HISTORIAS DE LA COVID-19
Fermín solo recordó el nombre de su nieta Emma
Su viuda lamenta la «poca» información que recibió de la residencia hasta su muerte por el virus
Coronavirus, última hora
Se llamaba Fermín Ballesteros Gutiérrez, tenía 66 años y había sido tractorista. El nuevo coronavirus lo mató en la residencia de mayores San José de Toledo el 14 de abril, cinco meses después de su ingreso. Lo último que su mujer le escuchó, siete días antes de fallecer y gracias a una videollamada de un médico, fue decir el nombre de su nieta, Emma . Su viuda, Resurrección Ruano, sí le mandó un mensaje: «Fermín, cuando esto se pase, voy a ir a verte, cariño; cuando hagas los años, vamos a ir las niñas y yo para hacer una comida». Pero ella sólo recuerda que su marido movió una mano, «como diciendo adiós».
El 5 de noviembre Fermín ingresó en la residencia, dependiente de la Diputación, por una orden judicial. Una demencia que le provocó la alteración de la conducta fue la causa. Desde entonces, Resurrección iba a verlo todos los domingos, hasta que le prohibieron visitar a su marido el fin de semana que se decretó el estado de alarma.
Luego Fermín cayó enfermo el 29 de marzo, dio positivo por coronavirus y fue aislado, según comunicaron a la familia desde el centro, aunque su viuda lamenta la «poca información» que recibió sobre el estado de su marido hasta su fallecimiento. «Este virus no hay quien lo ataje, pero yo me quejo de la falta de información», repite.
Resurrección consiguió hablar con su marido «después de muchos intentos, míos y de mis hijas». El 7 de abril pudo decirle lo que lo quería gracias a la videollamada de un médico. Pero Fermín, con pocas fuerzas, sólo pronunció el nombre su nieta Emma, a pesar de los intentos del facultativo para que el hombre dijera alguna palabra más.
Cambio repentino
El día 13 por la tarde telefonearon a Resurrección desde la residencia para comunicarle que Fermín «no estaba muy mal». Sin embargo, otra llamada a la mañana siguiente informando de lo contrario conmovió a la mujer, que llegó al centro cuando su marido acababa de fallecer.
Pudo enterrarlo al día siguiente en Mocejón, donde vive la familia, aunque Fermín era de Bargas. «Al menos tuvimos suerte en eso», se consuela su viuda. Permitieron la presencia de un cuarto familiar por deferencia, pero a cinco metros de distancia de la sepultura y separados entre ellos varios metros. «Hasta que no nos dijeron que estaba sellada la sepultura, no pudimos acercarnos», recuerda con tristeza Resurrección, que no pudo cumplir su promesa: ir a comer toda la familia junta el día del cumpleaños de Fermín.
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