Antonio Illán Illán
Toledo: ni urbicidio ni historicidio
«Todo en ella es esencial, es fondo y forma: lo que se ve, lo que se sabe y lo que se intuye»

Toledo es ciudad con historia y para la historia. Toledo es una ciudad con patrimonio y Patrimonio de la Humanidad . Toledo es una ciudad de cultura y para la cultura. Su territorio bien definido, intramuros y extramuros, alberga señales de múltiples civilizaciones. Es un lugar de memoria, de muchas memorias, unas conocidas, otras por descubrir. Es un perfil permanente en el tiempo, reconocible, admirado y admirable. Todo en ella es esencial, es fondo y forma: lo que se ve, lo que se sabe y lo que se intuye. El conjunto es una unidad que, para mostrar su autenticidad en el presente y hacia el futuro, debe ser preservada en todos sus términos y límites: el subsuelo, el suelo y el cielo.
Toledo está en una encrucijada de la que debe salir con bien. Su historia, su suelo, su subsuelo, su cielo y su futuro dependen de lo acertado del criterio que rija la toma de dos decisiones políticas inminentes: el nuevo Plan de Ordenación Municipal, que debe configurar el modelo de ciudad y regir su destino, tras ser anulado el de 2007 en el Tribunal Supremo, y el Plan Especial de la Vega Baja, que debe contemplar (al menos en el concepto), además de la Vega Baja I y II, el Circo Romano, el Cristo de la Vega y la gran explanada de la Peraleda.
Preservar el subsuelo, el suelo y el cielo se antojan necesidades perentorias para que la ciudad no pierda su esencia y mantenga sus rasgos identitarios. Si llegara a ocurrir que el cemento hiciera noche oscura del espacio libre y las alturas de los edificios se elevaran ocultando el perfil que maravilla desde siglos, estaríamos ante un historicidio o, si me apuran, ante un urbicido, es decir, ante la destrucción de lo histórico perceptible por los sentidos y la aniquilación simbólica de la memoria de los pueblos, las civilizaciones y la cultura que dichos pueblos han sustentado.
El urbicidio no es delito, es simplemente una decisión desacertada que pueden tomar los representantes electos en la democracia representativa, haciendo valer el poder de los votos. No obstante, si en Toledo se devastase su histórico « skyline » desde uno de sus conos visuales o los yacimientos arqueológico conocidos o supuestos, se habría cometido un error fatídico. Cuando se destroza la historia o el patrimonio no hay punto de retorno.
La Vega Baja se considera un singular espacio con un excepcional yacimiento arqueológico y con un paisaje histórico y natural que forman parte indisoluble del patrimonio de la ciudad de Toledo. Ahí estuvo la capital del Reino Visigodo, la organización política más potente y dinámica de Europa y del Mediterráneo occidental en el siglo VII.
Gracias a una intervención política de los gobiernos de Castilla-La Mancha y de España, la urbanización, aprobada por el Ayuntamiento, se paró a tiempo hace más de una década. Estamos de nuevo en el momento de las soluciones; se espera un Plan que esté sujeto al principio de respeto a la riqueza cultural y ambiental, que conserve este legado histórico para disfrute de los ciudadanos y para asegurar su transmisión a las futuras generaciones.
En su momento se ideó un «Centro Internacional de la Época Visigoda» en la Vega Baja, que estaría compuesto, en principio, por tres unidades: Museo de la Época Visigoda, Centro de Interpretación de la Vega Baja y Centro de Investigación. Serviría para interpretar un tiempo determinado y poder entender la historia de la ciudad y de España. Toledo se erigiría como gran capital de la arqueología y de la historia visigoda. Pero aquello quedó en humo.
Hubo excavaciones, se inició el proyecto, pero la crisis y el devenir político hicieron que todo quedara en nada. No se destruyó la historia y se preservó el suelo y el subsuelo, y se le dieron dentelladas al perfil histórico. Sin embargo, ahora podemos debatirnos de nuevo entre la especulación interesada, con diversos razonamientos, o la preservación. Parece de razón que en la Vega Baja de Toledo hay que hilar muy fino para respetar y valorar el pasado, no hipotecarse por el presente y legar al futuro un patrimonio arqueológico y paisajístico que es de todos, especialmente de la ciudad de Toledo, que lo alberga, pero también de Castilla-La Mancha, que lo debe garantizar, y de España y el mundo que están en condiciones de disfrutarlo.
Estoy convencido de que Toledo en su conjunto es una verdad incuestionable como Patrimonio de la Humanidad
La declaración de un bien como Patrimonio de la Humanidad es un privilegio y un prestigio para el país, para sus responsables políticos y culturales y para los ciudadanos más directamente relacionados con el referido Bien Patrimonio de la Humanidad. Toledo lo es. También es una gran responsabilidad, ya que todos deben salvaguardar la protección. La Constitución afirma claramente que «Los poderes públicos garantizarán la conservación y promoverán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y su titularidad».
La defensa que deben asumir las Administraciones públicas de los derechos sobre el patrimonio cultural que corresponden a la ciudadanía debiera ser razonable y responsablemente compartida por los intereses privados que no viven de espaldas a lo colectivo y al respeto por lo social.
Estoy convencido de que Toledo en su conjunto es una verdad incuestionable como Patrimonio de la Humanidad. Por eso es preciso que tanto el nuevo POM y el Plan de la Vega Baja protejan y actúen sobre lo que existe, sobre lo que se sabe que existe y sobre lo que se intuye, y tengan muy en cuenta todo aquello que se relacione con la cultura y las realizaciones de los pueblos que han colaborado en la forja de su historia y de sus señas de identidad.
Toledo, después de años de decadencia y letargo, a los que, paradójicamente, debemos parte de su conservación, se encuentra en el cruce de caminos y debe encontrar el mejor y más justo para que perviva su historia y su esencia. Es el momento, por tanto, de definirse entre el bien de los individuos (algunos) de esta generación o el bien de la «polis» histórica, entre la ciudad cultural o la especulativa, entre la identidad esencial o la circunstancia. Soy optimista y mantengo el deseo y la esperanza de que la cultura prime en quienes tienen que decidir y, que en su decisión, recuerden a Miguel de Unamuno cuando dijo: «Sé de tu pueblo y serás de tu región y serás de tu país y serás del mundo».