Antonio Illán Illán
Un diálogo teatral politemático con el terror al fondo
Un texto en el que Cayetana Guillén y Ayoub El Hilali dan un repaso a la vida de una mujer madura, Julie, y un joven que huye y que miente permanentemente sobre su identidad
Título: Puertas abiertas . Autora: Enma Riverola . Dirección: Abel Folk . Intérpretes: Cayetana Guillén Cuervo y Ayoub El Hilali . Espacio escénico: Paco Azorín. Vestuario: Patricia Monné. Diseño de videoarte: Joan Riedweg . Producción ejecutiva: Gloria Casanova . Escenario: Teatro de Rojas.
Para quien no recuerde lo que pasó en París, en la sala de fiestas Bataclán, traigo al papel y a la memoria que aquella noche, 13 de noviembre de 2015, mientras la gente se divertía escuchando a los Eagles Of Death Metal , unos terroristas islámicos dispararon a quemarropa provocando casi un centenar de muertos. Hubo tiros y bombas en otros puntos de la ciudad. Las noticias corrieron a la misma velocidad que circulaba el miedo. Entre tanto terror, surge una llamada solidaria que se difunde en las redes sociales con el hashtag #portesouvertes (puertas abiertas) solicitando a la población del centro de la ciudad que, ante la paralización de servicios, diera alojamiento y lugar seguro a quien tuviera necesidad.
De esa situación parte la columnista y novelista Enma Riverola para imaginar un texto teatral en el que se va a dar un repaso a la vida de una mujer madura, Julie, y un joven que huye y que miente permanentemente sobre su identidad. Esa ambigüedad en el marco del terror causa tensión, pues quien entra en la casa como un francés llamado Pierre, al poco dice que es marroquí y un rato después afirma que es sirio y se llama Farouk. Los personajes son dos desconocidos que hablan y hablan durante una noche sobre lo divino y lo humano y comparten copas y así se van confrontando opiniones, aunque poco profundas y escasamente argumentadas, sobre el islam y el cristianismo, la creencia y el ateísmo, el panteísmo, la diversidad de culturas, el terrorismo islámico y otros terrorismos, el poder, los pueblos subyugados, la discriminación racial, el machismo, los malos tratos y la violencia de género, hasta llegar a un acercamiento vital que implica un arrebato carnal evocado y simbolizado por un baile y unas imágenes algo más que alegóricas en la pantalla de proyección. Como marco contextual siempre el terrorismo de la noche de Bataclán y de otras explosiones, en una de las cuales resulta que muere, cerca de la casa en la que está la pareja, el exmarido de la mujer, que ha salido ese día de la cárcel y que, a pesar de tener orden de alejamiento, está cenando en un bistró. Este último hecho provoca un casi monólogo de la protagonista, que, asombrosamente casi justifica el hecho terrorista porque ha muerto el hombre que la maltrató durante quince años. O sea, que lo que parecía una acción solidaria de puertas abiertas, en este caso era más bien abrirse a la ocasión de que viniera alguien que ahuyentara el miedo a la mujer, no fuera a ser que se presentase la amenaza de su exmarido. Demasiados temas como para tratarlos con fuerza dramática en una pieza de una hora y cuarto de duración. Me quedo con ese manifestar cierta intimidad, más ella que él, del que no nos podemos fiar ni al final pues nunca sabremos si dice la verdad o miente, y ese relacionarse con los desconocidos sin habernos despojado de los miedos. Quizá el valor que nos queda de este texto sea el concepto de que solo a partir del diálogo con el otro, aunque sea un desconocido y no nos fiemos de él, se puede ser capaz de ver y respetar la diferencia y lograr un posible entendimiento. Chocante y sin nada que lo explique es que mientras suena la canción 'Strange Fruit', que hizo famosa Billie Holiday, se proyecte en la pantalla las impactantes imágenes de unos hombres negros ahorcados en Indiana (USA) en los años 30.
De esta puesta en escena hay que destacar el sugerente espacio escénico ideado por Paco Azorín . Es una especie de refugio, un nicho para protegerse, la parte de un salón y también una ventana abierta al peligro, al caos y a la violencia de la calle. También sobresale la iluminación y, muy especialmente, el apartado del videoarte de Joan Riedweg. Y se suma a los aciertos el movimiento escénico creado por Ariadna Peya porque aporta cierto dinamismo y rompe con la monotonía y carácter plano de gran parte de la representación.
Acertada es la dirección de Abel Folk para mantener vivo un texto icosaédrico. Y la vida teatral de la pieza la sostiene sin duda la naturalidad con desparpajo interpretativo de Cayetana Guillén Cuervo , que, con unos movimientos teatrales exquisitos, un gesto que se adapta las cambiantes circunstancias, una dicción perfecta y una voz muy bien proyectada, es dueña de la escena en todo momento, logrando una gran empatía con el público. No se puede decir lo mismo de Ayoub El Hilali , que, so pena de que cumpliera estrictas órdenes del director para dibujar su personaje, resultó monolítico, hierático y plano y con momentos en los que no se le entendía bien lo que decía; es posible que el personaje que interpreta exija esa actitud, pero en escena realiza una interpretación despersonalizada e inexpresiva.
Es para alegrarse que el teatro vaya recuperando espectadores tras la pasividad de la pandemia. Animo al público toledano a que vaya también al Rojas los jueves, a la nueva sala pequeña, que tiene una oferta de calidad muy aceptable. La cultura, para la sensibilidad y el pensamiento crítico, nos es tan necesaria como lo es la perdiz o el mazapán para los gustos del paladar.