De árboles y pájaros toledanos
En estas largas semanas de confinamiento primaveral todos hemos podido comprobar cómo la madre naturaleza, espontánea y libremente, siempre busca recuperar el espacio que le hemos ido robando
En estas largas semanas de confinamiento primaveral todos hemos podido comprobar con asombro, desde nuestras ventanas y balcones o en las breves salidas permitidas, cómo la flora y la fauna se han ido abriendo paso de una forma desmesurada, sistemática, en ocasiones invasiva, recordándonos a la especie humana que nuestra madre naturaleza, espontánea y libremente, siempre busca recuperar el espacio que le hemos ido robando.
Puede ser buen momento pues para dar un paseo virtual y fijarnos en las principales especies con las que convivimos en los parques, calles y plazas de la ciudad, y destacar algunos de sus ejemplares más notables.
En primer lugar, habría que decir que los árboles que simbolizan a «las tres culturas» están bien representados: los cipreses se alzan orgullosos y afilados por todo el barrio conventual y numerosas plazas. Algunos ejemplares superan los veinte metros (Santa María la Blanca) aunque mi conjunto preferido es el de San Juan de los Reyes, junto a la estatua de Isabel la Católica. Al olivo y al acebuche podemos verlos junto a la iglesia de San Sebastián, el río, la Escuela de Artes o la torre de la Almofala; mientras que la palmera adorna numerosos parques, el ábside de San Bartolomé, el jardín de la Escuela de Artes y la calle de la Paz, aunque el ejemplar más grandioso se oculta en un patio privado de la calle Cristo de la Parra.
También debemos recordar que, durante siglos, los toledanos gustaron de poblar sus patios de cuatro especies que se convirtieron en tradición y costumbre: la higuera, la parra, el granado y el olivo. A la sombra de estas especies se desarrolló la vida privada e íntima de nuestros antepasados, que se veían así gratificados con su sombra y sus frutos, mientras comprobaban cómo en el exterior la vegetación brillaba por su ausencia a consecuencia del expolio de cualquier variedad leñosa usada entonces como combustible doméstico y diario.
No es hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando se comienza a tener conciencia de la importancia y el valor de crear y mantener ciertas masas arbóreas para el disfrute y solaz de la población. Así surgen el parque de la Vega, primero, y luego, el Tránsito, el Miradero, el Carmen o Recaredo.
Veamos ahora las variedades que actualmente pueblan nuestra ciudad y sus ejemplares más señalados. Las especies que más abundan en plazas, parques y calles son sin duda el olmo común o negrillo y la falsa acacia (robinia, acacia blanca o bastarda), con su flor: el pan y quesito que comíamos de niños.
Durante muchos años han sido las únicas con las que se ha reforestado en Toledo, aunque en la última década han sido desbancadas claramente por el almez, árbol mucho más flexible, versátil, seguro y resistente. Son destacables los olmos de la plaza Colegio Infantes, Barrionuevo, Ayuntamiento o el Carmen.
Espectaculares ejemplares
Aun así, son muchas más las especies que debemos destacar. Tenemos los falsos plátanos como los ejemplares más grandes y hermosos; los de mayor diámetro, en la Vega (con más de cien años), aunque hay otros tres dignos de destacar en plaza de los Jesuitas y de Marrón. Los eucaliptos del cigarral del doctor Botella, parque de la Vega y San Cristóbal. El grandioso tejo, varias veces centenario, del patio del palacio arzobispal. Los laureles del claustro de la catedral, de la casa de Bécquer en la calle San Ildefonso, plaza de San Román o algunos que conozco en casas particulares de más de diez metros de altura. Las catalpas de la plaza Mayor, calle San Clemente y calle Santa María la Blanca. Los espectaculares cedros de la Vega, plaza Cardenal Silíceo y el grandioso de la mezquita del Cristo de la Luz, donde hace poco perdimos un estupendo nogal. Los bermejos prunos de las avenidas de la Cava o de Europa. Los bellos júpiter de las calles Carreras y Alfonso X. Los arces de Amador de los Ríos. Los tilos de la Vega. Las moreras del Tránsito o torreón de San Martín. Los algarrobos de Recaredo y jardín del museo Victorio Macho. Las palmas del claustro de la catedral o las Carreras. Los taráis y paraísos de la ribera del Tajo. Los granados de la Cava o parque de las Tres Culturas. Los ágaves y chumberas de los rodaderos. Las fragantes higueras y los salvajes cabrahígos de nuestros monumentos y, en especial, los de la senda de Alcántara. Los naranjos de San Juan de los Reyes, Santo Domingo el Antiguo o San Pedro Mártir. Y sin olvidar a los eternos y presentes pinos, almendros y álamos, mencionaremos además algunos curiosos ejemplares de magnolio, mimosa, jazmín, buganvilla o madroño.
Pasemos ahora a revisar la fauna avícola que en estas fechas también nos ha deparado agradables sorpresas. Desde las invasoras y malqueridas palomas, pasando por los abundantísimos gorriones, nos encontramos con el maravilloso canto del mirlo, el chillón grajo o el pertinaz estornino, la recientemente urbana urraca, la abubilla, el jilguero, el verderón, el vencejo o la golondrina. En estos meses de confinamiento hemos visto, además, sobrevolando el casco histórico, cigüeñas, aunque ya no anidan como antaño en las torres de San Nicolás o San Miguel, águilas calzadas, que fueron muy frecuentes en la catedral, junto con los búhos reales y las águilas ratoneras y perdiceras.
Si bajamos hasta el río podemos encontrarnos con las cuatro garzas reales que se cortejan estos días en sus orillas, los espectaculares cormoranes, varias especies de ánades, garcetas, fochas y algún martín pescador, además de algún erizo y galápago leproso.
Por último, me gustaría destacar que pensaba hacer un llamamiento de socorro para que el imponente ejemplar de cedro, que adorna los jardines de la mezquita del Cristo de la Luz, no fuese talado en las inminentes obras de remodelación de estos, pero ya he podido comprobar con alegría que ha sido respetado. Y destacar, para finalizar, la importancia de transmitir a nuestros pequeños el amor por la naturaleza que comienza sin duda, como primera enseñanza, aprendiendo a poner nombre a las diferentes especies para, de esta manera, iniciar los primeros vínculos que podrán fortalecerse más adelante. No olvidemos que la recién creada SEBOT (Sociedad Botánica Española), que cuenta con más de 650 científicos miembros, ha elegido como sede nuestra querida ciudad de Toledo.