Bahamontes: «¿Qué si voy a llegar a los 100? Hombre, y a los 101 también»

Coincidiendo con el 60 aniversario de su victoria en el Tour, emisarios de la mejor carrera ciclista del mundo han venido a Toledo para proponerle que el domingo esté en los Campos Elíseos

Bahamontes posa frente al Ángel del Alcázar, muy cerca de su casa, donde el próximo 13 de septiembre estará la meta de la antepenúltima etapa de la Vuelta a España como homenaje H. Fraile
Juan Antonio Pérez

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Un día, no hace mucho, subía Fede por la cuesta del Miradero con su coche Mercedes y vio a una señora agarrada a su escultura. Fede frenó. Paró el coche. Bajó la ventanilla. Y le dijo:

—¿Qué pasa? Que te tienes que agarrar a ese. ¡Agárrate a mí!

La cara que puso la aludida debió de ser indescriptible.

Le pasa con frecuencia en su ciudad, Toledo. Va paseando por el entorno del palacio de Congresos, donde la gente se está haciendo fotos con la obra de arte que escenefica a Fede subido en una bicicleta, y, de repente, se quedan parados.

—«Es él, es él», murmullan sin disimulo.

Él es Alejandro «Federico» Martín Bahamontes . Seguramente, uno de los mejores deportistas españoles de siempre. Sin duda, el toledano más carismático. Una leyenda en vida que a sus 91 años recién cumplidos sigue en plena forma. Bravo como pocos.

La edad solo se le nota en las bajadas, cuando las rodillas le crujen y marcha más despacio. Hará ya unos dos años que en su finca de Argés tuvo un pequeño accidente con el coche, que es automático. Desde entonces arrastra molestias.

Lo cierto es que bajar nunca fue lo suyo. Su fiesta empezaba cuando la carretera se empinaba. No obstante, es oficialmente el mejor escalador de la historia del Tour de Francia.

Esta semana, una delegación del periódico L’Équipe estuvo en Toledo para proponerle que el próximo domingo esté en los Campos Elíseos de París, en la coronación del campeón de la mejor carrera ciclista del mundo. Fede se lo está pensando. No ha dicho que no. Ya veremos.

El Tour recurre a él porque es el ganador más antiguo que queda. Todos sus rivales, los Louison Bobet, Charly Gaul, Jacques Anquetil, Henri Anglade o Roger Rivière , ya han pasado a mejor vida. «Lo más importante es la salud», dice Fede con una aparente simpleza y, sin embargo, es todo lo contrario. Lo que no dice, pero piensa, es que no vale ganar a cualquier precio. Y que ahí está él, mientras que los demás hace tiempo que murieron. «Por algo será», añade.

El jueves se cumplieron 60 años de su victoria en la ronda gala. El primer español en conseguirlo. Fue un 18 de julio de 1959. Coincidió con el aniversario del alzamiento nacional y con que en nuestro país, aún en blanco y negro, escaseaban los éxitos. Le dieron 1.250.000 pesetas (7.500 euros) de premio y lo repartió entre los compañeros del equipo. Luego se quedó el resto del verano disputando otras carreras menores, que era donde de verdad se ganaba dinero. A 30.000 pesetas el jornal.

Bahamontes H. Fraile

«¡Señores, acaba de terminar!»

Cuando regresó, Franco le recibió en El Pardo como a un héroe. En Madrid Fede se montó en un descapotable y echó el día hasta que llegó a Toledo. Una marabunta de ciclistas lo siguió como fieles gregarios. En la ciudad imperial nadie olvidará nunca aquel 20 de septiembre de 1959. Fede se trajo de París seis maillots amarillos, tantos como etapas estuvo de líder. Uno de ellos se conserva en la catedral primada cual reliquia sagrada.

El Tour lo empezó a ganar el viernes 10 de julio en la cronoescalada al Puy de Dome y, tres días después, se puso primero en Grenoble, al pie de los Alpes. La última etapa fue una larga espera: 331 kilómetros entre Dijón y París. Diez horas interminables hasta que Juan Jiménez Peñalosa, en Radio Toledo, lo anunció:

—¡Señores, acaba de terminar el Tour con la victoria de Federico!

En diferentes ediciones, el toledano fue primero, segundo, tercero y cuarto en la gran carrera. «Yo tenía que haber ganado, como mínimo, tres o cuatro Tour. Y, si soy francés, ganó diez». Dice según lo siente. Pese a que solo fue uno, la gente se sigue acordando de él cada julio. «Ayer (por el miércoles) me quedé alucinado. Me llamaron de todos los sitios y me quedé sin batería en el móvil», reconoce con orgullo.

Fede tiene la rara habilidad entre los deportistas de súper élite de que le suena el teléfono y lo coge. No necesita a jefes de prensa. Mientras habla con ABC se disculpa, se pone el pinganillo y graba otra entrevista para «El Larguero» de la Cadena Ser.

Este jueves se ha levantado a las siete de la mañana, ha ido a cortarse el pelazo que conseva, ha pasado por la peña para grabar un reportaje con Castilla-La Mancha Media, ha cogido el coche (a sus 91 sigue conduciendo) para ir al dentista a Madrid y aquí está, de vuelta, tomando un «rosadito» y después una cerveza. Hasta la medianoche no regresará a casa.

«No tengo tiempo», asegura. Y eso que ya no organiza la Vuelta a Toledo, la carrera para aficionados que se inventó tras retirarse en 1965. Después de 50 ediciones, la prueba murió hace poco por inanición. Fede anunció con tiempo que lo dejaba y nadie se hizo cargo. «Todo el mundo quería coger el relevo... ¿dónde están ahora?», lamenta.

La Vuelta a Toledo y la tienda de bicicletas en la plaza de la Magdalena fueron su vida cuando dejó de dar pedales. Fermina, su mujer, fallecida el año pasado, atendía tras la caja y Fede te vendía lo que quisiera con su verbo fácil. La tienda cerró hace 15 años y ahora hay un supermercado chino, de esos en los que encuentras cualquier producto imaginable.

«Yo veía una bici y se me iban los ojos» , dice recordando su infancia. Es probable que entonces, tiempos de hambre y estraperlo, pura supervivencia, el destino ya estuviera escrito. Y eso que su padre, Julián, «no quería que me dedicara al ciclismo». Luego presumiría orgulloso del único varón de la casa. Como su madre, Victoria, de la que Fede heredó «el carácter».

Qué lejos queda ya aquella primera carrera en Menasalbas, a finales de los años 40, donde se tuvo que refugiar en la casa de una vecina porque los quintos del pueblo lo querían meter en el pilón. Qué lejos aquellos entrenamientos en el Cerro de los Palos.

Fede es hoy un venerable anciano al que la gente sigue parando por la calle. Por ejemplo, un padre que empuja a un crío que está aprendiendo a montar en bici le pide un autógrafo. No queda claro para quién.

—A su edad, Fede, ¿qué le falta por hacer?

—El museo.

Y aquí pide ayuda a las administraciones para que le echen una mano. Para no tener amontonados millones de recuerdos en la sede de su peña. Para que todo el mundo los pueda disfrutar. Para que él lo vea en vida. Le gustaría que fuera en la esquina del edificio que hay detrás del Alcázar. Muy cerca de su casa y justo enfrente de la figura del Ángel del Alcázar, donde el próximo 13 de septiembre estará la meta de la antepenúltima etapa de la Vuelta a España como homenaje al «Águila de Toledo». También le gustaría que el paseo que sube desde la Puerta de Bisagra a la plaza de Zocodover lleve su nombre: Federico Martín Bahamontes. «Suena bonito», imagina.

—Fede, va a llegar usted a los 100...

—¿Qué si voy a llegar? Hombre. Y a los 101, también.

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