Antonio Illán Illán - «Las mujeres sabias» de Somos Vértice/Crítica

Un entretenimiento menor

El versionista y director hace una faena de aliño y logra un espectáculo más cerca del toreo de Manuel Benítez «El Cordobés» que de Santiago Martín «El Viti»

Cartel que anuncia la obra

Título: Las mujeres sabias . Autor: Molière . Versión y dirección: Andrés Alemán . Escenografía: Carlos Iglesias Faura . Música original: Manuel Soler Tenorio . Vestuario: Berta Grasset y Nuria Arias . Producción: Somos Vértice . Escenario: Teatro de Rojas .

Las mujeres sabihondas ( mejor que sabias ), comedia en cinco actos de Molière, ha sido versionada, con un peinado que deja rapado el original, por Andrés Alemán, para crear un libreto en el que alterna partes habladas y números musicales. El versionista y director hace una faena de aliño, que se diría en lenguaje taurino, y logra un espectáculo que, siguiendo con la metáfora taurófila, estaría más cerca del toreo de Manuel Benítez «El Cordobés» que de Santiago Martín «El Viti». He citado toreros de otra época, porque el resultado artístico es entretenido y provoca a veces la risa. En el fondo estamos ante la relectura en clave popular de andar por casa de la obra del autor francés.

La obra de Molière es una vasta comedia en que la sátira literaria llega ser sátira de las costumbres y apología de la mujer de su casa y de las sanas virtudes domésticas. Es también la naturaleza, que suscita los celos en la fría y orgullosa Armanda, y de la razón que se revela incluso en la obstinada Florencia. La dulce gracia de Enriqueta, el padre lleno de sentido común, pero débil frente a su mujer, y la chispeante Belisa dan a la obra cierta ligereza y humor.

La propuesta de «Somos Vértice» sigue el hilo del dramaturgo francés en la trama, pero busca más el divertimento que la reflexión y repiquetea constantemente con golpes de humor que nos recuerdan el « landismo » de cuando lo verde empezaba en los Pirineos. Tanto el lenguaje de evocación sexual como los gestos evidentemente procaces y superficiales buscan la risa fácil de un público que puede deleitarse algo e ilustrarse nada. Por encima queda una buena interpretación de la sátira de los pedantes y embaucadores, que lo único que buscan es medrar a través del matrimonio con mujer rica. También manifiesta con sarcasmo la crítica a los malos poetas y a los maridos sin carácter.

En cierto modo, esta puesta en escena quiere congraciarse con la modernidad y pretende dar un cierto tono feminista, potenciando la valentía de Molière, que buscaba darle libertad a las mujeres para que expresen sus emociones y elijan su camino, incluido el del saber y la ciencia. Sin embargo, vemos muchas contradicciones, pues, mientras al principio se denuesta con fiereza el matrimonio, luego las dos hermanas casi se pelean por el novio.

La dramaturgia incluye la idea del musical con el fin de dar contemporaneidad al texto clásico. Sin embargo, la creación sonora aporta unos recitativos muy planos y ciertamente monótonos con una música pobre de medios grabada, en ocasiones demasiado elevada, que se comía las voces, y eso que estas estaban amplificadas. Canciones con letras demasiado obvias y coreografías de aficionado. Un musical no es, acaso mejor sea decir que es una obra teatral con música escénica.

La interpretación resultó voluntariosa en general, muy acartonada en algunos personajes, hiperactuada en otros, como por ejemplo, Trissotin, natural y dinámica en alguno. Simpática y con matices es la interpretación de la tía solterona Belisa, a la que da vida un actor con muy buenos trazos, que se convierte en un elemento cómico muy potente al conectar con el público con sus continuos guiños y gracejos. Se echa de ver que la dirección actoral requiere un trabajo más concienzudo.

Buena parte del público del Teatro de Rojas pasó el rato entretenido, se rió con los chascarrillos de algunos textos, con las insinuaciones sexuales y con los gestos ostensiblemente procaces, y aplaudió. Otra parte también aplaudió educadamente, pero acostumbrada, incluso en la propia programación del coso toledano, a teatro de bastante más altura, dejó ver que el producto estaba verde, y salía diciendo lo que aquel famoso torero al que le presentaron a José Ortega y Gasset y preguntó a qué se dedicaba; cuando le respondieron que era filósofo, el aseveró: «Tié que haber gente pa to».

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