Epi, la carrera de fondo de un trasplantado
Este electricista jubilado y juez de atletismo en activo cumplirá 6 años el 7 de marzo. Un trasplante de hígado «in extremis» en 2014 le enganchó a la vida otra vez
Epifanio Gutiérrez Romero cumple años por partida doble cada 7 de marzo. «Un dos en uno», dice. El próximo celebrará 74 «tacos» por un lado y 6 primaveras por otro. Engancharse a la vida otra vez, en 2014, se lo deberá siempre a un donante anónimo, un joven fallecido seguramente en una situación trágica, que le cedió su hígado cuando Epifanio estaba más allí que aquí. «Me acuerdo de él a menudo», cuenta este electricista jubilado, que también celebra cada 27 de febrero el Día Internacional del Trasplante de Órganos y Tejidos.
En realidad, a este hombre de 73 años lo conocen por Epi. Este tipo nacido en Aldeanueva de Barbarroya (Toledo) , cuyo caso clínico se ha estudiado en congresos médicos, es uno de los fundadores de la popular San Silvestre de la capital de Castilla-La Mancha, una carrera que cumplirá 39 ediciones el próximo 31 de diciembre.
Porque la vida de Epi siempre ha estado ligada al atletismo. Puede presumir de haber corrido siete maratones y de tener una mejor marca, nada desdeñable, de 2:51:22 en los 42,195 metros de Madrid. «Lo conseguí con 42 años», recuerda este juez y medidor de circuitos en activo, que llegó a ser árbitro en un Campeonato Mundial de Ciegos celebrado en Madrid. «Me enseñaron a pelear por un objetivo, por un sueño. Recuerdo a un atleta indio que perdió a su guía y se salió de la pista, hizo un estropicio..., pero lo que a él le importaba era saber si había sido descalificado».
Vida normal, asintomático
A Epi, un personaje vitalista, no lo paró ser portador del virus de la hepatitis B, lo que le detectaron en una revisión médica en el trabajo cuando tenía 40 años. «No se sabe ni cómo me contagié —explica—, porque antes, cuando te ponían una inyección, la desinfección no era correcta, no era como ahora». Sin embargo, hacía una vida normal, estaba asintomático.
Pero aquello desencadenó luego un tumor en el hígado, que no era muy agresivo pero que no paraba de avanzar. Epi ya había alcanzado el medio siglo cuando comenzaron a tratarlo en el hospital Virgen de la Salud. «Trataron de quemarme el tumor con alcohol —relata—, para lo que me metían una aguja, con la que me llegaban hasta la zona afectada del hígado. Pero, como no era efectivo, me introducían una guía por la aorta hasta la zona del tumor para llevar la quimio».
Pero, en enero de 2013, los médicos le recomendaron ir al hospital Gregorio Marañón para someterse a un trasplante de hígado, aunque Epi seguía asintomático y realizando deporte.
En el centro sanitario madrileño hubo división de opiniones, como en los toros: unos especialistas eran partidarios de quitarle el tumor, mientras que otros defendían sustituirle el hígado por otro. Al final, salió ganadora esta opción. Estuvo un mes con idas y venidas del Marañón a Toledo, con numerosas pruebas médicas que Epi recuerda como «perrerías».
Después de 14 kilómetros
No pasó ni un año en la lista de espera cuando recibió una llamada el 2 de marzo, domingo, sobre las ocho de la tarde. Él, que había corrido 14 kilómetros por la mañana, estaba paseando con su mujer cuando su teléfono sonó: «Véngase a Madrid porque hay una donación compatible con usted».
Entró en el Gregorio Marañón a las once de la noche y le operaron de madrugada. Aparentemente, la cosa salió bien, pero una prueba puso en alerta al equipo médico por culpa de una trombosis. «El médico jefe me lo dijo muy clarito: ‘Si en el plazo de 72 horas no hay otro donante, despídase de la vida’».
Había que abrir otra vez para quitar el hígado dañado y cambiarlo por otro, si llegaba a tiempo. «Estuve esperando en la UVI y mi familia, sufriendo fuera. Todo eran malas noticias, el hígado no llegaba... A mi mujer llegaron a decirle que rezase y que yo entraría en coma a las pocas horas».
Pero hubo suerte. Epi no entró en coma y el hígado llegó a tiempo, sobre la campana. «En realidad hubo tres hígados —dice—, pero desecharon dos porque era de gente mayor. Me trasplantaron el de un chico joven». El 6 de marzo volvió a entrar en el quirófano y le trasplantaron el nuevo hígado la madrugada del 7, el día que cumplía 68 «tacos».
Un campeón en la ducha
Después de la UVI, donde estuvo «lleno de tuberías y cables», subió a la planta. Recuerda que se vino arriba y se negó a que nadie lo duchara: «Con 96 grapas me quedé solo en el baño. Quería ser un poco valiente, pero lo pasé mal, peor que si hubiera corrido tres maratones juntas. Pero le eché fuerzas y salió de la ducha como un campeón».
Al día siguiente se propuso caminar por un pasillo que medía 110 metros. «Lo medí con pasos; de algo tenía que servir ser juez y medidor de circuitos de atletismo...». ¡Y caminó 4 kilómetros! «Si ha hecho esto, es porque puede», le reconoció una doctora.
Salió del hospital y hasta ahora. Epi ya no participa en maratones, pero este excorredor de fondo, que sí hace ejercicio físico a diario, ha luchado por alcanzar un objetivo —superar un trasplante «in extremis»—, como aquel atleta indio ciego que conoció en Madrid.