Antonio Illán Illán
Idiota: el triunfo de una actriz y un actor
No firmar jamás un contrato sin leer las cláusulas
Título: Idiota . Autor: Jordi Casanovas . Dirección: Israel Elejalde . Intérpretes: Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert . Escenografía: Eduardo Moreno . Vestuario: Ana López . Iluminación: Juanjo Llorens . Vídeo: Joan Rodón . Sonido: Sandra Vicente . Música original: Arnau Vilà . Escenario: Teatro de Rojas .
Comienzo a ver Idiota como si fuera cine, con los títulos de crédito proyectados casi a pantalla completa en el fondo del escenario. Ahora esto del audiovisual es un recurso muy extendido en la escenografía teatral. Tras los títulos, el flash con la mítica o manida (según gustos) frase de Albert Einstein : «Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro». No creo que sea una declaración de intenciones del escenógrafo, del director o del autor sobre lo que nos espera a continuación. ¿Y qué nos espera? Pues no se sabe de cierto: acaso una comedia psicológica que acaba en un thriller que tampoco es un thriller del todo y termina convirtiéndose en pesadilla; un drama sobre la avaricia y la angustia y deshumanización que produce el dinero (más bien su falta); el acoso de unos a otros valiéndose del conocimiento de sus «agujeros negros» y de la bajeza de los instintos; las relaciones de poder que se establecen entre las personas y que se basan en la extorsión y el miedo; quizá se ponga a prueba la insoportable levedad de las violencias; por supuesto, está ahí la tortura psicológica; y en último término también nos pone frente al «gran hermano» que todo lo ve; e incluso nos introduce en eso tan moderno que es la posverdad o la creación de realidades que no son pero que se hacen creer como si lo fueran. Sé que lo escrito es muy conceptual y que la gente va al teatro a divertirse, a reflexionar, a vivir en la apariencia de vidas ajenas representadas o a todas estas cosas a la vez.
La comedia parece que promete, pero su contenido, incluidos los enigmas, es poco sustancioso. El texto es ingenioso a ratos y menos otros. Insustancial, a veces, y poco creíble otras
Idiota es muy conceptual, sí, pero se da una situación de enfrentamiento entre dos personajes tras la firma de un contrato que el firmante no ha leído. De ahí surgirá toda la trama de un montaje con más ingenio que profundidad, que, sin embargo, es capaz de mantener la tensión del espectador durante toda la representación, esencialmente por lo bien dialogado que está. Por un lado, encontramos el mezquino fracasado que, en una situación de precariedad (las famosas hipotecas que a tantos se han llevado por delante), se somete a un interrogatorio (se supone que para una investigación sociológica), en el que se le obliga a desnudar sus emociones, su alma, sus convicciones y sus afectos y someterse a humillaciones que le llevan al límite. Él, seleccionado para el experimento, nunca deja de tener claro su fin: ganar dinero. Enfrente, ella, la entrevistadora de la empresa que cumple a rajatabla con el protocolo y lleva a cabo el experimento, y da la sensación de ser la fuerte de la película. Las preguntas y respuestas se suceden. En ocasiones, una cuestión de ella se contesta con otra pregunta de él. El cruce dialógico para superar las pruebas es resolver una serie de enigmas ingeniosos que la entrevistadora plantea y que el entrevistado falla o acierta; el fallo o acierto lleva, por contrato (el que él firmó sin leer), una serie de acciones sobre personas cercanas al sujeto. Es ahí donde el experimento echa mano de la posverdad para agobiar y someter la voluntad y la personalidad de quien realiza la prueba a cambio de dinero. Los ojos de los espectadores entonces parece que perciben un mundo con dos realidades: los que someten y los que son sometidos. Sin embargo, al final, cuando el experimento ya está terminado se riza el rizo en un giro sorprendente para el espectador.
La comedia parece que promete, pero su contenido, incluidos los enigmas, es poco sustancioso. El texto es ingenioso a ratos y menos otros. Insustancial, a veces, y poco creíble otras. En el fondo parece que se quiere criticar con algo de ironía ácida, pero sin caer en el sarcasmo, esta sociedad líquida, pasiva, que se arrodilla ante el dinero y en la que no se salva nadie. Yo al final no sé qué decir, lo mismo es que Elejalde quiere expresar aquello de la frase de Einstein, que todos somos estúpidos o que, como el título de la obra, lo que somos es idiotas, porque quien más quien menos se da cuenta de que vive en una sociedad en la que es más conveniente callar que denunciar, y que todos estamos dispuestos, ¡loado sea el recordado Chirbes!, a cambiar justicia por dinero.
Pero, ¡ay, amigos!, un par de buenos actores dan lustre a un espectáculo. No importa que el texto sea menor. Y eso es lo que hacen Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert en Idiot a. Ella, esbelta, dura, firme, manteniendo las formas, dominando la situación, sin un gesto de más, cumplió un papel extraordinario. Él, más televisivo, de menos a más; no porque al principio el trabajo actoral decayese, sino por la propia construcción de su personaje, que comienza achulado y vacuo, intranscendente e hipocritilla y termina por asumir su propia personalidad y su voluntad de salirse con la suya (el dinero), y el personaje crece. Ella tiene más fuerza teatral y es más verosímil, llena la escena. La conjunción entre ambos se equilibra en los momentos de violencia verbal y física y, entonces, lo actoral sube de tono cuando las emociones se desbordan, si bien, no sé si, por dibujar a los personajes, el director Elejalde ha indicado que ella, Elisabet Gelabert, tenga una dicción perfectamente clara y él, Gonzalo de Castro, masculle algunas veces las frases como si fueran indicativo de la rendición del tipo al que representa.
En cualquier caso, éxito de taquilla y papel agotado; y eso también es una buena noticia en estos tiempos
Israel Elejalde, en esta segunda obra en la que ejerce de director, creo que sigue manteniendo la mente del gran actor creativo que es y dirige poco, dejando libertad interpretativa a los actores y creando, supongo, la atmósfera y los contextos, y matizando las actitudes para enderezar el mensaje. En esa creación de ambiente sí ha elegido lo cinematográfico, no solo en las proyecciones de inicio, que son toda una declaración de intenciones, sino en el marco y en la propia dinámica que no da tregua y que uno tiene la sensación de estar ante una película de Hitchcock .
La escenografía muy efectista de esa oficina casi búnker, con elementos que producen sorpresas continuas en el público, la iluminación y la música (un poco alta en ocasiones, lo que impedía entender bien el diálogo) ayudan también a aumentar el grado de angustia asfixiante de algunos momentos del drama-comedia-thriller.
Idiota es un producto teatral que pretende ser comercial y para masas, con algunas críticas profundas muy perceptibles (que yo considero lo mejor) y con algunos elementos fáciles: el detalle gore de cortar la mano (aunque se revele luego como posverdad ), el altibajo del interés (la obra decae con el tercer enigma) y se recupera luego. Entretiene y considera que el espectador no es la cuarta pared, sino un protagonista más que tiene que tomar decisiones para no confundirse con el juego al que se le somete.
El público aplaudió con ganas al terminar pero sus comentarios a la salida dividían las opiniones sobre si les había gustado o no el psicodrama. En cualquier caso, éxito de taquilla y papel agotado; y eso también es una buena noticia en estos tiempos nada buenos para la lírica.