Balart en el Museo del Greco: luz y sentimientos
La exposición «Color, color, color. Del manierismo al arte concreto» del artista cubano está abierta hasta el 1 de abril
El Museo del Greco ha traído a su sala de exposiciones temporales , y a las salas generales también, la pintura de un moderno, Waldo Balart. Diríase que el diálogo entre el cretense y el cubano, o entre la pintura del Greco y la de Balart, se reduce al intercambio de miradas. Siempre se puede decir que ¡ahí está el color! Pues, claro, ahí está el color del uno y del otro y el salto en el tiempo. Un puente se tiende entre el Manierismo y el llamado Arte Concreto. Para entendernos, el Arte Concreto se corresponde con lo que antes conocíamos como «Constructivismo». La visita merece la pena. Otra cosa en común tienen los dos artistas: ambos dejaron su isla, el uno Creta, el otro Cuba, y se establecieron en España y aquí desarrollaron su obra creativa.
Siempre será llamativo decir que el artista Waldo Balart , excuñado de Fidel Castro (su hermana Mirta fue la primera mujer de Fidel), amigo de Andy Warhol, Willem de Kooning, Botero y muchos otros notables artistas, que tiene obras en el MoMA de Nueva York, en el Reina Sofía de Madrid, en el Museo de Arte Contemporáneo de Paraguay o el Sammlung Grauwinkel de Berlín, y que milita en la estética del Arte Concreto, expone su obra en el Museo del Greco. Y eso está muy bien. Pero esto es pura circunstancia personal.
Lo que importa es el ahora del arte. Por eso hay que ir a ver con detenimiento la pintura de Balart al Museo del Greco y detenerse ante la rígida geometría de sus cuadros, iluminarse con los colores del arco iris, es decir los fundamentales del espectro electromagnético visible. Y hay que concluir que en un mundo en el que reina el caos, este artista ha decidido entregarnos el orden. Y el orden en su pintura no es retórica, puesto que se basa en un invento del artista, que es creador del «orden axiomático», unas tablas numéricas perfectamente estructuradas con las que se guía para pintar. Él dice que su método le sirve para respetar «el orden que viene de la naturaleza».
La sensación que nos produce la contemplación de la obra de Balart es la de estar ante la geometría en colores, la luz y las variaciones sobre lo mismo (geometría, acaso línea y superficie, nunca volumen, y color) se multiplican. Y si Cortázar tituló a uno de sus mejores libros de relatos y uno de los mejores de sus cuentos: «Todos los fuegos el fuego», nosotros podemos categorizar la exposición de Balart en el Museo del Greco y por extensión toda su obra, si también la titulamos como «todos los cuadros el cuadro». Al fin y al cabo, el propio artista alguna vez afirmó que «en realidad yo creo que siempre he pintado el mismo cuadro, con las variaciones que mi vida ha ido sugiriendo».
El hecho de que Balart ideara una especie de matriz numérica, a la que él llama «orden axiomático», que le sirve para generar toda su obra, nos puede servir de explicación para entender su proceso creador. Sin embargo, los cuadros de formas geométricas puras y los colores fundamentales en sus múltiples variaciones que vemos en el Museo del Greco no nos informan de lo que el autor ideara para componerlos. El ojo me dice que estoy ante un minimalismo abstracto que de alguna manera me recuerda al mítico Mondrian. Y ahí está sorprendiendo siempre su universo, que es el color, y el color que es energía y la energía que es vida. Es lo que me queda. Por supuesto no hay que preguntarse ante un cuadro de Balart ¿y esto qué es? Creo que unas palabras del propio Waldo Balart nos aclaran mucho la situación de lo que vemos: «Al final, mis cuadros, mi trabajo con la luz, con el color, no es más que una discriminación de las longitudes de onda de la luz visible, y de los sentimientos», dice. Pues ahí queda para quienes quieran pasarse por el Museo del Greco a ver la pintura de Balart: luz y sentimientos.