Toros
El icono de la posguerra
El profesor universitario Alberto Hernando pronunció este martes en la plaza de toros de Toledo una conferencia sobre el torero Manolete, ahora que se cumplen 100 años de su nacimiento
El icono de la posguerra española, allá por la década de los cuarenta del pasado siglo, fue un torero: Manuel Laureano Rodríguez Sánchez se llamaba; Manolete se anunciaba en los carteles. El caído en el combate de Linares, la calurosa tarde del 28 de agosto de 1947, herido de muerte por el celebérrimo toro «Islero», de Miura. Aquel con el que se transformó: de carne y hueso pasó a ser leyenda. Aunque no todos piensan así.
«Las leyendas, a veces, se forjan a base de tópicos y Manolete es una figura lo suficientemente atractiva para haber sido leyenda aún sin haber muerto en Linares», cree Alberto Hernando García-Cervigón, que este martes pronunció la conferencia «Cien años de Manolete» en la plaza de toros de Toledo, organizada por la comunidad de propietarios del coso y el Ateneo Científico y Literario de Toledo.
No obstante, añadió este profesor de Lengua Española en la madrileña Universidad Rey Juan Carlos y natural de Segurilla (Toledo), ese «atractivo» de Manolete se constata en los 600 libros que se han escrito sobre él, en las varias películas que le han hagiografíado o en las canciones que ha inspirado, con «De purísima y oro» , del devotamente taurino Joaquín Sabina, como mejor homenaje.
Sin embargo, quizá no haya nada para explicar la trascendencia que tuvo este torero cordobés enjuto, triste y medio enfermo que lo que mostraban las revistas de la época. «Que Manolete se ponía una chaqueta cruzada, estas se ponían de moda; que calzaba zapatos blancos y negros, estos se ponían de moda, y así...», contó Alberto Hernando a los aficionados toledanos que se congregaron en la plaza, ayunos de toros ahora que como cada octubre la temporada taurina ha echado el cierre.
En definitiva, que Manolete «marcaba tendencia». O también se puede decir que tenía un carisma insuperable, que es una forma de explicar cómo una España que se moría de hambre (y los que lo vivieron corroborarán que esto es literal) hacía el milagro de los panes y los peces y sacaba el dinero de debajo del colchón para ver en directo al IV Califa de Córdoba.
En su coloquio, Alberto Hernando repasó someramente los hechos más relevantes de la vida taurina de Manolete: la primera vez que se puso delante de una becerra en la finca Lobatón, su alternativa en la Real Maestranza de Sevilla recién acabada la guerra, su ascensión a la cumbre en las temporadas 1942 y 1943, su inevitable cansancio en 1946 y la tragedia de Linares. Nada que no se pueda encontrar fácilmente en internet.
Por eso, lo más interesante de la charla llegó tras la pregunta: ¿Qué aportó Manolete a la fiesta? Pues resulta que fue «un eslabón fundamental en su evolución», sentenció el profesor de Lengua. Si con Juan Belmonte, un cuarto de siglo antes, empezó el toreo moderno al quedarse quieto un hombre por vez primera delante de la fiera; con Manolete comenzó la ligazón: el dar cinco, seis o siete naturales sin enmendar la figura , solo moviendo la muleta y, además, pasándose el toro a centímetros de los muslos. ¿Cuál era el secreto? Ponerse de perfil. Ya ven, eso que se les reprocha tanto a los políticos, a un torero de Córdoba le sirvió para ser leyenda.
Posdata : La última vez que Manolete toreó en Toledo fue el 17 de agosto de 1947, once días antes de la tragedia de Linares. Alternó con Gitanillo de Triana y Paquito Muñoz ante reses de Juliana Calvo. Según contó el crítico Clarito en sus «Memorias», ese día Manolete se mostró contrariado por no ver llena la plaza.
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