Colegio San Lucas y María: 40 años formando a los futuros ciudadanos del Casco de Toledo
El único colegio público del barrio antiguo de Toledo ha cumplido sus cuatro décadas en plena pandemia. No exento de dificultades, mira al futuro con la comunidad de aprendizaje como principal reto y rasgo diferenciador
Hay nombres que uno recuerda toda la vida, más allá de la lista de los reyes godos, de los dramaturgos de la Grecia antigua o de los tres minerales más abundantes en la corteza terrestre. No los citaré aquí. Quién quiera saberlos o traerlos de nuevo a su memoria, que vaya a sus libros de texto del colegio. Es precisamente allí, en la escuela infantil y primaria, donde uno conoce a las personas con las que compartirá más años de su vida de aprendizaje, de ahí que no se olvide nunca de ellos.
Es lo que le ha pasado a un servidor cuando se ha puesto a escribir sobre los 40 años del colegio que le vio crecer, el San Lucas y María , el único centro público de educación infantil y primaria que existe en el casco histórico de Toledo. Allá por los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado, cualquier alumno que pasara por sus aulas y por este edificio, enclavado en la ronda de la Cornisa y con unas fabulosas vistas al valle del río Tajo, recordará los nombres de sus primeros compañeros de aventuras, viajes o incluso fechorías. Pero también nombres como doña Pepita, doña Pilar, doña Angelines, don Justiniano, don Agustín, don Julio o don Tomás, que eran docentes, entre otros, de ese tiempo.
Es curioso, pero el tratamiento de ‘don’ siempre me llevaba a acordarme del Quijote y a imaginar a mis profesores con armadura, subidos a caballo con lanza en astillero y adarga antigua.
Uno de esos quijotes a los que le ha tocado luchar hasta hace poco tiempo, no con molinos precisamente, pero sí con unos cuantos niños y asuntillos varios en ese colegio, ha sido Luis Miguel de los Reyes Rodríguez , que se ha jubilado después de más de 30 años en el San Lucas y María, siendo el más veterano del lugar.
Este maestro, en el más amplio sentido de la palabra, entró por primera vez en 1990 por la puerta de acceso al centro, en el callejón de Doctrinos. Algo que habrá realizado miles de veces a lo largo de estos años. «Vine aquí como un pimpollo y me he ido jubilado. Esta ha sido mi segunda casa y acumulo muchas aventuras y desventuras a mis espaldas», afirma Luis Miguel o Luismi, como lo conocen un buen número de compañeros y alumnos.
Llegó sustituyendo en el cargo de secretario a don José Antonio y lo primero que le preguntó el entonces jefe de estudios, Agustín Gómez Espinosa, fue si sabía utilizar la máquina de escribir, antes de que los ordenadores llegaran a nuestras vidas.
Su especialidad era la Educación Física y él puede contar numerosas anécdotas en torno al desempeño de esta actividad en un colegio que tuvo muchos problemas de espacio para poder llevarla a cabo durante muchos años. Entre ellas, ver cómo faltaba material deportivo y muchos balones que «por arte de magia desaparecían a la hora del recreo, a la espera de algún amigo de lo ajeno al otro lado del muro del centro», recuerda. O el hecho de tener que desplazarse durante varias veces al día por las calles de alrededor del centro hasta llegar al pabellón de San Juan de la Penitencia, que era el único espacio cercano que reunía todas las condiciones para la práctica deportiva.
Luces y sombras
«Eso sí que era una aventura; ir cada hora con un grupo de unos veinte alumnos por las calles era un quebradero de cabeza. Me sentía como un pastor que dirigía a su rebaño. Menos mal que entonces no había tanto coche y tantos paseos me sirvieron para conocer a todo el vecindario del barrio». También rememora las series de resistencia y fuerza que muchas veces hacía con sus alumnos en una de las cuestas cercanas al colegio. «Así tengo las piernas y el corazón, a prueba de bombas», comenta jocoso Luis Miguel, que ahora puede presumir de haber conseguido un gimnasio cubierto dentro del edificio o haber creado la escuela de bádminton, que llegó a tener 33 alumnos federados.
Sin embargo, no todos los recuerdos que tiene en su memoria son felices. También hubo tiempos difíciles, con la crisis económica de finales de la primera década del siglo XXI, cuando las matriculaciones descendieron al marcharse un buen número de la población inmigrante, que engrosaba buena parte del alumnado de este centro público. Algo que, a pesar de esos contratiempos, se mantiene y es uno de los rasgos característicos de San Lucas y María: la multiculturalidad. Por sus aulas han pasado y siguen pasando niños de diversas procedencias, desde magrebíes a rumanos, sudamericanos, africanos o asiáticos. Una pléyade de culturas que han enriquecido el paisaje del colegio.
Comunidad de aprendizaje
Uno de los grandes cambios que ha sufrido el colegio durante estos años es el paso de EGB a ESO, cuando el número de unidades varió, con la consiguiente reorganización de los cursos. Y ahora, más a corto plazo, con el periodo de la pandemia del coronavirus entre medias, destaca la conversión del centro en comunidad de aprendizaje. Este sistema, que lleva funcionando desde 2016, es una propuesta organizativa y metodológica que entiende la educación como participación de toda la comunidad, así como de organizaciones sociales, y se concreta en todos los espacios educativos, incluida el aula.
«La comunidad de aprendizaje se basa en la acción coordinada de todos los agentes educativos de un entorno determinado, incluidas las familias y los vecinos, cada uno con su cultura, su saber, su visión del mundo… que aporta y comparte con el resto». Así se lo explica a ABC el director del colegio, Álvaro Cirujano Porreca , uno de los artífices de este novedoso sistema. Con 44 años, lleva en el centro más de quince y más de la mitad de ellos al frente del equipo directivo, tras aprobar las oposiciones en 2001, pasar un año en Espinosa del Rey y obtener su plaza en Recas, donde estuvo tres cursos antes de aparecer por aquí.
De hecho, cuenta que, cuando pasen unos años, le gustaría volver a dar clase en un pueblo porque, en su opinión, «no tiene nada que ver la educación en una ciudad con respecto a una zona rural, donde la figura del maestro es más respetada. Yo suelo decir que en esta país hay dos profesiones que siempre están en tela de juicio: una la de seleccionador nacional o entrenador de fútbol y otra la de profesor. Nadie le va a decir a un médico, por ejemplo, lo que tiene que hacer, pero a nosotros sí».
Profesor de Educación Física, llegó a San Lucas y María por casualidad, «por un error administrativo», puesto que ofertaron una plaza itinerante de esta especialidad entre este colegio y el del barrio de Azucaica en Toledo, cuando aquí ya estaba Luis Miguel. «Yo llegué encantado de la vida y aquí sigo», asegura Álvaro, que nada más empezar su andadura en el centro vivió la polémica que hubo por la retirada de los crucifijos en las aulas, lo que ocasionó la salida del director Francisco Martínez Ávila. A éste lo sustituyó Luis Díez López por encargo del entonces delegado provincial de Educación de la Junta, Ángel Felpeto , con quien el actual responsable del centro guarda una relación desde hace años.
Al principio empezó de jefe de estudios, durante unos años muy duros en los que les tocó apaciguar el ambiente con las familias. Algo que consiguieron poco a poco y que cambió durante los ocho años del equipo directivo formado por Luis, Álvaro y Luis Miguel en la secretaría. «Fue entonces cuando el centro comenzó a tener otra imagen y ser mucho más visible, además de conseguir la implicación de toda la comunidad educativa», señala el actual director.
Recuerda la celebración de las semanas culturales, el periódico escolar, los mercadillos , los viajes de fin de curso y otro tipo de iniciativas que caracterizan al colegio, como el hecho de querer potenciar el francés como segundo idioma con su ‘pionero’ programa lingüístico, algo que ahora no es posible por una cuestión normativa, aunque siguen intentando mantenerlo a su manera.
¡Cómo hemos cambiado!
«Esos años fueron el germen de lo que hoy es San Lucas y María y la comunidad de aprendizaje», subraya Álvaro, que indica que los objetivos de este sistema son la mejora de la convivencia, evitar el absentismo, la mejora de los resultados y de la participación, algo que ha resultado todo un éxito. Así lo corrobora Mónica Martín Rodríguez , que es maestra de educación especial y ahora tiene plaza de Pedagogía Terapéutica en el colegio. Ella puede dar testimonio, además, de lo que es estar en uno y otro lado de la barrera, pues también fue alumna del centro a finales de los años 80.
Mónica dejó el Medalla Milagrosa para hacer 7º y 8º de EGB en el San Lucas y María. «Llegaba de un colegio de monjas, donde estaba muy controlada, a uno público en el que alguno de mis compañeros de clase iba con navaja en la mochila u otra compañera que se quedó embarazada. A pesar de que el primer día me rompí la falda y me quedé en bragas, mis recuerdos son muy buenos», comenta.
Recuerdos que Víctor Ballesteros y Alicia Pantoja también tienen como alumnos y ahora como padres de dos niños que están en el colegio. Coincidieron en clase y recuerdan especialmente a Luis Miguel, que ahora se ha jubilado. Los dos se decantaron por el San Lucas y María «porque es el único centro público en el Casco, pese a su nombre, y a que de pequeños había profesores que nos hacían rezar». Pero, más allá de eso, la recomendación de otros padres y la fama de su comunidad de aprendizaje, su voluntariado y la implicación de toda la comunidad educativa hicieron que la balanza se inclinara hacia esta escuela, «que enseña no solo materia curricular, sino también valores».
La Asociación de Madres y Padres (AMPA) del Colegio San Lucas y María también está celebrando la efeméride y su presidenta, Marta Romero , resalta precisamente esos valores: «La diversidad, el respeto, el cuidado entre todos, la diferencia como un valor añadido que, lejos de restar, suma bastante. También el hecho de ser un centro que ha aprendido con el tiempo a integrar y a fomentar la participación de todo el mundo y crear una comunidad en el Casco. Por todo ello, pedimos a las adminitraciones que nos tengan en cuenta». De ahí, el lema actual que guía al centro, «Nos respetamos, nos cuidamos», lo que ha hecho que las familias y los niños que han pasado por él tengan siempre vivo el «espíritu sanluqueño», algo que te persigue a lo largo de los años.
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