Antonio Illán Illán
La batalla de los ausentes: un grito antibelicista de La Zaranda
Es una pieza más en el buen hacer de esta compañía. El espectáculo merece la pena en sí mismo y como contraste en el contexto teatral
Título: La batalla de los ausentes. Autor: Eusebio Calonge. Compañía: La Zaranda. Dirección: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Francisco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos . Escenografía: Paco de La Zaranda. Vestuario: Encarnación Sancho. Iluminación: Eusebio Calonge. Producción artística: Eduardo Martínez. Escenario: Teatro de Rojas de Toledo.
La Zaranda, «teatro inestable de ninguna parte», como se califica la compañía, ya nos está declarando su nihilismo, su escepticismo y su carácter descreído y desmitificador. En este sentido, 'La batalla de los ausentes' es un ejemplo ilustrativo de su esencia.
Esta es una obra nacida de la imaginación, y de la trayectoria de Eusebio Calonge (no en vano esta obra sucede a otra, 'El desguace de las musas', en donde la trinchera estaba debajo de una alfombra y en esta la trinchera es la unidad de lugar). En el texto encontramos un ramillete de visiones teatrales que nos llevan a Valle-Inclán a veces, a Samuel Beckett y su 'Esperando a Godot' otras, a la crítica a todas las guerras, siempre, y al grito contra el olvido como mensaje permanente. También tiene su lado poético y surrealista y el humor no exento de ironía, ese humor que nace del cambio de universo del discurso. Hay, incluso una expresión terrible, un sarcasmo: «El odio une».
Los tres supervivientes de una guerra que ya nadie recuerda, viejos y destartalados, «un poco ido» alguno de ellos, quieren celebrar o rememorar la batalla, pero se encuentran solos; nadie los recibe, nadie los oye; y la conmemoración con su corona de laurel, sus banderines y sus raídos trajes de soldados con sus medallas se convierte en un esperpento escénico en donde importa poco lo que sucede e interesa más lo que dicen, lo que piensan, lo que recuerdan o lo que imaginan los tres personajes que desarrollan la trama. Todo lo que puede ocurrir en una guerra sale a relucir: el que lucha hasta el final en la trinchera, el que se escaquea o el mando que siempre toma distancia con la línea de fuego. Combate inútil, que parece ser nuestra esencia cultural, lo quijotesco. Épica para tres farsantes, sátira de todo poder humano, la dignidad y la fe como acto de resistencia. Esas fueron siempre sus trincheras. Siempre derrotados, nunca vencidos.
Quien no suele aparecer es el enemigo (en esto me recordó los diálogos de Gila). Luego si queremos bucear en el teatro simbólico esa «batalla de los ausentes» también puede evocar lo solo que está el mundo de la cultura en la trinchera de la vida y cómo brillan las ausencias. Aun así, al final nos quedamos con una lectura positiva, la de que no se debe perder nunca la esperanza, porque hay que vivir, vivir hasta afrontar la última y decisiva batalla: la de la propia muerte
Dice Eusebio Calonge en unas declaraciones que «la trinchera se levanta contra tanta burocracia asfixiante, contra la deshumanización de las pantallitas, contra tanto tiburón de agua turbia que solo entiende el teatro desde la taquilla, contra los que se disfrazan de críticos para hacerle el discurso al poder». Quizá el público no tenga respiro, mientras sigue la representación sin pausa , para la reflexión y ni siquiera para emocionarse mucho o para alcanzar a ver las batallas que todos perdemos en la vida. Pero el teatro queda ahí, descarnado, sin concesiones al guiño fácil o al éxito comercial.
Por supuesto, son los tres actores clásicos y veteranos de la compañía, Francisco Sánchez (que es el propio Paco de la Zaranda), Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, los verdaderos ejes de esta propuesta teatral, ellos crean y son el espectáculo. El trío ofrece una lección magistral del estilo de interpretación zarandesco.
Si tuviera que definir de una manera esta pieza, diría que no es «teatro de autor», sino «teatro de intérpretes». Todo está dispuesto y montado para el protagonismo de los tres actores con unas formas de teatralizar muy 'sui generis', tanto en gesto y movimiento, como en expresión vocal. Esto es algo que no sorprende a quien conozca el modo de hacer de La Zaranda, que desde siempre trató de alejarse de las fórmulas teatrales estereotipadas y ha creado y consolidado su propio lenguaje escénico, que nunca es ajeno a la reivindicación de la memoria, a la invitación a la reflexión, al humor y a la crítica a la sociedad mortecina e impostora.
La Zaranda es una pieza tradicional y singular en el puzle del teatro español desde hace cuarenta años y 'La batalla de los ausentes' es una pieza más en el buen hacer de esta compañía. El espectáculo merece la pena en sí mismo y como contraste en el contexto teatral.
Si el símbolo de la ausencia lo llevamos hasta el final de la representación, los actores hacen mutis por el foro y no salen a recoger los aplausos del sorprendido público, que deja de aplaudir y sale del teatro con la sensación de que le falta algo. Pero así es La Zaranda.