Toros

«Prefiero ver a Ponce en una plaza de tercera antes que a cualquier otro en una de primera»

Desde 1997, el inglés Michael Wigram sigue al torero de Chiva por las plazas de España y Francia. Ha visto 1.200 corridas suyas. Con Órdoñez y Antoñete hizo lo mismo

Michael Wigram y Enrique Ponce, el año pasado en Palencia Revista 6Toros6

JUAN ANTONIO PÉREZ

En la feria de San Isidro de 1983, Michael Wigram se ausentó unos días a Londres por trabajo. Su abono se lo cedió a su chófer, Manolo, pero le puso una condición: al finalizar cada corrida, Manolo debía correr a casa y telefonear a Michael para contarle lo que había sucedido en la plaza de Las Ventas de Madrid. La anécdota la contó William Lyon en El País y Wigram se ríe cuando ABC se la recuerda porque ya no se acordaba.

Los toros le contagiaron su «veneno» casi 20 años antes de aquella feria de san Isidro. Fue una tarde de septiembre de 1964, en Palma de Mallorca. «Estaba de vacaciones. Vi tres corridas bastante malas y, no sé por qué, volví a la plaza un cuarto día. Toros de Sánchez Fabrés para Paco Camino, El Cordobés y un mexicano llamado Gabino Aguilar. Paco cortó dos rabos, y eso me infectó...», cuenta Michael, que entonces tenía 29 años.

A los toros se aficionó en Palma de Mallorca, en septiembre de 1964. Estaba de vacaciones y vio una corrida en la que Paco Camino le cortó dos rabos a ejemplares de Sánchez Fabrés

A la cita con este periódico, Wigram se presenta con sombrero, americana, camisa blanca y el The New York Times bajo el brazo. Maneja un perfecto español con el característico acento inglés. Algo así a como se expresa Michael Robinson. Vive a caballo entre Madrid y Londres, aunque sería más preciso decir que su vida transcurre entre estas dos ciudades y las plazas en las que torea Enrique Ponce.

Wigram, de una erudición plausible, es el Hemingway de nuestro tiempo. Igual que hiciera el premio Nobel unos años antes, en 1965 Antonio Órdoñez volvió a los ruedos y Michael se puso a seguirlo por todas las plazas. Así estuvo siete temporadas, hasta que en 1971 el torero de Ronda se retiró después de una mala tarde en San Sebastián.

A una distancia prudente

«Órdoñez era tremendo, un emperador con mucho mando. Tenía una presencia imponente en el ruedo, mucho valor, su capote era maravilloso y un empaque enorme con la muleta», explica Wigram, quien siempre prefirió mantenerse a una distancia prudente de su ídolo, porque le dijeron que Órdoñez era «una persona con un carácter difícil».

Wigram hizo lo mismo con Antonio Chenel, «Antoñete», quien en 1981 reapareció en los redondeles, al que siguió durante cinco temporadas.

A finales de los años ochenta, un crío de Chiva (Valencia) sobresalía entre los novilleros. Su nombre: Alfonso Enrique Ponce Martínez. Wigram recuerda que, la primera vez que lo vio, pensó: «¡Qué pena, porque es demasiado pequeño de estatura!». En la feria de Otoño de 1990, Enrique Ponce confirmó la alternativa en Madrid y el aficionado inglés, presente en los tendidos, varió su primer juicio: «Este sabe torear».

Wigram participó en la fundación de la revista 6Toros6, lo que le permitió asistir a las grandes ferias y seguir a la pareja Joselito-Ponce: «En 1996 vi 123 corridas y en 39 actuaron ellos». Al inicio de la siguiente temporada, en la feria de Olivenza (Badajoz), Ponce se enfrentó a toros de Victorino Martín, «más pequeños que los de ahora, pero complicados y con mucho que torear». La lección que debió de dar el torero de Chiva fue tal que la hija de Wigram, que ese día acompañaba al aficionado inglés, le dijo: «Papá, este es único, tenemos que seguirlo».

«Es maravilloso conducir toda la noche, ver salir el sol y pensar que hay otra corrida. El escritor Stevenson decía: «Viajar con esperanza es mejor que llegar»

Y así lleva Wigram 20 temporadas. Ha visto a Ponce en directo unas 1.200 tardes. Tiene las corridas apuntadas: 1.153 hasta el final de 2014, 35 el año pasado y todas las de este 2016, menos la matinal de Nimes (Francia) porque «por la mañana el calor es horroroso».

De Ponce «no tengo ninguna duda de que es el torero más completo que he visto con la muleta». ¿Su mejor cualidad? «Su motor es su enorme afición, está totalmente enamorado de su profesión y tiene un valor extraordinario. También su inteligencia: entiende mejor que nadie al toro de su época». No obstante, y por si hubiera dudas, este aficionado inglés prefiere «ver a Enrique en una plaza de tercera que a cualquier otro en una de primera».

Solo una hora antes

Seguir a toreros ha sido su curiosa manera de conocer este «magnífico país». Además, «nosotros (Wigram viaja con su hija o con amigos) gozamos de una ventaja en los viajes largos con respecto a los toreros: solo tenemos que estar una hora antes de la corrida, así que podemos salir tranquilos y dormir en un hotel de carretera».

Para Wigram, que demasiadas veces se ha hecho 1.000 kilómetros (de ida y otros 1.000 de vuelta) para ver a su torero favorito, durante el viaje se disfruta tanto como en la plaza. «Hay una cosa maravillosa, que es conducir toda la noche, ver salir el sol y pensar que hay otra corrida. El escritor Robert Louis Stevenson decía: ‘Viajar con esperanza es mejor que llegar’. Con los toros, siempre está la próxima corrida y, después, la próxima temporada. Nunca se llega al fin».

—Si tuviera que definir los toros en pocas palabras, ¿qué diría?

—Como el poeta Manuel Machado: «La hermosa fiesta bravía, de terror y alegría, de este viejo pueblo fiero... Oro, seda, sangre y sol».

—¿Cómo mira un inglés la Fiesta?

—Los ingleses hemos inventado casi todos los deportes, aunque nuestra mejor invención es el críquet. En él, el estilo, la belleza de las cosas, es muy importante. Con esto no quiero decir que me gustan los toros porque se asemejan al críquet, pero tienen una cosa en común: la belleza de los movimientos.

—Hay quienes tratan de ligar los toros a una determinada ideología política. ¿Es esto algo nuevo o ha ocurrido siempre?

—Me parece absurdo. Ha habido muchos comunistas y socialistas que eran muy aficionados. Recuerdo que en su momento de máximo poder, en 1988, Alfonso Guerra fue muy criticado por coger un avión de las Fuerzas Armadas para ver a Curro Romero en La Maestranza. Y cuando se lo reprocharon a Felipe González; este, con su destreza de siempre, dijo que no podía imaginar una razón más importante que ver a Curro en Sevilla (risas).

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