Antonio Illán

«Con quien vengo, vengo» levanta el telón del Ciclo de Teatro Clásico del Rojas

Un divertido Calderón

Cartel de la obra de Calderón de la Barca

ANTONIO ILLÁN ILLÁN

El Teatro de Rojas ha levantado el telón de la programación de teatro clásico con un Calderón y todo su juego de lenguaje barroco conceptista e ingeniosos juegos de palabras y su ovillo de enredos que entretejen historias y equívocos de personajes con situaciones cómicas evidentes y, por supuesto, el verso clásico, sonoro y bien rimado. Los espectadores gustosos de este tipo de representación se entretuvieron con la comedia.

«Con quien vengo, vengo» no se puede decir que sea una de las obras del teatro profundo y reflexivo del autor barroco, en el que se plantea reflexiones humanas de enjundia; esta es más bien una obra menor, popular y divertida, que pocas veces veremos en una historia del teatro y que ha pasado desapercibida para la crítica. Se trata de una comedia de enredo amoroso desarrollado en un argumento de equívocos, cambios de identidades, disfraces, nocturnidad.

Esta es una de las muchas comedias de enredo de Calderón de la Barca de la que no tenemos constancia del momento en que la escribió; si tenemos en cuenta algunas referencias internas de carácter histórico, es posible aventurar que fuera escrita a lo largo de la primera mitad de la década de 1630.

Lo primero que nos llama la atención es el título de la comedia de clara factura paremiológica; encuentra su explicación en el argumento, como vemos por las dos referencias que se hace a él en el interior de la obra. «Con quien vengo, vengo» es una fórmula vinculada con los requerimientos de las leyes del duelo y a la vez plantea el núcleo temático central de la obra: la disyuntiva dramática con la que entran en conflicto las relaciones familiares y de amistad y las convenciones sociales; pero, por otro lado, también su desarrollo argumental (más de carácter cómico): el enredo a que dan lugar las confusiones y cambios de papeles en que se ven envueltos los personajes por los equívocos de las situaciones. Así, el título de «Con quien vengo, vengo» recoge tanto el eje temático como la línea argumental de una trama que el versátil Calderón bien hubiera podido resolver trágicamente, pero que en esta comedia ha preferido diluir de forma magistral en un enredo de carácter cómico.

Sin más disquisiciones, digamos que estamos ante una comedia de las llamadas de «capa y espada» (hay quien las denomina también «comedia cómica de espacio urbano»), de las que Bances Candamo definía como «aquellas cuyos personajes son sólo caballeros particulares y los lances se reducen a duelos, a celos, a esconderse el galán, a taparse la dama, y en fin a aquellos sucesos más caseros de un galanteo». Esta comedia calderoniana tiene el amor como tema nuclear, protagonizado por unos personajes pertenecientes al estamento de la caballería urbana —don Juan, Otavio y don Sancho, que llevan a cabo una acción ambientada en la coetaneidad de lavida española del siglo XVII y desarrollan un enredo dramático —juegos de identidad, fingimientos, escenas de disfraces— en el que los lances de amor van acompañados por escenas de duelos que contravienen las leyes o las convenciones del honor.

Del enredo y el propósito de la trama dan fe estos versos que pronuncia Lisarda:

«Mas oye lo que he pensado

para asegurarme a mí

y no embarazarte a ti

la esperanza de tu estado.

En traje disimulado

yo tu criada he de ser de noche,

porque he de ver si es tan honesto

el empleo de tu amor y tu deseo

como me das a entender«.

Todos los personajes, con sus distintas motivaciones, irán dando lugar a una compleja maraña de situaciones dramáticas, para la cual Calderón explota con gran habilidad todos los recursos acostumbrados —y ya convencionales— de la comedia de enredo: el trueque de identidades, los disfraces, los engaños, las confusiones al amparo de la nocturnidad o, para expresarlo con la frescura del mismo Otavio en la analepsis de la Jornada primera: «ventana, calle y terrero, /señas, papeles, criados, / noches, embozos, paseos».

«Con quien vengo vengo” pone de manifiesto las dotes de Calderón para la comicidad; sin embargo, creo que se puede buscar algo más en ella que una muestra de las comedias la comedia áurea lopesca. El genio calderoniano ha sumado a la construcción de una trama hilarante para divertir a los espectadores una serie de ingredientes que quizá pretenden ir un poco más allá de la simple comicidad, planteando, en una lectura un poco más profunda, temas más serios sobre los que la comedia invita a reflexionar: el cuestionamiento de las relaciones amorosas entre personas de supuesta condición social desigual y las limitaciones de los códigos del amor y del honor cuando entran en conflicto con las relaciones familiares y de amistad. Ahí lo dejo.

La adaptación que propone la compañía Amara Producciones, realizada por Gabriel Garbisu busca un lenguaje claro y diáfano fiel al autor. En el montaje se ha subrayado la comicidad, procurando rebajar lo conceptual del texto, a veces bastante alambicado, con una expresión corporal y gestual que a veces llega al histrionismo (sin embargo eso al espectador entretenido le gusta y ríe con libertad). Incluso introduce morcillas ajenas por completo al ideal calderoniano y al tiempo de referencia de la acción, para buscar complicidad con el público.

La puesta en escena, precaria, exige al espectador que ponga de su parte toda su imaginación para entender los espacios y el tiempo en los que se desarrolla la acción. La iluminación tampoco ayuda mucho. El acercamiento se pretende con unos figurines coloristas de ambiente actual y algunos recursos que hoy día es difícil que sorprendan al público acostumbrado a ver teatro, como las linternas que proyectan sobre la cara, algo que vimos en los montaje shakesperianos de Helena Pimenta de hace un cuarto de siglo. Quizá lo más efectivo es la comicidad alcanzada en los lances de espadas, que dan idea de pugna sin llevarla a cabo y que provocan la risa del público.

La interpretación va ganando en calidad a medida que avanza la obra, siempre ágil y con ritmo trepidante. Todos en un nivel aceptable, más en el juego cómico de gesto y movimiento que en la dicción del verso clásico. Quizá sobresale Juan Meseguer, en el personaje de Ursino, que muestra una dicción más clara y una entonación de verso clásico de la vieja escuela teatral.

La apuesta de Amara Producciones ha resultado una obra amable y digna en la que el público se distrae sin preocuparse, se evade de lo que pasa en la calle, no reflexiona sobre lo obtuso de la situación política o el cambio climático, se ríe y le queda la sensación de que ha pasado un rato agradable. Eso también es el teatro. No tiene ni este Calderón ni esta propuesta grandes pretensiones pero cumple su objetivo de divertir sin más brillos ni contradicciones.

Con esto se ha iniciado el ciclo de teatro clásico de la temporada, que alcanza ya su XXVII edición. El público aplaudió con calidez y salió sonriente, todo un síntoma de aceptación de lo que acababa de ver.

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