ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
Otoño
A la verdad por la poesía
Lo que voy a realizar en esta columna es un modesto ejercicio de meta-periodismo, pues comentaré muy brevemente el soneto «Otoño», de Santiago Ramos Plaza , aparecido en este suplemento el pasado 26 de septiembre dentro de la subsección «Poeta invitado» de la sección «Universos », que lleva dirigiendo desde la aparición de Artes & Letras mi viejo amigo y singular poeta Jesús Maroto. Si no puede acceder directamente a la publicación, al lector le bastará, para conocer el texto, unir las 14 frases en cursiva, entrecomilladas, de esta columna.
El soneto de Ramos Plaza es espléndido, y no tiene nada que envidiar a la voz poética de los encumbrados poetas de nuestra lengua , tanto españoles como hispanoamericanos (Quevedo, Lope, Vallejo). En él habla un árbol. Árboles que tienen suma importancia en la Naturaleza , no sólo por su vital desarrollo orgánico y salutífero para el entorno, sino que se estatuyen como seres destacados en la mitología. A uno de ellos, la encina, Júpiter le otorgó el don de profetizar. Y, claro, en el soneto «Otoño» no se realiza sólo una atractiva personificación, sino que habla un hombre, hombre completo y reflexivo que es el autor del poema.
Santiago Ramos Plaza ya ha cumplido 70 años. Y en esta composición, desde su incipiente senectud, conversa con él mismo y con todos , describiéndose (deshojándose) y describiendo el mundo: «Mi verdor en el aire va ligero. / Ya luzco un amarillo delicado» . Su orgullo, mantenido en la plenitud de su existencia, que ahora decrece, se enfrenta a un miedo que tiene su raíz en la desposesión: «Por ser alto está el campo a mi cuidado, / mas sin hojas seré bastón de enero» .
Terminado el primer cuarteto, el miedo al hielo, al vacío, al dolor, se agudiza : «El frío entre mis manos se hace acero / y corta sin pesar lo que he criado» . Desdeña el árbol-hombre esos cambios empequeñecedores: «Parece que de ojos he cambiado», que hacen tabla rasa de todos los estímulos juveniles: «pues no es la nieve lo que ver prefiero».
Hay resignación, negación y nostalgia en el primer terceto , y cierta envidia por los lozanos semejantes: «A mí no volverá tampoco el ave, / y más solo estaré falto de sombra. / No así el horizonte con sus pinos» . Y como coda, una justa deducción motivada por la soledad y el triste pero cierto atesoramiento de la sabiduría: «Nadie pasa y son muchos los caminos. / Soy árbol en otoño que se asombra / de hallar la muerte en todo lo que sabe ». El hombre realmente, cuando vive su autenticidad es en su Otoño . Y el invierno es un espejismo. O esa nada, consoladora o frustrante, pero de la que el filósofo Emil Cioran realizaba una muy aproximada ubicación cuando escribía que la existencia es el exilio y la Nada es la Patria.