Toledo es un lugar privilegiado en el mundo porque posee once instrumentos de estas características, de los cuales diez están en perfecto uso.
Las batallas se suelen plantear de diversas formas, pero quizá las más espectaculares son aquellas en las que tocan cuatro organistas a la vez. Son importantes las obras de autores conocidos, por supuesto de Bach , como el más grande. Y son también para reseñar las obras que se rescatan compuestas especialmente para este género de batallas. Pero es especialmente sorprendente cuando en las batallas se da pie a la improvisación de los músicos.
Lo más habitual viene siendo que se utilicen en cada concierto siete órganos a cargo de cuatro organistas. A saber: el órgano del Emperador (de 1549 y reconstruido en 1798), el de Berdalonga (de 1798), el de Echevarría (de 1755, el del Sagrario (de 1798) y los tres Realejos (de 1721 uno y dos de 1713). Esta riqueza organística no la tiene ninguna catedral del mundo. Estar en Toledo y escuchar estas batallas es un verdadero privilegio.
Tras este preámbulo, hay que decir que la VIII Batalla, que ha tenido lugar el sábado 7 de mayo, ha resultado espectacular. El concierto BWV 1060 de J. S. Bach, interpretado en los Realejos por Patricia Salvini, Paolo Oreni y Juan José Montero , resultó el prodigio de sensibilidad y de espiritualidad que siempre aporta Bach, de cuya música es difícil escribir, porque ¡a ver qué dices!, pues donde hay algo que no se puede contar es que hay mucho que se puede sentir. Pues los tres organistas realmente nos hicieron sentir y nos llevaron por senderos claros y precisos, valga la metáfora para aludir al paso de la mano por las teclas donde lo simultáneo y lo complementario tejían una tela en la que podíamos escuchar con claridad cada uno de sus hilos.
Bach siempre es Bach, pero no resultó menos interesante el superconocido concierto OP.4 N. 6 de G. F.Haendel , resuelto también de manera precisa por Baptite-Florian Marle-Ouvrad y Juan José Montero en los Realejos, que nos invitaron a recorre el paisaje sonoro haendeliano de manera fulgurante, llevándonos a los oídos la sensación de quien acerca a sus labios una copa de champán con sus burbujas, y luego dejaron la sensación de levedad en otro de los movimientos.
La Sonata K. 455 de D. Scarlatti tocada “a solo” por su paisana Patrizia Salvini en el órgano del Sagrario resaltó ese ser y no ser de la música del italoespañol que mariposea entre lo clásico y lo barroco con el aire de la calle siempre refrescando. También mantuvieron el buen tono la misma SaLVINI Y Paolo Oreni en el Concierto para dos órganos de J. L. Krebs, músico y alumno muy querido por Bach, de quien el maestro afirmó con afecto que era “el único cangrejo de mi arroyo”, jugando familiarmente con sus apellidos alemanes (Krebs, cangrejo, Bach, arroyo).
Las verdaderas “batallas”, es decir, las dos que se interpretaron y que fueron compuestas para este género de música, la que inició el concierto de B.J Cabanilles y la que de S. Aguilera de Heredia, nos introdujeron en el fragor de del combate y me evocaron aquellos versos de Miguel Hernández que decían: “En mis manos levanto una tormenta / de piedras, rayos y hachas estridentes / sedienta de catástrofe y hambrienta”. Los órganos se enfurecen y se aplacan, se atacan y se replican y todo lo llenan con la fuerza de sus voces de viento huracanado o de leve brisa. A los cuatro organistas les debe subir la adrenalina cuando hacen correr sus dedos por los teclados, pero esto no les impide en modo alguno, a pesar de la distancia ente los instrumentos, mantener la sincronía necesaria entre ellos para que la interpretación no resulte la yuxtaposición de unas formas sino la expresión de un pensamiento musical correctamente coordinado.
Y la apoteosis de estos conciertos, la singularidad del artista, la innovación de la música y la creatividad de los intérpretes vino de la mano de las improvisaciones. Cinco improvisaciones, cinco. Todo fuerza y todo sensibilidad . Un tuya mía y un todos a un tiempo. La galerna en ocasiones y en otras la mar en calma. Y siempre el dios tonante del órgano del Emperador, que cuando se pone a toda potencia no hay quien le resista, es una cuadriga de caballos desbocados al que los aurigas Baptiste-Florian Marle-Ouvrad y Paolo Oreni supieron atemperar desde las riendas del teclado y los resgistros.
En conclusión, la VIII Batalla de Órganos resultó estupenda , en ella no hubo sangre sino cultura y mucha satisfacción del público que asistió y que llenaba el crucero de la “dives toletana”. Los cuatro organistas merecieron el cálido aplauso que se les tributó.
Las pocas posibilidades que hay de asistir en otro lugar del mundo a una propuesta cultural de la diversidad y la riqueza de la que se desarrolla en la catedral de Toledo, con estas batallas, han provocado que haya un notable demanda de asistencia, que se podría mejorar si de estas batallas, como del festival en general, se hiciera una promoción mayor.
La grandísima acogida de estos conciertos y el hecho de que sean parte de una oferta cultural poco común ha hecho que se consoliden y que ofrezcan un futuro esperanzador, que la indolencia o la falta de apoyos no debieran nunca echar a perder. Seamos optimistas y creamos en la excelencia y en la buena voluntad cultural de las instituciones, que siempre debieran ir un paso por delante de la sociedad.
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