Martín Sotelo
Juan Ignacio Blanco, un hombre valiente
En memoria de un hombre que amaba el periodismo
Al verlo, era imposible no acordarse del capitán Alatriste: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente». Delgado y duro, con las facciones afiladas y los ojos llameantes, cuando tenía el pelo largo y suelto parecía la viva estampa de Cristo; con el pelo corto, me recordaba a Don Quijote o a un soldado de los tercios viejos. En su último cumpleaños le regalé un cuadro de Ferrer-Dalmau, el del Milagro de Empel, porque lo vi allí , después del asedio, entre el barro y los muertos, detrás de la cruz, sujetando con orgullo su lanza.
Juan Ignacio era mucho más que Alcácer . Bastaba un par de conversaciones con él para saberlo. Fue el mejor periodista de sucesos de este país. Un periodista de los que ya no quedan , de los de cigarrillo, noche, tinta, callejones sombríos y unos ojos que parecían escarbar en las entrañas del testigo, o del verdugo. Lo sabía todo de cualquier asesino. Daba igual de qué caso, de qué año, de qué lugar le hablaras, porque él se acordaba de todo, con todo lujo de detalles, y te lo explicaba mejor que nadie. Un ejemplo es su charla sobre el Nani , repleta de detalles que sólo es posible conocer si se ha vivido el suceso de cerca y con esa capacidad única que él tenía de meterte en la historia y de relacionar hechos aparentemente inconexos pero cruciales.
Amaba el periodismo . Siempre decía que era muy sencillo: consistía en llegar a los sitios, cotillear y luego ir y contarlo. Algo tan sencillo, y tan importante (todo lo importante es sencillo) que ya casi nadie lo hace. Él vivía su trabajo con pasión, un trabajo del que lo apartaron los que nunca quisieron hacer bien el suyo. Todos los días leía el ABC, El País, El Mundo y La Vanguardia. Algunos de estos medios, con motivo de su muerte, el pasado 3 de julio, lo tildaron de siniestro personaje, carroñero, ladrón, polémico , amarillista y promotor de teorías conspirativas. En el habitual corta y pega del periodismo actual, basado más en adjetivos que en hechos y datos, hasta lo calificaron de escritor de novela negra.
Juan Ignacio no creía en conspiraciones, ovnis, fantasmas ni puñetas en vinagre. Juan era la persona más realista que he conocido. Era tan realista, con un realismo tan crudo e implacable, que llegaba a incomodar. Era un hombre que, mediante el poder de la palabra, te agarraba de la pechera, te sacudía, te cargaba las pilas , te hacía despertar y mantener los ojos bien abiertos.
Conocerlo te cambiaba la vida para siempre, pues tenía el don de situarte en el ángulo adecuado desde el que las cosas se ven más claras y se comprenden mejor. Creía, simplemente, en lo que cualquier persona sensata cree. En que si se mata por dos metros de linde entre dos tierras cuánto más no se matará por millones de euros y por querer llevar las riendas de un país.
Lo llamaron amarillista, el iniciador casi de la telebasura , como si la televisión no apestara ya antes y hoy más que nunca. Lo llamaron polémico, sólo por preferir mover el culo antes que quedarse sentado cumpliendo órdenes, por buscar la verdad en lugar de mirarse cada día al espejo asqueado de contar mentiras y por meterse en todos esos charcos que sortean los demás. Lo llamaron carroñero, y ladrón, cuando dejó todo, una consolidada carrera como periodista de sucesos y un buen salario, para preocuparse por la verdad de tres niñas muertas que no parecen importar a nadie. Fue el único periodista que durmió en la cama de una de las niñas y que se pasó casi un año investigando sobre el terreno, entrevistándose con todas y cada una de las personas que tuvieron alguna relación con el caso. Luego, apartado como un leproso, mal visto en las redacciones , realizaría una gran labor social: la de servir a los futuros periodistas como ejemplo de lo que no se debe hacer si no quieres verte despreciado, sin trabajo e insultado incluso el día de tu muerte.
Este periodista carroñero y ladrón, de vez en cuando, con la frecuencia que impone la necesidad, bajaba al sótano de su casa para elegir qué objeto, qué mueble de sus antepasados, qué libro malvender en anticuarios y así poder pagar los recibos y tener algo que llevarse a la boca. Durante todos estos años de ostracismo, sin que nadie le diera trabajo, sin dinero, sin voz , sin reputación, mientras en el mundo iba germinando este estruendo cada vez más ensordecedor, se dedicó a trabajar en silencio, pasando a ordenador todas las fichas que había ido recopilando a lo largo de su vida, una a una, hasta completar la mayor web que hay en el mundo sobre asesinos , Murderpedia , con su versión en español, Criminalia . Visitadas a diario por expertos, estudiosos, criminólogos, escritores y periodistas, su labor paciente y silenciosa empezó a dar sus frutos, gracias a la publicidad y las donaciones, estando él ya muy enfermo. Y, pese a estar tan enfermo, trabajaba sin parar , pasando fichas de asesinos sin descanso para que su mujer viviera en mejores condiciones cuando él ya no estuviera.
También lo llamaron siniestro personaje. Siniestro por no querer dar carpetazo al asunto , por tener el amor propio de tomarse en serio su trabajo y hacerlo lo mejor posible, por lograr hacerse con el sumario y estudiarlo atentamente, señalando sus numerosas incongruencias, sin avivar ninguna teoría conspirativa , centrándose más en lo que no pudo ser que en lo que fue, hasta el punto de que su libro debería llamarse «¿Qué no pasó en Alcácer?»; en lugar de «¿Qué pasó en Alcácer?» . En su libro, lo único que hace es echar por tierra toda la versión oficial, no él, el autor, que no propone ninguna teoría alternativa, sino el propio sumario, que no se sostiene por ningún lado . El libro es un trabajo riguroso, basado en todo momento en el sumario y la declaración de testigos y en el relato de hechos oficiales, que en otro país habría merecido una edición más cuidada y algún que otro premio pero que aquí se censuró de inmediato, secuestrándolo ; censura que tan gustosamente defienden las nuevas generaciones de periodistas al acusarlo de firmar «sin ningún pudor» su propio libro; son los mismos periodistas que se pasan el día hablando de libertad de expresión , tan bien educados en la premisa de que cuanto menos incordies y peor hagas tu trabajo, mejor te irá.
El siniestro personaje es el único hombre libre y valiente que he conocido en esta época y en esta sociedad en que la libertad y la valentía son consideradas como algo siniestro
Este siniestro personaje fue el único que cuidó de los gatos abandonados de su urbanización, gastándose un dinero que no tenía en alimentarlos y hacerles cobertizos en la terraza para que no pasaran frío en invierno o se mojaran cuando llovía, mientras los agradables ciudadanos, metidos en sus fortines de lujo, disfrutaban de las palomitas viendo series de Netflix. Al salir de casa para ir a la quimio, sin saber cuándo regresaría porque en cualquier momento podían dejarlo ingresado en el hospital, lo que más le preocupaba era haberles dejado suficiente comida. Lo denunciaron por ello, por el siniestro hecho de evitar que unos gatos se murieran de hambre en vez de mirar para otro lado como hacemos todos.
Ni el siniestro personaje ni su mujer se quejaron nunca de nada . A veces ella, para pincharlo, le recordaba de broma lo bien que podían estar viviendo de no haberse metido en Alcácer. Él se quedaba callado, pensativo, y luego se encogía de hombros, sonriendo como un niño travieso. El siniestro personaje siguió queriendo a su mujer, y ella a él, tanto o más que cuando se conocieron con quince años. El siniestro personaje siempre abrió la puerta de casa a todo el que quiso ir a verlo, ofreciendo todo aunque no tuviera nada, y siempre confió en las personas, aunque la mayoría de ellas le traicionaran luego. En estos últimos años, el siniestro personaje fue de ciudad en ciudad, sin cobrar un duro, para pronunciar charlas, por si a alguien le interesaba conocer algo más que las dramáticas vicisitudes de los personajillos que copan a diario las páginas y las televisiones de los medios. El siniestro personaje, en una de esas charlas , dijo que mientras en este país hubiera una niña explotada en un burdel (y hay cientos, no una), el mundo debería pararse , porque ninguno de nosotros debería preocuparse de otra cosa que no fuera sacar a esa niña de ese infierno.
El siniestro personaje se presentó un día en mi casa con unas orquídeas para mi madre . El siniestro personaje, al enseñarle la iglesia de mi pueblo, la misma donde se casó Cervantes, se aisló entre los bancos, se arrodilló y rezó durante unos minutos. El siniestro personaje me regaló una edición grande, de lujo, en varios tomos, de La Biblia, y otra del Quijote, que guardo como mi mayor tesoro. El siniestro personaje se emocionó el año pasado al jurar bandera en Toledo , la bandera de un país por el que siguió preocupándose y al que siguió queriendo hasta su muerte a pesar de tener razones de sobra para despreciarlo.
Pocos días antes de su fallecimiento , el siniestro personaje, sin poder moverse, enfermo de cáncer, tumbado en el sofá del cuarto de estar, del que solo se levantaba para ir al baño, al sentirme llegar abrió los ojos, me miró y lo primero que me preguntó, con la voz débil, fue qué tal los exámenes, qué tal mi madre y mi hermana, cómo me iba y que contara con él para cualquier cosa que necesitara .
El siniestro personaje es el único hombre libre y valiente que he conocido en esta época y en esta sociedad en que la libertad y la valentía son consideradas algo siniestro.