José Luis, el cura paciente de Parapléjicos: levántate y anda

El párroco de Villarejo de Salvanés cayó de una escalera podando unos setos y lleva tres meses en el hospital

José Luis Loriente, párroco de Villarejo de Salvanés, en la capilla del Hospital Nacional de Parapléjicos Carlos Monroy
Juan Antonio Pérez

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José Luis Loriente Pardillo (Morata de Tajuña, 1981) tiene una fe inquebrantable, a prueba de caídas. La mañana del 5 de febrero, sábado, podaba unos setos en la casa parroquial de Villarejo de Salvanés, donde ejerce como sacerdote. Pero subió un peldaño más de la escalera, a la persona que lo sujetaba se le venció el peso y José Luis cayó de cabeza desde una altura de un metro y medio. «Lo recuerdo todo porque no me quedé inconsciente. Vi enseguida la gravedad de lo que había pasado. No podía respirar bien y sentía mi cuerpo, pero no lo podía mover », cuenta en la capilla del Hospital Nacional de Parapléjicos , en Toledo, tres meses después del accidente.

Transportado en un helicóptero al Hospital 12 de octubre de Madrid, lleva una brecha en la mandíbula. Pero, «como parece ser que doblaba las piernas en la cama, aunque yo no me acuerdo, el cirujano maxilofacial me dijo que me daba el alta». Sin embargo, relata que «no podía mover las manos: me daban el teléfono móvil y se me caía. Vino otro médico, me hicieron una resonancia y, de inmediato, comentó que había que operarme; que habían descubierto una lesión en las vértebras cervicales que afectaba a la médula espinal».

Cuando le quitaron el respirador, tenía dificultades. Así que lo volvieron a intubar y le hicieron una traqueotomía para conectarle al respirador por la tráquea en vez de por la boca. A la semana fue llevado al hospital de Parapléjicos. Llegó con una neumonía y con visos de una embolia pulmonar. Derivado al nuevo hospital de Toledo, en ambos traslados su vida corrió serio peligro . «Fueron dos situaciones críticas», admite con serenidad.

Ya de nuevo en Parapléjicos, no salió de la unidad de cuidados intensivos hasta pasados 45 días de la caída. Después, por suerte, la recuperación ha sido más rápida. En planta tuvo un respirador pequeño, que le ponían solo unas horas, y ya se lo quitaron, igual que la cánula. Ahora puede andar y, agarrándose, también sube escaleras. Cada día nota que van volviendo sensaciones perdidas. «No poder moverte es una de las experiencias más duras», reconoce.

«Los afectados de médula no tienen la percepción de la temperatura. En la UCI, cuando hacía calor, me asaba. Y cuando hacía un poco de fresco, me moría de frío. En una hora pasaba por tres o cuatro cambios de temperatura. En general, la situación del enfermo cambia mucho al ponerlo de pie. Se le estabiliza la tensión y le cambia el color de la cara. Al principio, era un paso adelante y medio para atrás. Ahora veo más claridad», explica.

La rutina de José Luis varía poco. Las mañanas transcurren en el gimnasio, donde recibe electroestimulación, hace bicicleta, le ponen de pie y realiza estiramientos con una fisioterapeuta. Las tardes las tiene libres y acude puntual a la capilla o se acerca hasta la UCI para conversar con los profesionales que tan bien lo han tratado.

No salió de la UCI hasta pasados 45 días de la caída. Después, por suerte, la recuperación ha sido más rápida y cada día nota que van volviendo sensaciones perdidas

Vocación desde niño

Ir al hospital de Parapléjicos debería ser una visita obligada para todos aquellos que se quejan por cualquier chorrada. Pasear por sus instalaciones, con pacientes de todas las edades y condición en una silla de ruedas, al principio impresiona y supone un chute de realidad en vena. Pese al calvario sufrido, el sacerdote considera que ha tenido suerte . De hecho, podría haber sufrido lesiones irreversibles en caso de que lo hubieran movido cuando se cayó.

«La providencia de Dios permite estas cosas. No se cae una hoja del árbol sin que Dios lo permita. Esto ha entrado dentro del plan de Dios y de mi libertad de subirme a los árboles a podar. Desde el principio he tenido confianza en el Señor, aunque supongo que mi fe habrá crecido un poco», expone. Y añade: «Lo que sí me preocupaba, y lo sigue haciendo, es la situación posterior. Sobre todo por mi familia, y en especial por mis padres, por la carga que han soportado».

José Luis es hijo único y desde niño tuvo vocación por el ministerio de Dios. Quiso irse al seminario menor y sus padres no lo dejaron. Hizo selectividad, y tampoco pudo. Se licenció en Filosofía por la Universidad Complutense, y entonces ya sí. En 2009 fue ordenado sacerdote y enviado a Arganda del Rey, y desde 2013 está en Villarejo de Salvanés. «La carrera de Filosofía me ayudó a pensar, a darle mucha importancia a la razón», confiesa. Sin embargo, prefiere no imaginar el futuro: «Nunca he sido una persona de hacer proyectos sobre lo que va a pasar, sino de vivir el día a día con disponibilidad».

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