VIVIR TOLEDO
Las vistas toledanas de Pérez Villaamil en el Museo del Prado
Las pinturas del Díptico con 42 vistas monumentales de ciudades españolas , en su hoja derecha, invitan a seguir un itinerario por una ciudad de mediados del siglo XIX, desde la puerta de Bisagra hasta salir por el puente de San Martin, atravesando calles y monumentos

Con motivo de los 200 años de vida, la primera pinacoteca española ofrece, desde el pasado 18 de noviembre hasta el próximo 10 de marzo, la muestra titulada Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria , apoyada en ocho etapas relativas al origen, los fondos y las épocas que ha conocido. Una de ellas ( 1833-1868 El Museo de La Trinidad. El descubrimiento europeo del Arte Español ) se fija en un germen del Prado, el depósito de pinturas creado en el madrileño exconvento de la Trinidad Calzada, fruto del proceso desamortizador iniciado en 1835. Allí recalaron obras toledanas, como las del Retablo de las Cuatro Pascuas –Juan Bautista Maíno, 1612-, situado en la capilla de San Pedro Mártir, y El Tránsito de la Virgen -Correa de Vivar, s. XVI- de la iglesia del Tránsito. Estos envíos habían sido escogidos, en 1837, por Juan Gálvez (Mora, 1774-Madrid, 1846), pintor de cámara de Fernando VII y director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1838. La Trinidad tan sólo se abrió al público nueve días desde el 24 de julio de aquel año. Todo aquello, junto a posteriores fondos, se trasladarían, en 1872, a las galerías del Prado que, en 1819, se había creado como Museo Real de Pinturas.
Volviendo al título expuesto sobre el arte español del XIX, señalemos la exhibición de una rara pieza también unida a Toledo: Díptico con 42 vistas monumentales de ciudades españolas. Obra conformada por dos hojas o cuerpos separados, de 172,5 x 89,5 cm cada uno, orlados por un marco ojival en torno a unos bellos óleos románticos (de 17.8 x 12,6 cm), pintados sobre hojalata por Genaro Pérez Villaamil y Duguet (El Ferrol, 1807-Madrid, 1854). Javier Barón, Jefe del Área de Conservación de Pintura del siglo XIX, señaló en 2014 que fue un encargo para el embajador británico en Madrid, George Villiers, realizado entre 1833 y 1839. La obra llegó al Prado, en 2011, tras ser adquirida en una subasta en Sotheby's de Londres por algo más de 143.000 euros.
Recordemos que Villaamil antes de estudiar Bellas Artes, fue militar y valedor de la causa liberal frente al ímpetu absolutista en 1823. Tras una etapa en Puerto Rico pasó a Sevilla, en 1833, antes de recalar en Madrid y viajar luego por España y Europa. Siguió a pintores británicos -como el escocés David Roberts-, atraídos por el paisaje, nobles ruinas o los tipos populares, claves románticas que él aplicaría con maestría como lo prueban las vistas del Díptico . La hoja izquierda reúne veintiuna imágenes: quince de Sevilla, dos de Toledo y cuatro más alusivas a Córdoba, Oviedo, Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María. La derecha acoge veintiuna escenas exclusivamente toledanas. Ocho de ellas serían reinterpretadas por litógrafos franceses en la obra España artística y monumental (1842-1850), en cuya dirección artística intervino el propio Villaamil. La datación de los óleos del Díptico se sitúa entre 1834 y la primavera de 1839, pues -como indica Jaime Barón-, al acabar entonces Villiers su misión en España, en esa fecha, enviaba a Inglaterra todas sus adquisiciones artísticas.
La atención otorgada por Villaamil a Toledo en el Díptico sería fruto de varias estancias en la ciudad que, por cierto, vivió en esa época una cruel epidemia del cólera (1834), o los efectos de la I Guerra Carlista (1832-39) con el paso de tropas, requisas, toques de alarma, ataques de partidas y ejecuciones sumarias en las plazas. Pero nada de esto se trasluce en sus amables estampas. Es más, la ordenación de las 21 vistas de la hoja derecha invitan a seguir un itinerario por la ciudad, desde la puerta de Bisagra hasta salir por el puente de San Martin, atravesando calles y monumentos. Para acentuar el sabor evocador de un rincón intercala licencias, como cruces o imágenes devocionales en muros y soportales, portadas inexistentes o trasposiciones de edificios. Con esquemáticos, pero precisos trazos, esboza mujeres y hombres trajinando en las calles, curas de teja y manteo, atribulados orantes, indigentes o reatas de caballerías. Detalles que después realzarían ciertos fotógrafos hasta el primer tercio del XX -como Laurent, Alguacil o Linares entre otros- interesados en destacar los «tipos locales», colocando más de una vez, ad hoc , azacanes junto a monumentos, iglesias o fuentes.
El recorrido parte de la calle Real del Arrabal, junto al ábside de Santiago, con un esbelto convento carmelitano en el cenit de la escena. Después plasma la puerta del Sol, monumento que cautivó tanto a viajeros románticos como a los primeros fotógrafos que llegarían más tarde. Antes de alcanzar el Miradero, mira hacia atrás para recoger el reverso de la citada puerta y la de Alarcones, además de las iglesias de Santiago y de la Virgen de la Estrella . Llegado a Zocodover, pinta el ángulo de la subida al Alcázar con los arcos que se eliminarían en 1865 y una panorámica de la plaza desde el soportal situado bajo el Arco de la Sangre. El camino continúa por la calle del Comercio con casas de viejos saledizos, surgiendo en el fondo una torre catedralicia de proporciones colosales. A continuación, el pintor reproduce una animada calle de la Chapinería con la Puerta del Reloj de la seo Primada. De ella elige luego el exterior de la Puerta de los Leones y seis apuntes del interior poblados de devotos, clérigos y mendigos.
El paseo prosigue por la calle de Santo Tomé y el arruinado palacio del marqués de Villena. A San Juan de los Reyes dedica dos vistas del claustro bajo, una de ellas con la cubierta destruida desde la francesada de 1808. La siguiente imagen la protagonizan varios tipos y alguna montura atravesando el puente de San Martín. Las dos últimas piezas del Díptico quiebran aquí el recorrido previsto. Una es una libre interpretación de la calle del Barco al lado del Colegio de Infantes y, otra, las ruinas del Artificio de Juanelo bajo unos transformados perfiles del castillo de San Servando. Y es que la continuación lógica del recorrido paisajista de Villaamil está en la hoja izquierda del Díptico, dos ilustraciones tomadas dese la orilla izquierda del Tajo: una vista del referido puente de San Martín y el conjunto amurallado del Baño de la Cava.
Cuando el Prado cumple dos siglos de vida, la exposición del Díptico es un verdadero regalo para degustar la pura inclinación romántica de Pérez Villaamil en unas pinturas, nacidas del pulso directo de su mano. Más frescas y espontaneas que las reinterpretaciones posteriores llevadas a las planchas litográficas que, a fin de cuentas, dilataron por todo el mundo el nombre de este artista español del siglo XIX.
Una sugerencia más sobre el autor y su peculiar mirada a la ciudad del Tajo: la exposición virtual en la web del Archivo Municipal de Toledo que, desde el 12 de octubre de 2018, recoge a Toledo en los grabados de Genaro Pérez Villaamil (1842-1850) .
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