TOLEDO FINGIDO Y VERDADERO

Toledo, fin de siglo: cambios urbanos

En las últimas décadas del XIX, se podía pensar que Toledo entraba en la modernidad. ¿Ilusión o realidad?

Signos de progreso: llegada de un tren a la estación de Toledo a principios del siglo XX. Archivo Histórico Provincial. Fondo Rodríguez
Signos de progreso: llegada de un tren a la estación de Toledo a principios del siglo XX. Archivo Histórico Provincial. Fondo Rodríguez

José Luis del Castillo

TOLEDO

Cuando el siglo XIX alcanza su última década, la ciudad de Toledo «parecía salir», como observó Jorge Miranda, del letargo en que había permanecido durante los doscientos cincuenta años anteriores. Era una tendencia, acelerada entonces, que se estaba, de hecho, manifestando desde mediados del siglo XIX. Venía favorecida por su condición de capital administrativa de la provincia y por acontecimientos como la llegada del ferrocarril en 1858, el abastecimiento de aguas potables a partir de 1863, la instalación de centros de formación militar que dieron continuidad a los instituidos entre 1846 y 1869 -en particular, la Academia de Infantería entre 1875 y 1882, la General Militar entre 1882 y 1893 y la de Infantería nuevamente, sucediendo a la anterior-, y el incremento y diversificación de la producción en la fábrica de armas. Son factores que contribuyen en parte a explicar el aumento, ciertamente irregular, de su población, que pasó de los poco más de 13.000 habitantes a principios de siglo a los 23.533 de 1900.

Una ciudad en transformación

También la faz de la ciudad cambiaba lentamente. Por un lado, desde que en 1864 se procediera, por decisión del alcalde Rodrigo González-Alegre (1823-1879) tomada dos años antes, al derribo de la plaza de armas del puente de Alcántara para facilitar el tránsito viario, se había ido incrementando la labor de limpieza de ruinas, en especial tras el comienzo de las obras de restauración del alcázar en 1866 y la controvertida demolición, en 1868, de los restos del artificio de Juanelo para instalar la primera e imperfecta máquina elevadora de las aguas del Tajo. Posteriormente, entre 1882 y 1885, sería el turno, al servicio de la Academia Militar, del antiguo convento de Capuchinos y del hospital de Santiago; de los últimos restos del convento de Santa Fe, derribados en 1887 para ampliar el paseo del Miradero; y de la torre del reloj de la catedral, sacrificada por el cardenal Miguel Payá en 1889 por no distraer recursos para la construcción del seminario. En paralelo, se iban instalando aceras, pavimentando las principales calles mejor o peor y mejorando su alumbrado.

Iban cobrando auge, a su vez, los organismos societarios, con la creación del Centro de Artistas e Industriales en 1866 y su traslado, en 1885, a la nueva y definitiva sede en la plaza de la Magdalena, o la constitución de sociedades recreativas como la Tertulia H, promovida por miembros de las Academias militares y activa desde antes de 1879 hasta 1893. Asimismo, en 1878 era inaugurado el nuevo Teatro Rojas, a cuya oferta dramática se sumaban otros espacios, como el Salón Moreto, instalado en el antiguo colegio de San Bernardino de la calle de Santo Tomé, y, más adelante, los salones Romea y Echegaray, atendidos por compañías de aficionados. Igualmente hacían su aparición, para favorecer el desarrollo social y económico, organismos como la Cooperativa de Obreros, en 1884; la primera Caja de Ahorros, por iniciativa de la anterior, en 1886; la Unión Comercial e Industrial, agrupación patronal creada en 1887; o la Unión Mercantil, asociación de los dependientes de comercio, en 1889. Surgían asimismo otros de carácter social o cultural de vida más o menos larga, como la primera Sociedad Arqueológica de Toledo, en 1883; la Sociedad Artístico-Musical dirigida por Melitón Baños (1848-1924), en 1887; el comité provincial de la Sociedad Antiesclavista, en 1889; o un primer Centro Obrero en 1893.

Signos de vitalidad

Los últimos años del siglo y los primeros del XX trajeron consigo, pues, a Toledo una renovada vitalidad. La prensa periódica se incrementaba con la aparición de cincuenta nuevos títulos entre 1890 y 1900, si bien la mayoría de corta duración. El alumbrado eléctrico era encendido en las calles céntricas en 1890. Ese mismo año comenzaba a instalarse la red telefónica. Dos años después era sustituida la máquina elevadora de aguas del Tajo por otra más potente capaz de generar electricidad. También en 1892 entraba en funcionamiento el nuevo matadero y era aprobada la construcción de un moderno mercado de abastos (que, sin embargo, no fue abierto sino en 1915). Al año siguiente era puesto por fin en servicio, en los cerros de Palomarejos, el cementerio cuya construcción se perseguía desde que, en 1859, Rodrigo González-Alegre -otra iniciativa suya- consiguiera aprobar su emplazamiento. Como el profesor del Instituto Juan Marina señalaba en 1892, en su Nueva guía de Toledo, »los progresos tienen cabida poco menos que al día en la capital».

Por otra parte, el negocio turístico entraba en una nueva fase de desarrollo. Su relativo incremento en años anteriores llegó acompañado de nuevas guías, para orientar a viajeros adinerados, en 1880, por obra del archivero y profesor del Instituto Provincial Luis Rodríguez Miguel (1844-1916), y en 1886, del militar y cartógrafo Emilio Valverde Álvarez (1848-1894). Irían seguidas por la publicación, entre 1889 y 1890, del semanario Toledo, pensado por sus dos directores, Federico Latorre y José María Ovejero, para «atraer nuevos admiradores» a la ciudad, y, en 1890, por la Guía artístico-práctica del vizconde de Palazuelos, cuyo carácter elitista subrayaba el autor desde sus páginas introductorias. Ese auge explica la inauguración del lujoso hotel Castilla en 1891, así como la fama adquirida por las cocinas del restaurante Granullaque. Al tiempo, la hostelería toledana se abría a nueva clientela y comenzaba a funcionar, ese mismo año, la Venta de Aires, en principio con destino a los obreros de la fábrica de armas.

Aparecían, a su vez, o renacían entidades asociativas de diversa naturaleza, como la Cámara Agraria provincial en 1897, la Cámara de comercio o la Sociedad Agrícola Toledana, ambas en 1899, y una renovada Sociedad Arqueológica de Toledo, que se mantendría de 1899 a 1903, año éste en que también se constituía la Asociación defensora de los Intereses de Toledo. También prendía el esfuerzo asociativo entre la clase obrera: en 1891 quedaba constituida la organización toledana del Partido Socialista, en 1893 abría sus puertas el primer centro obrero y en 1897 aparecían las primeras sociedades obreras de resistencia, precedentes de las organizaciones sindicales. Se construían, además, nuevos edificios monumentales o se restauraban otros antiguos. La reconstrucción del alcázar, incendiado en enero de 1887, comenzó casi de inmediato, en abril del año siguiente, si bien no concluyó hasta bien entrado el siglo XX. Acabó a su vez, en 1889, la edificación del nuevo seminario, emprendida tres años antes. Algunos años más tarde, en 1895, daban asimismo inicio las obras de restauración del antiguo cuartel de San Lázaro para ubicación del Colegio de Huérfanos de Infantería, que volvía a Toledo desde Aranjuez, a donde había sido llevado en 1886. Poco después, en 1898, entraba en pleno funcionamiento el nuevo palacio de la Diputación, proyecto iniciado en 1881.

Se trataba, en realidad, de novedades ilusorias.

SOBRE EL AUTOR
José Luis del Castillo

Profesor e investigador

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