Antonio Illán Illán

Rey Lear, la tragedia del ser humano de ayer de hoy y de siempre

Es un espectáculo soberbio compuesto por Atalaya que el público toledano, sobrecogido en sus asientos, premió con una larga ovación más que merecida

El elenco de Atalaya que da cuerpo a «El Rey Lear», que dirige Ricardo Iniesta ABC

Título: Rey Lear . Autor: William Shakespeare . Compañía: Atalaya . Dirección, dramaturgia, escenografía y espacio escénico: Ricardo Iniesta . Intérpretes: Carmen Gallardo , Lidia Mauduit , Silvia Garzón , Elena Aliaga , María Sanz , Joaquín Galán , José Ángel Moreno , Javier Domínguez y Raúl Vera . Vestuario: Carmen de Giles / Flores de Giles . Iluminación: Alejandro Conesa . Composición y dirección musical:  Luis Navarro . Dirección coral: Lidia Mauduit y Marga Reyes . Escenario:  Teatro de Rojas de Toledo .

Rey Lear de William Shakespeare, con la dirección de Ricardo Iniesta, que ha puesto sobre las tablas del teatro de Rojas la compañía Atalaya, es un trabajo coral minucioso, potente y genial donde se viven 105 minutos de gran intensidad dramática.

Si de Shakespeare podemos afirmar que, más que pertenecer a una época, es de todos los tiempos, con la propuesta de Atalaya esta afirmación cobra más sentido. Estamos ante un texto universal, ecuménico, en el tiempo y en el espacio, donde las pasiones y los instintos humanos que se representan son en la práctica y en la vida real eternos. La versión de Atalaya fuerza en la escena la presencia de la condición humana desnuda y despoja al individuo de todo lo superfluo, conectando con la esencia de la Naturaleza y buscando la empatía hacia el resto de la Humanidad.

Partimos de que Rey Lear es, de todo el teatro de Shakespeare, el drama más sombrío, desgarrador, trágico, el que presenta la vida con colores más atroces y desesperados, en el que, además de la visión humana, pesa en él la percepción de las fuerzas de las que lo humano es solo juego y alegoría.

Rey Lear , en el texto original, es una tragedia en cinco actos, en verso y prosa, escrita en 1605-1606, representada por primera vez en 1606 y publicada en 1608 con el título de La verdadera crónica de la vida y muerte del rey Lear y de sus tres hijas . Realmente en la tragedia se desarrollan paralelamente dos acciones bastante parecidas en líneas generales: la primera y principal consiste en la historia de Lear y de sus tres hijas; la segunda tiene por objeto los sucesos de Gloucester y de sus dos hijos. Esto hay que saberlo de antemano para no hacerse un lío con la historia que se va representado en escena.

Sin entrar a contar la trama, pues Rey Lear es una obra que hay que ver y hay que leer. El drama, uno de los más potentes del autor, parte del esquema casi abstracto de una fábula alegórica hacia las últimas profundidades de las acciones y el sentimiento humanos. En la primera escena de la división del reino, los personajes parecen los de una «moralidad» medieval; no menos simplista puede parecer el modo con el que Edgar es traicionado por su hermano. Pero cuanto puede parecer paradigma en la premisa se consuma en el desarrollo que acomete angustiosamente el problema de la bondad del mundo, pues, si los malvados no triunfan al final del drama, antes la bondad ha caído víctima de sus intrigas, de modo que la única moraleja que puede extraerse –si es que hay que buscar alguna moraleja- está contenida quizás en las palabras de Edgar a su padre Gloucester, ciego y desesperado: «Los hombres han de tener paciencia para salir de este mundo, tanto como para entrar: todo es estar maduros». Imagen de este triste mundo –que Atalaya ha trabajado con excelencia- es la tormenta que domina el centro drama, arrastrando a Lear, que, con sus errores y pasiones, adquiere un significado simbólico: es la humanidad entera que, por boca del rey loco, se desespera en medio de la tempestad, mientras su creciente demencia debida a la crueldad de los hombres y de los elementos resulta más trágica en contraste con el ropaje grotesco –también muy bien trabajado por la compañía- que toma la verdad en las palabras del bufón y con la simulada locura de Edgar. Podríamos decir, como observó Schlegel, que, si con Macbeth, Shakespeare llevó el terror a la cúspide, con el Rey Lear agotó las fuentes de la piedad.

La obra Rey Lear contiene los rasgos de una tragedia griega, el simbólico tema de la ceguera de Edipo, con un evidente símbolo bisémico, pues Lear primero está cegado por el poder y esto le impide ver con claridad lo que sucede a su alrededor (¿acaso esto no es algo también que ocurre a poderosos ciegos de hoy?). Luego, ciego real, es cuando desarrolla una especial empatía con los pobres y los desharrapados. Es en la ceguera y la locura cuando Lear encuentra la lucidez y entonces conoce el amor de su hija pequeña, una especie de Cenicienta, a la que había antes desheredado, a la que «verá» morir. Gloucester, ciego también, contempla con los ojos del corazón a su hijo, que antes consideraba traidor. «Simula que ves lo que no ves, como hace el político ruin». La crítica al poder, a los poderosos, a los traidores, a los corruptos, a los ambiciosos, a los crueles se acentúa clarísimamente por si no era ya evidente en el propio texto.

Es la de Atalaya una imaginativa, versátil y austera escenografía, compuesta esencialmente por una docena de mesas de madera bajas y alargadas que cumplen múltiples funciones teatrales, movidas por los propios actores que hacen con ellas lecho o patíbulo, potro de tortura o catafalco, plaza de castillo o muralla, plataforma o salón real. Incluso son elementos que percuten y refuerzan y marcan momentos dramáticos plenos de patetismo. La iluminación es también una clave para enmarcar la tragedia en este montaje. Se desarrolla basada en una idea estética y funcional del claroscuro donde la luz, con una paleta de colores muy acertada, centra el punto de atención del público en todo momento. La música es semejante a la banda sonora de una película que acentúa el sentido de lo épico y refuerza las diversas sensaciones. El universo sonoro contiene elementos corales con una utilización de las voces con evidentes efectos teatrales y estremecedoramente dramáticos que favorecen unas transiciones muy bien hiladas. Las coreografías son otros elementos que conforman el marco de la representación. Y los figurines, totalmente adecuados a un realismo de contenido, son verdaderamente signos que referencian estados y situaciones.

Lo anteriormente señalado forma parte de una dramaturgia en la que Ricardo Iniesta se ha exprimido bien las meninges para lograr un producto espectacular, un magno Shakespeare con toda su fuerza telúrica, donde nada se escapa, ni el movimiento de una mano, ni la contorsión de un cuerpo, ni la altura de una voz, ni el desplazamiento en escena, ni el gesto evidente u oculto. Todo forma parte del todo en ese trabajo coral minucioso, potente y genial. Y el conjunto logra poner sobre las tablas un texto muy clásico aunque muy actual en el que el autor, Shakespeare, podría ser un indignado más.

Y el teatro es teatro porque hay representación, interpretación. Y ahí no es cuestión de ir buscando superlativos para calificar a los actores y actrices de Atalaya, a unos o a otros, todos estuvieron magníficos. La forma de decir metálica, matizada, sostenida, enfática, poderosa, con las inflexiones justas, no dejando lugar a cadencias o semicadencia, pausada y sonora es una elección más para ponderar el montaje de un Shakespeare muy shakepeariano.

En fin, Rey Lear es un espectáculo soberbio compuesto por Atalaya, un grupo teatral, que si no existiera habría que inventarlo, pues son un ejemplo del trabajo bien hecho, que viene avalado por una impecable trayectoria e innumerables premios y reconocimientos.

El público toledano, sobrecogido en sus asientos, premió la labor de Atalaya y su Rey Lear con una larga ovación más que merecida.

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