Antonio Illán Illán
El cojo, el ciego y la política española
Quizá por un tiempo sería bueno que los políticos aunaran esfuerzos y sumaran lo positivo de cada uno para, así, salvarnos a todos del fuego del desastre
No se habla mucho de la España económica, ni de la brecha social, ni de ricos y pobres. Pero la verdad es que la situación no está para tirar cohetes con un endeudamiento que supera el PIB. La deuda pública ha crecido en el primer trimestre de 2020 en 35.294 millones de euros y se sitúa en 1.224.161 millones. ¡Casi nada! La pandemia parece que no, por el optimismo de la gente en las terrazas, pero ha roto, casi destrozado, la economía. Todos ahora esperan el maná de lo público. Veremos a ver qué pasa. Entre tanto, tenemos una clase política, unos más que otros, enarbolando el garrote como figuras goyescas. Termina pagando el pueblo, que es quien se lleva los golpes; al fin y al cabo, los profesionales de la política son los primeros que cobran de manera segura del presupuesto. Viendo el estado de la cuestión, yo me agarro a la tradición y les cuento la narración del cojo y el ciego, por si son capaces de reflexionar y de tomar nota.
Dos vagabundos, uno ciego y otro cojo, en su deambular limosneando pararon a hacer noche en un viejo chozo de pastor en las orillas de un bosque no lejos de la ciudad. Aunque el camino lo solían hacer juntos y por las noches se encontraban, durante el día en la ciudad competían el uno con el otro para llevarse la mayor parte de la caridad de la gente. Esto les creaba resquemor. No compartían esfuerzos, compartían avaricia. Pero esa noche se declaró un incendio en el bosque y avanzaba deprisa, pues también se había desatado un fuerte viento. Cuando se dieron cuenta casi alcanzaba al chozo. El ciego tenía buenas piernas y podía escapar , pero no sabía qué dirección tomar para correr, no podía ver por donde se extendía el fuego. El cojo en cambio podía ver que aún existía la posibilidad de escapar , pero no podía salir corriendo con su única pierna y su muleta, el fuego era más rápido que él. Los dos fueron angustiosamente conscientes de que lo que se acercaba de verdad era su muerte. Pero el género humano a veces tiene momentos de conciencia positiva y es capaz de pensar no solo en sí mismo, sino en los otros. Los dos, el ciego y el cojo, se dieron cuenta de que se necesitaban el uno al otro. El cojo podía ver el camino para salvarse y el ciego podía correr con sus buenas piernas. Olvidaron por un momento todas sus envidias y esa competencia que solían tener. Y en estos momentos críticos en los cuales ambos se enfrentaron a la muerte, dejaron a un lado su estúpida enemistad y se pusieron de acuerdo en que el hombre ciego cargaría al cojo sobre sus hombros y este iría indicando el buen camino para huir del fuego. El cojo pudo ver y el ciego pudo correr. Así salvaron sus vidas. El cuento termina con la moraleja de que por esa colaboración se hicieron amigos y ya dejaron su antagonismo para siempre en su vagabundear de aldea en aldea.
Yo no digo que los dirigentes políticos, ante esta situación de España, con una deuda de 25.992 euros por habitante y siendo uno de los países con más deuda del mundo, se hagan amigos como el cojo y el ciego, pero sí, como estos, quizá por un tiempo sería bueno que aunaran esfuerzos y sumaran lo positivo de cada uno para, así, salvarnos a todos del fuego del desastre.