Antonio Illán Illán
Kohlhaas: Un monólogo a todo trapo
Es un cuento amargo que nos hace empatizar con el protagonista, haga lo que haga
Título: Kohlhaas. Autores: Marco Baliani y Remo Rostagno (texto basado en Michael Kohlhaas de Henrik Von Kleist. Compañía: NadaDeLirios. Dirección: María Gómez. Interpretación: Riccardo Rigamonti. Iluminación: Magdalena Broto . Lugar: Sala pequeña del Teatro de Rojas (Toledo).
Con una soberbia interpretación de Kohlhaas, Riccardo Rigamonti ha puesto en pie, sin levantarse de la silla en la hora y cuarto que dura la representación, el atosigante, pero magnífico, texto de Marco Baliani y Remo Rostagno , basado en la novela de Henrik Von Kleist Michael Kohlhaas.
De un relato tan poco teatral los versionistas han sabido exprimir un monólogo intenso, reflexivo, galopante, en el que los hechos que se suceden y concatenan alrededor de la vida de Kohlhaas se narran con un vertiginoso ritmo por un contador capaz de transmitir el mensaje con su voz, con sus manos, con sus brazos, con su cara, con sus pies, con todo su cuerpo. Es tal la fascinante interpretación de Riccardo Rigamonti, que, en ocasiones, como espectador, te atrapa más el modo como lo cuenta que lo que cuenta.
Kohlhaas narra la historia de un criador de caballos víctima de la prepotencia y de la corrupción y de cómo la injusticia puede llevar a un hombre recto y observante de la ley a convertirse en un temible bandido a partir de que un noble sin escrúpulos arrebate al criador sus dos mejores caballos. Kohlhaas intenta recuperarlos por medios legales, pero cuando las leyes reconocidas por los hombres le fallan, busca otra forma de alcanzar la justicia y pondrá el mundo patas arriba.
Si la novela corta de Heinrich von Kleist (1777-1811) escarba en el tejido social de la existencia humana, construyendo una inquietante parábola sobre la imposibilidad de alcanzar el deseo de justicia, el texto teatral de la versión de Baliani y Rostagno, que más que responder a una dramaturgia, es la expresión oral de un relato en toda regla, nos lleva a considerar el descarnado abuso de poder y la imposibilidad de conseguir una justicia, ni humana ni divina, que iguale a las personas. Siempre salen favorecidos los poderosos. No hay nada romántico en el protagonista, si acaso el ansia de justicia y libertad. En el fondo es un relato expresionista estremecedor.
El sentido de la justicia fue lo que convirtió a Michael Kohlhaas en rebelde y homicida. La novela, publicada en 1810, reinterpreta hechos reales de un par de siglos antes. Y tanto la novela en su tiempo como la interpretación escénica de hoy siguen haciendo válido el mensaje esencial que nos queda: la impunidad de los poderosos solo puede generar violencia. Como lector y como espectador es aún hoy difícil no sentir rabia o que se nos ponga un nudo en la garganta ante lo que se nos cuenta. Con la sensación de impotencia furiosa vamos interiorizando que los Kohlhaas han existido siempre y los poderosos, criminales e impunes, también. Y ahí siguen. Y en la historia hemos visto muchas veces cómo las injusticias generan respuestas violentas que escapan al control de todos y que, vista de lejos, parece desproporcionada, pero que, si miramos de cerca la situación de sus protagonistas, es perfectamente comprensible.
Es un cuento amargo que nos hace empatizar con el protagonista, haga lo que haga, pues representa la lucha por la vida de un ciudadano honrado que es víctima del abuso de poder, de la burocracia mal entendida y de la corrupción de la justicia. Este cuento épico versionado por dos italianos renovadores del teatro nos recuerda a la tradición oriental, los relatos rusos o las narraciones de Dino Buzzati, aunque en realidad debemos considerarlo atemporal, pues siempre han existido los ciudadanos honrados, maltratados con injusticia por el poder dominante, que en esa búsqueda de la justicia han tomado el camino de la venganza y la violencia y han terminado con un desenlace trágico y fatal. El relato, amargamente desasosegante, se expresa muy bien con el leiv motif de los caballos y su trote o carrera continuos que suponen un verdadero hilo conductor de la historia.
Muy buen trabajo el de la directora María Gómez , que, con una silla, una muy inteligente iluminación y un intérprete superlativo, logra una puesta en escena epatante que mantiene en vilo y expectante a un público que ni a pestañear se para.
Riccardo Rigamonti , exalumno de Jerzy Grotowski, nos deja una interpretación superlativa, ya sea encarnando al protagonista del cuento o al narrador o a los demás personajes complementarios que aparecen; se come la escena con su presencia sobre la silla, con sus registros icosaédricos, con el taconeo de sus pies, con las múltiples emociones que expresa con el mímica de su cara, con los detallistas y estudiados movimientos de sus manos, con su entonación acomodada a las diferentes modalidades oracionales, con su poder de atracción y con el dominio absoluto que cohesiona texto y gesto. La interiorización de los personajes y su apasionada representación de los mismos proporciona un verismo extraordinario a la historia narrada y es capaz de recrear cada acción con tal contundencia de la palabra y el ritmo como para ir dando aldabonazos que resuenen en las conciencias.
Los aplausos calurosos de quienes no llenaban la sala pequeña del Teatro de Rojas dejaron bien de manifiesto el regusto por la pieza teatral presentada.
Esta es de esas veces en que a uno le apetecería escribir todo lo que piensa, tanto del texto como de la puesta en escena, pero acabaré reclamando al público toledano su atención para que no se pierdan estas programaciones de los jueves en la sala pequeña del Rojas. No es teatro menor, es teatro de mucha altura, de mucho interés y muy necesario. Y ojalá la gerencia trabaje para atraer a estas representaciones a un nuevo público, al ser posible jóvenes, pues con obras como las de este jueves se siembran semillas que fidelizan espectadores para toda la vida.