Jerónimo Ros Acevedo

A mi padre, Jerónimo Ros Campillo

De su dedicación sin horario a sus pacientes podemos dar fe los miembros de la familia, pues no fueron pocas las ocasiones en que nos despertó de madrugada la llamada de una madre angustiada

Jerónimo Ros durante el acto en que fue nombrado Hijo Adoptivo de Toledo, el 23 de enero de 2011 LUNA REVENGGA

Hoy todos los periódicos, al hacerse eco de la muerte de mi padre , subrayan el perfil público de su existencia. Sin embargo, quienes lo conocimos más estrechamente sabemos que su tránsito por la política vino meramente a adjetivar un humanismo sin siglas, alimentado en miles de lecturas y en una vocación de servicio a los demás de la que ya había dado muestras sobradas en su quehacer profesional como médico.

De su dedicación sin horario a sus pacientes podemos dar fe los miembros de la familia, pues no fueron pocas las ocasiones en las que nos despertó de madrugada la llamada de una madre angustiada o un marido preocupado en la ciudad gris de provincias que era el Toledo de los 60-70, sin servicio de urgencias y desprovista de la más mínima asistencia social. No pocos fueron también los domingos de campo frustrados por interminables visitas de última hora que tuvimos que pasar, en paciente espera, con todo dispuesto en el interior del Seat 800. Pero todos estos pequeños inconvenientes quedaban recompensados con creces por el sincero cariño con el que, por extensión, nos obsequiaban las familias a las que él proporcionaba tranquilidad y seguridad.

Su sensibilidad y calidad humana le llevaron a trabar un vínculo con sus convecinos que fue más allá de lo estrictamente profesional. Creo no faltar a la verdad si digo que antes de que se diese a conocer su militancia política era ya un referente ético para muchas de las personas con las que se relacionaba en aquellos últimos años del franquismo, bien a través de su quehacer profesional bien por medio de su participación en la incipiente actividad asociativa de la ciudad; así, al menos, lo percibía yo desde mi mirada adolescente aún alienada de la política.

Con este equipaje personal, pudiera parecer que la lógica del momento histórico fue la que le arrastró sin esfuerzo, primero a militar en el socialismo y luego a concurrir como candidato en las primeras elecciones libres tras la dictadura. Pero, en homenaje a cuantos como él se pusieron al frente del cambio político que reclamaba la sociedad, es de justicia decir hoy que las cosas no resultaron fáciles, ni mucho menos gratuitas, en la sociedad española de la época, menos aún en una ciudad de provincias como Toledo, símbolo inveterado de la dictadura, donde entre determinados círculos levantó ampollas el que uno de sus vecinos se atreviese, no ya a abrazar los postulados de un partido que por entonces era claramente de izquierdas, sino la causa misma de la democracia.

En los tiempos que corren, donde las denominadas «élites extractivas» corrompen, desprestigian y aniquilan lo público, conviene destacar el impulso moral y cívico con el que algunas personas se pusieron al servicio del cambio político y social que el país necesitaba, sin reparar en el carácter incierto de la apuesta.

En este desmemoriado país donde nadie recuerda nada, conviene subrayar que la construcción del Estado democrático y social es una obra colectiva en la que participaron personas como mi padre, movidas por un verdadero compromiso cívico y una actitud moral que merece ser destacada, en la medida que conecta con la sociedad y entronca con la esencia de la persona.

A mi padre, Jerónimo Ros Campillo

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